miércoles

Deseo para esta navidad

Querido Santa,

Se que este año mi comportamiento deja mucho que desear, sin embargo no pierdo la esperanza de que cuando metas a tu costal los regalos para quienes algo te pidieron te acuerdes de mi. En esta época de crisis de todo tipo sé que lo que deseo para el próximo 25 de diciembre es casi imposible de conseguir: amanecer con el hombre perfecto. Por lo mismo y para que veas que no me pongo exquisita te doy las características a tomar en cuenta por si algo se te atraviesa uno entre el polo norte y mi casa.

De preferencia moreno y con cabello oscuro (aunque esta visto que a los rubios tampoco les hago el feo). De preferencia que no pase de los 40 (aunque a los 50 hay unos que con la experiencia conquistan). De preferencia que se dedique a algo que no tenga nada que ver con lo que yo hago (pero si es antropólogo social tampoco lo voy a regresar). De preferencia que no comparta mi nacionalidad (pero si es un buen producto nacional te lo agradeceré). De preferencia que no tenga arraigo a ninguna parte (pero si ya tiene casa propia no esta de mas). De preferencia que ya tenga hijos (para que no me los pida a mi). De preferencia que su familia viva en otra parte (y que la vaya a visitar seguido). De preferencia con inclinaciones artísticas (pero no de “performero”). De preferencia que no le importe si soy soltera, casada, viuda o divorciada (y que no pregunte si estoy en vías de convertirme en algo de esto).

De preferencia que no hable mucho (pero que sepa escuchar). De preferencia que le guste mucho cocinar (pero que tambien le guste salir a comer fuera). De preferencia que no beba mucho (pero que no le importe si yo bebo de mas). De preferencia que no fume en exceso y de preferencia que no se drogue (si, ya se que eso esta muy difícil). De preferencia que le guste escuchar música (como la que yo escucho). De preferencia que le guste ver “pelis” (pero no todos los domingos comiendo pizzas). De preferencia que tenga un hobby o una afición (pero que no sea coleccionar algo). De preferencia que le guste hacer ejercicio (pero que no quiera hacerlo conmigo).

De preferencia que tenga un pene de tamaño normal (ni muy grande que lastime, ni muy chico que no se sienta) y sin circuncidar (y de un color no muy claro pero tampoco muy oscuro, pero eso dependerá del hombre que encuentres). De preferencia que le guste el sexo de mañana (pero que antes se lave los dientes). De preferencia que se fije en la ropa linda interior que uso (y que no la quite como lobo hambreado). De preferencia que disfrute el sexo oral (pero hacerlo no solo que se lo hagan). De preferencia que le guste un poco de violencia en la cama (pero que no olvide que es sólo un juego). De preferencia que haga realidad sus perversiones conmigo (y no que únicamente las diga en la borrachera con los amigos). De preferencia que tenga ganas todos los días (o cinco veces por semana). De preferencia que no gima en exceso (el escándalo me desconcentra) pero que tampoco se haga el muerto tendido sobre la cama.

De preferencia que le gusten los viajes (sobretodo los que haré yo sola). De preferencia que no tenga ganas de matrimonio (pero tampoco de una cana al aire). De preferencia que sea limpio y de preferencia que use desodorante y perfume. De preferencia que sea un caballero (pero que no me trate como a una inútil). De preferencia que tenga carro (para que se vaya a dormir a su casa). De preferencia que le guste el fútbol (pero no solo verlo sino practicarlo).

De preferencia que no pregunte sobre mi pasado (que incluye ex -amantes, novios, y esposos). De preferencia que sus animales domésticos no duerman con él (que coger con gemidos caninos o gritos felinos me mato la libido mas de una vez). De preferencia que no hable de su pasado (pero que me avise cuando nos topemos con una ex pareja suya). De preferencia que tenga detalles amables (como dejarme sola cuando lo necesito, no molestarme cuando hago yoga, no hablar de temas que desconoce, no sugerir tips mientras cocino, dedicarle tiempo a mi perro y a mi gato, etc.).

Santa, si evalúas la petición no estoy pidiendo a Superman. Sólo un hombre de carne y hueso (con un poco mas de carne y cartílago que hueso) que le guste comer bien y coger con alegría y que de preferencia cuente con algunas de las características arriba señaladas (son detallitos).

Sin otro particular quedo de ti

Muy Atentamente

martes

Comiendo cine

En ocasiones cuando no pienso sólo en comida, o sólo en sexo, o no pienso sólo en esta combinación, pienso en las combinaciones de, por ejemplo, sexo y literatura y se me va la tarde recordando los libros que he leído en donde el sexo y la cama tienen un rol protagónico. Hay quienes dicen que es pornografía y otros que es literatura erótica. Yo mejor no digo nada.

En estos días de frío se me antojó ver películas sobre comida y cocinas. Entonces me di a la tarea de buscar una lista de películas que incluyeran a estas como un tema en sí mismo. Películas que le hubieran dedicado a la práctica de cocinar, de comer o de compartir la comida un argumento con el fin de contar una historia.

Me acordé de Tampopo (Japón, 1986); del memorable Festín de Babette (Dinamarca, 1987), del drama familiar en La Búche (Francia, 1999), de los platos exóticos de Eat, drink, man, woman (Taiwán, 1993), del sirviente que debía complacer a comensales en Versalles, Vatel (Francia, 2000), de la exquisita Politiki Kouzina (Grecia, 2003).

Encontré por supuesto más que han usado la comida para sus títulos (Chocolat, El olor de la papaya verde, Fried Green Tomatos, por poner unos ejemplos). Sideways, una historia divertida e inteligente para hablar del vino que –por cierto- dejo muy mal parado al Merlot.

Como agua para chocolate (México, 1992) –muy mexican curios, para mi gusto- dejó una imagen espectacular de la cocina mexicana, pues gran parte de la historia pasa en la cocina (espacio social básico e importante de la reproducción cultural en nuestro país), así como de la comida, que como sustancia que penetra los cuerpos promueve, desinhibe y cataliza sentimientos y emociones. Lindas metáforas.

Seguí buscando en mi memoria y en la tienda de videos, pregunté entre amigos. Conseguí varias y ahora tengo una buena selección que no incluye Women on the top (EEUU, 2000), qué mal gusto enlistar esa película como una que trata sobre cocina y comida!.

En fin que en dicha búsqueda me encontré con otro subtema sobre el cine y la falta de comida, o sea   la hambruna,  la escasez y la pobreza. Ya que sobre la otra combinación hay bastaste para leer y es menos triste, les comparto el ensayo de Bettina Bremme sobre “La comida en el cine latinoamericano”, que también trae lista de películas que no estaría mal degustar un dia.

http://www.jornada.unam.mx/2007/09/16/sem-bettina.html

viernes

Menú mixteco…

Chilate rojo o amarillo
Mole sin chocolate (con pollo, guajolote o res)
Tortillas a mano hechas de maíz fresco
Chirimoyas
Ticutas
Empanadas de Xilacayote
Chileajo de puerco con perejil fresco
Amarillo de pollo
Barbacoa de chivo
Totopos con nopales
Granadas
Pozole blanco con hierbasanta
Tortitas de frijoles molidos
Dulce de calabaza
Chayotes con miel
Fraile, pepicha y cilantro
Aguacates criollos
Rdiky de res
Quesillo y queso fresco
Aguardiente y mezcal
Curados de capulín, piña, nanche, coco o guayaba

Mi unico plato de Borscht

Nos conocimos en un restaurante. Bueno, en realidad no nos conocimos, la primera vez nos vimos en un restaurante.
Yo lo vi primero. Él estaba comiendo con un par de amigos y me llamó la atención su traje oscuro y su corbata naranja (color audaz que tambien cubría mi cocina de aquel entonces). Resaltaba de sobremanera con su tez blanca, sus ojos azules y su castaño claro del cabello.
Él me vio después, lo sentí.
Nos vimos directamente a los ojos cuando estábamos, cada quien en su mesa, pagando la cuenta. Él no fue discreto y yo respondí con la misma indiscreción. No me gustan los rubios, pero ese rubio si me gustó (dije lo mismo de los árabes y…). Antes de irme pasé por su mesa y le dejé mi número de teléfono en un papel. No voltee a verlo.
Me llamo al día siguiente por la noche. Por el tono me di cuenta de que como yo, era un extranjero.
Quedamos para el día siguiente en el CCCP, un bar ubicado en la Torstrasse, en Mitte, el centro de lo que fuera la parte oriental de Berlín.
Nos encontramos en la barra a las 10 de la noche. Pedimos un par de cervezas y hablamos de nada pues en realidad nos veíamos los labios y los ojos. Antes de terminar la segunda cerveza ya me tomaba de la cintura y me acercaba a su cuerpo. El tipo sabía a lo que iba y yo también. Estábamos ansiosos.
Yo de niña siempre había tenido curiosidad por la URSS, por su idioma con alfabeto indescifrable, por el tamaño de su geografía, por todo lo que se decía sobre los “ruskys”, por Lenin embalsamado y Trotsky asesinado en México, por la literatura, por el símbolo de la hoz y el martillo, por la arquitectura de San Basilio, por todo lo que parecía tan diferente. La URSS era para mí la imagen de otro planeta y los rusos habían sido enigma.
Pero de nada de eso trató la conversación de esa noche. Ni de ninguna otra.
Después de intentar ubicarnos en algo para evitar la realidad –que no teníamos nada de que hablar-, decidimos ir a comer. El ruido y el humo de cigarro fueron una excelente excusa para salir del CCCP.

El ruso me llevo al “Borscht”. Un restaurante de comida de su país que yo absolutamente desconocía (tanto el sitio, como la comida de su país, y en ese entonces su país también).
Llego hablando ruso y todos le contestaban en tan singular lengua. Pidió dos vodkas para calentar el estomago. O al menos esa entendí era la intención de tomarlos sin haber comido algo antes. Me presento a sus amigos y conocidos. Demasiados Vladimires, Ivanoves, Paveles, Alexanderes, Sergeis, y todos esos nombres que abundan en La Madre de Máximo Gorki.
Al sentarnos nos pasaron dos platos con Borscht precisamente. Ahí conocí esta típica sopa rusa de betabel, col y crema que es una delicia hasta para quienes, como yo, odiamos el betabel. Después vino el pastel de poro, cebollas y papa en una pasta de hojaldre, con una sencilla ensalada de pepino, pilav y zanahoria y un plato de pelmenis (los raviolis rusos).
Yo estaba concentrada en la comida y esperando irme de ahí lo más pronto posible. Me entretenía ver al resto de los comensales –en su mayoría rusos-, con quienes compartía una larga mesa. Imaginé que estábamos en una taberna de un pueblo siberiano perdido en la blanca nada. Me acordé de Ana Karenina. Esa noche hacia frío también en Berlín. Extrañé no tener la confianza -y que los rusos no la provocaran- para pedir un poco de lo que había en otros platos para probar la variedad.
Sin embargo el vodka seguía fluyendo, así como el pan con un queso ácido y salado que combinaban con jitomate fresco.
El ruso hablaba y hablaba sin parar en su lengua materna y paterna con todos a su alrededor; su rostro se enrojecía por el calor del vodka. El mío por las miradas provocadoras que me lanzaba. Seguramente hablaba de sus planes conmigo pues miembros de su público también me lanzaban miradas, que no provocadoras, pero si curiosas.
Después de un rato alguien tuvo la amabilidad de preguntarme sobre mi procedencia y hacer algo de conversación. Me dijo que, por mi apariencia física, podría ser de alguna de las regiones del sur de Rusia. No supe si era un halago o un insulto. También me dijeron que me parecía a Frida Kahlo. Quise suponer que lo decían por el hecho de que iba a darle asilo sexual a un ruso y no por el bigote.
Después de comer pasaron el postre. Unas oladi, croquetas de manzana y zanahoria espolvoreadas de azúcar glas. Un cierre perfecto.
El ruso me preguntó sobre mis planes para esa noche. Era la una, “por dios! rusky, que pregunta!”.
Nos fuimos a su casa que, casualmente, estaba a dos cuadras del lugar.
Me ofreció algo de beber. Otro vaso más de vodka y te juro que vomito el borscht, le dije amablemente. Omitió la insistencia y nos dirigimos al sofá ya que el ruso vivía solo.
El sexo fue bueno, aunque me sobró alcohol y a él le faltó, por aquello que el alcohol desinhibe. Las miradas que lanzaba eran más cachondas que el ruso en si.
Era la primera vez que me acostaba con alguien tan eslavo, con un sexo tan rosado (de color, no de textura). Era demasiado ruso, por así decirlo. Esa primera noche preferí no quedarme. Y después se me hizo hábito pues la curiosidad de volver a verlo una segunda vez me hizo verlo muchas otras noches.
Se volvió itinerario, rutina y agenda de invierno. Sólo nos veíamos para lo mismo, casi siempre en un restaurante italiano y después siempre en su cama. Comodidad buscada y concedida. El ruso era un fan de las pastas y la pizza, no volví a comer Borscht con él, a pesar de que se lo pedía con el mismo entusiasmo con el que le pedía mi orgasmo semanal. Cada semana imaginaba que iríamos a comer Borscht antes de ir a la cama. No sucedía.
No sabíamos mucho el uno del otro y cuando hablábamos mentíamos descaradamente. Él había aprendido muy bien alemán, pero su conocimiento de inglés y español era nulo. Como yo tenía pocos meses en la ciudad, la conversación era básica, de “Grundstufe”. Nunca hablamos ni de Tolstoi, ni de Dostovyeski, ni de Gogol, ni de Chejov, ni de ningún grande de las letras de su país. Nunca le dije que uno de mis sueños era ir a Moscú. Nunca lo invite a mi casa, nunca dormimos juntos.
La cosa no iba ni mal, ni bien. Más bien no iba.
Un buen día el ruso me dejó. Sin explicaciones, sin demasiadas palabras, sin pasión, sin pleitos, sin ternura, sin disculpas.
En la única llamada que nos hacíamos a la semana para ponernos de acuerdo para el encuentro, me dijo que ya no nos veríamos más. Me dijo que había sido un placer conocerme, que el tiempo que paso conmigo lo paso bastante bien, que se divirtió mucho (ah! gracias) pero que no creía necesario (nuetzlich! dijo el eslavo) que nos siguiéramos viendo. Entonces el ruso dejo de ser un enigma.
Yo no hice drama. Pues no era para tanto, aunque dejo un raro vacío de algo. Creo que fue de ese buen plato de Borscht.

jueves

La Biznaga...un cactus mestizo en Oaxaca

Después de mi natal Baja California, Oaxaca es el estado que mejor conozco, al que más he visitado y en el que más tiempo me he quedado. Cuestiones de trabajo me llevaron en 1999 a conocer la ciudad capital. Después me ha tocado recorrer los valles, las sierras, el itsmo y la costa. Me gusta estar en Oaxaca, me gusta el clima, me gusta la gente, me gusta el ambiente, me gusta la artesanía y la ropa, me gusta la música y cuando estoy ahí me siento como en mi casa.

La comida fue obviamente uno de los elementos que me enamoró del lugar. El mole en sus varias presentaciones que es motivo de un festival de manteles largos durante julio en la capital. El mezcal, el tejate, las tlayudas, los tamales en hoja de plátano, el chocolate en agua, el buen café de la sierra, los helados de garrafa de la iglesia de La Soledad y tantas otras delicias hacen de la cocina oaxaqueña una de las mas ricas del país.

Pero cuando ya se conoce tan bien el folclore culinario, nada más refrescante que visitar un oasis de sabores nuevos y variados, de combinaciones arriesgadas y exóticas, y por que no hasta eróticas.
Eso es La Biznaga, un restaurante muy original ubicado en una vieja casona con patio interior en el centro de Oaxaca.

Conocí el lugar invitada por un colega antropólogo al que también le gusta comer bien. Después he vuelto sola varias veces. El sitio es muy agradable. Las mesas están ubicadas en el patio central de la casa, con un gusto rusticon pero refinado. A la izquierda hay una barra larga con un buen número de distintos licores, también una variedad de cervezas que incluye algunas europeas. Sirven vino tinto o blanco por copa o por botella.

El personal es amable y el ambiente es bastante relajado. Las veces que he estado ahí he comido con música muy bien elegida, electrónica suave, chill out, algunas mezclas de jazz con electrónica, o Lila Downs cuando se ponen oaxaqueños.

Generalmente doy banderazo de salida con un mezcal de cedrón de la casa. Ahí sirven uno que se llama Los Palenqueros. Además de las naranjas de rigor, te sirven una botana de zanahorias con limón, sal y chile.

El menú está escrito en dos pizarrones grandes que cuelgan de una viga, quedando frente a las mesas. Se enlistan, en el pizarrón del lado derecho las entradas, las sopas y las ensaladas, mientras que el pollo, la carne, el pescado y los postres en el del lado izquierdo.
A mi me gusta mucho empezar con Las Calendas, que es una hoja grande de hierba santa asada rellena de queso, flor de calabaza y rajas de chile poblano. No recuerdo haber pedido otra entrada distinta, porque a mi la hierba santa me encanta. Me he saltado generalmente las sopas -de cuatro quesos, de verduras, tipo crema o caldo- pero la silvestre con champiñones y tocino es una delicia.

Después sigo con una ensalada. Me gusta la Fresca con espinacas, toronja, nueces picadas y tocino y me gusta la Tehuana con berros, pera, roquefort y pistachos. Siempre me tardo mucho en decidir el plato fuerte pues todo se me antoja. Conozco el pollo Sandunga con plátano macho en mole de guayaba que es una delicia, también el filete de res El Necio, en salsa de chile pasilla, ciruela y mezcal, semi-acidito. He comido el filete De la Sierra, que es un pedazo de tasajo con hongo portobello, nuez y queso de cabra, un poco picosito. El pescado Al Pastor que es riquísimo, servido en una cama de piña, nopales y cebollitas. Generalmente la guarnición es arroz y sirven tortillas de maíz. La última vez me decidí por los camarones al Ajillo, servidos en una cama de arroz con una salsa de mole de tamarindo y rodajitas de chile frito. No me arrepentí.

Todo, absolutamente todo vale la pena probar, por eso hay que dejar espacio para el postre.

Conozco el Cinco hermanos que es una mousse de chocolate con guayaba; el Susto (mi favorito) que es un flan de coco con una salsa de cajeta al mezcal y la Lechuza: tarta de almendra con pera y un jarabe de chocolate. También tienen típicos helados de garrafa.

Ir a La Biznaga es una experiencia, y no lo digo porque vi ahí una vez comiendo a Pedro Armendáriz Jr., sino por el viaje de sabores tan variado y tan distinto que ofrece su singular menú. No deja de ser comida mexicana con ingredientes de la región, pero combinados con ingredientes de otras partes el resultado son combinaciones pertinentes y gustos distintos.
A precios bastante razonables, La Biznaga es uno de mis lugares favoritos para comer en México. Contrario a su nombre, no es un cactus en el seco desierto, el sitio es un bálsamo en el centro de la capital oaxaqueña.

Info: www.myspace.com/labiznaga (una actualización y mejor diseño no les vendría mal).

viernes

El conocedor. Vinos, placeres y sabores.

Es un placer (un vicio casi adicción tambien) abrir una revista de cocina. Por mas sencilla que sea me entretengo con las recetas, las fotografías y los útiles “tips” que aparecen en recuadros.
Pero hojear una que incluya artículos para instruir y compartir el conocimiento sobre productos y delicias varias ya es un lujo. Esto fue para mí descubrir, (si, apenas la descubrí), la revista “El Conocedor, vinos, placeres y sabores, edición México”.
Lamentablemente me he perdido los seis números anteriores. Compre el siete y el ocho. Ninguno tiene desperdicio.
La edición esta muy bien cuidada, con fotografías seleccionadas y artículos bien escritos que captan la atención desde la primera línea. Me gusto mucho que le dediquen el mismo número de páginas tanto a la bebida como a la comida.
El numero siete esta dedicado a ilustrar sobre los vinos australianos, sudafricanos y neozelandeses, mientras que el ocho lo hace sobre los vinos del viejo mundo. En ambos números cada vino se comenta en relación a su color, aroma, sabor, maridaje y precio. Tambien encontré que en cada numero hay un articulo dedicado a una cepa distinta (en el num. 7 al Syrah, en el num. 8 al Merlot), supongo que así será en los números siguientes. Hay un reportaje sobre los vinos blancos mexicanos (num. 7) y otro sobre lo que es el vino, su composición y elaboración (num. 8).
El área dedicada a sabores se llena de reportajes sobre cocineros afamados, restaurantes en el mundo, viajes gourmet (por ejemplo uno a Tailandia, en donde absolutamente se come fenomenal lo se por experiencia propia) y tambien hay algunas recetas de cocina. El num. siete mas bien dedicado a la cocina oriental (artículos sobre el sushi y su “pe a pa” para prepararlo y una receta de helado de te verde) contrasta con la degustación de quesos que en el siguiente numero se nos invita a hacer, con lista de precios y maridaje incluido, porque “con buen queso y mejor vino, mas corto se hace el camino”.
Los placeres cierran la edición con reportajes sobre ciudades, reseñas sobre libros y uno que otro ‘tip’ sobre tendencias.
El conocedor es una revista para conocer, para aprender y para convertirse en eso: en un conocedor. Es referencia obligada, me parece, para quienes tenemos la pasión por la cocina y el vino, sin ser catadores expertos o chefs reconocidos, para quienes buscamos aumentar nuestro conocimiento del universo del gusto y del sabor. La revista nos muestra en unas paginas una parte de lo que forma el inmenso e inabarcable mundo del buen comer y de la bebida de Bacco, con un buen gusto editorial.
Por eso aplaudo el proyecto deseando que vengan más números de tan interesante revista.
Salud!

Los beneficios de la yoga...

Flexibilidad, elasticidad, firmeza, tonicidad, fortaleza, relajación y sobre todo cero estrés.


Gracias India, por tu inmensa sabiduria...

El oasis en mi desierto.


Yo había hecho un recorrido por otras ciudades del país. Ahí fui porque el desierto me llamaba. Una casualidad nos hizo ir juntos atravesando todos los paisajes posibles en un viejo Mercedes beige. Música tradicional islámica acompañaba el recorrido. Teníamos una bolsa con naranjas que compartíamos entre los cinco: cuatro beréberes y yo. Había intentos de comunicación, ellos, los marroquíes, intentando un mal inglés, yo un mal francés.

Los idiomas no coincidían pero había una camaradería que el viaje provocaba. Ellos trataban de explicarme lo que íbamos viendo en el camino, el atlas, las cumbres nevadas, los “kasbah” y los oasis. Me llamaron la atención sus ojos oscuros como su cabello y su piel morena. Él no era el más guapo pero si el más serio de todos. Yo hacía intentos por provocar una conversación pero no hablo árabe marroquí ni tampoco francés, el no hablaba español, ni inglés. La atracción se alimentaba de miradas calculadas y oportunas, tímidas y discretas, atrevidas y directas.

Al llegar al desierto nos instalamos en una “jaima” o tienda de campaña hecha de tapetes bordados. Ellos tomaron una grande, dejándome a mí una pequeña. Estábamos en Merzouga. Después de lavarme y dejar las cosas en un aposento que olía a canela, con una cama cubierta por velos de colores y rodeada de cojines, con luz de velas, fui a unirme al resto del grupo para cenar.

Había un manjar servido en una mesa bajo las estrellas. Pollo al limón amarillo con aceitunas, borrego en salsa de ciruela pasa con almendras, una riquísima pastilla de carne y carne de camello asada, todo cocinado y servido en tajine de barro. La comida la compartimos entre sonrisas, cuscús, pan, té a la menta e intentos de pláticas. Ellos se divertían hablando ese idioma que El Profeta conoció. Él y yo intercambiábamos miradas.

La luna y el cielo estrellado invitaban a dar una vuelta por las dunas iluminadas. Me levanté y dije que iba a caminar por las olas de arena. Comprendieron sin entender y él se ofreció a acompañarme. Se levantó y me siguió.

Me dijo algo en un francés con un acento árabe que me provocó un estremecimiento. Cuando el idioma no es el código de comunicación es más fácil comprender lo que un cuerpo expresa. No necesitábamos hablar mucho, la oscuridad –cómplice infalible- ayudaba. Me tomó la mano y caminamos hasta llegar a una alta duna.

Sentados viendo el cielo intentábamos hablar, pero el silencio fue lo más prudente. Al oler la mezcla de especies, menta, sándalo, dátil y canela de su piel morena, enloquecí. Me atragante con su aroma. Aspiré su olor hasta que el deseo me invadió el cuerpo. Me acerqué a su boca y él respondió con un beso húmedo que aun sabía a limón amarillo.

Nos fuimos a mi “jaima”. Las velas reflejaban sus flamas sobre las paredes de colores y bordados. Nos metimos bajo los velos y nos desnudamos de prisa, jadeando de ganas. Tenía el pene más grande y oscuro que he visto en mi vida. Sin turbante y sin la ropa típica del deserto me sorprendí viendo el miembro más impresionante que jamás hubiera tenido dentro.

Él decía cosas en francés, yo las decía en español: estoy segura que decíamos lo mismo. Movía la pelvis con la maestría de un experto. Me llevaba a la cima sin permitirme llegar. Me prolongó el gusto y las sensaciones hasta que decidí subirme a él y pedírselo. Estábamos hechos un lago, teníamos toda la humedad que el Sahara necesitaba.

Éramos el oasis en medio del desierto.

Así se nos hizo de día. El sol del amanecer le daba a las dunas una sombra particular. Arropados con las cobijas salimos a ver el espectáculo de arena. Saciada salí de mi aridez de mucho tiempo. El desierto que me habitaba se quedó al sur de Marruecos, junto con el oasis que entre sábanas también deje.

El placer femenino de hacer el mole...

En la mixteca de Oaxaca el mole es el plato especial para la fiesta. Sea esta bautizo, primera comunión, XV años, boda o cuando se festeja que se termino una casa el mole forma parte del ritual o mas bien el mole es el ritual. Mole es sinónimo de fiesta, la gente no pregunta “¿vas a ir a la fiesta?”, pregunta: “¿vas a ir al mole?”.

Mole es lo que se regala cuando se establecen lazos de compadrazgo, es lo que se da para retribuir la ayuda recibida en la realización de una fiesta, es lo que se espera de recompensa cuando se lleva el presente (un cartón de cervezas, tortillas y chiles secos) a una fiesta. Y es lo que los invitados comen cuando van a una fiesta.

De pollo, guajolote, res o puerco el mole no puede faltar. Con tres o cuatro variedades de chiles, especies varias –ajonjolí, canela, almendras, orégano, clavo, pimienta, tortilla quemada, hoja de aguacate- entre otras, ajo, cebollas, jitomate, tomate verde y caldo. Espeso, oscuro y picoso, el mole de la mixteca no tiene comparación.

Para que el mole quede como debe quedar se hace en cazuela de barro, con leña, y con la sazón de muchas manos. Las mujeres se reúnen a limpiar los chiles, desvenarlos, tostarlos, remojarlos, molerlos en el metate, lo mismo hacen con los recaudos y con los otros ingredientes.

Hacer el mole, calcular las cantidades de cada cosa, medir los ingredientes, poner la cantidad de caldo suficiente para que hierva y espese, para que sazone no es conocimiento del dominio público. Es conocimiento de algunas mujeres viejas, de quienes han aprendido haciéndolo, de quienes conocen el proceso del mole y sus mañas.

Cocinar un buen mole forma parte del reconocimiento popular. Quien hace un buen mole es llamada para hacerlo en una fiesta grande, en un compromiso importante. Quien hace el mole es la autoridad en la cocina, ordena, manda, pide, exige, y la cocina toma el ritmo que la molera toca.

Reunión de dos días que las mujeres aprovechan para platicar, echar el chisme, tomarse las cervecitas y los tragos de licor que en otro contexto no se tomarían. La cocina se convierte en ese espacio público, abierto y político, de expresión propia y netamente femenino y el mole en el pretexto perfecto, la excusa adecuada, la razón que no se cuestiona.

La mujer que hace el mole en la mixteca tiene la autoridad y el reconocimiento comunitario, acumula prestigio, maneja poder. Quienes ayudan a hacer el mole aprovechan el espacio de liberación. En la mixteca oaxaqueña el mole no es el motivo de la fiesta, para las mujeres el mole es la fiesta.

sábado

Hoy mi vida...

Mi vida hoy tiene sexo todos los días. Buena comida y bebida. Mucho tiempo para compartir a la mesa y en la cama. Se acabaron las tardes de soledad, las noches con la mano entre las piernas, las mañanas tratando de mantener el sueño erótico. Mi sueño tiene carne, dura, larga y gruesa, de día y de noche.
Mi vida hoy tiene besos calientes, un cuerpo tibio, una risa cómplice y una petición distinta todos los días: pollo, vagina, pasta, culo, mariscos, boca, sushi, cara. Se terminaron las recetas de “Cocina para dos” que yo realizaba para dos días seguidos. Ya no repito guisado, aunque repita embutido.
Mi vida hoy tiene miradas libidinosas, un paladar exigente, una botella de vino a la hora de la cena y posiciones acrobáticas en la cama. Se puso fin a las tardes imaginando, a las noches fantaseando, a los días extrañando. Ahora él esta aquí, a mi lado, haciéndose presente en olor, calor, textura, sabor, como un buen estofado al horno, como un buen asado a la madera, como una ensalada fresca, como una sopita caliente, como el dulce del postre.
Mi vida hoy tiene una estufa que se usa todos los días como la cama en la que se duerme y se coge, como debe ser, como, si existiera, dios mandaría.

viernes

Eating Baja...

No hay nada que yo extrañe tanto estando fuera de Baja California como la comida. Desde que me fui de ahí hace ya 8 años, mis visitas son siempre a la familia y a lugares para comer.
Llegó derechito a comer tacos de pescado, ceviche, langosta, burritos del Bol Corona o taquitos de La Especial. Siempre llegó a comer lo típico, la comida con la crecí, los sabores que reconozco y me remiten a mi pasado fronterizo. Pero en mis recientes visitas he ido descubriendo otro tipo de comida que se hace llamar de Baja y que me esta dando agradables sorpresas.
Lo que se conoce fuera de México y se cree típico y propio deriva de la cocina poblana, yucateca y oaxaqueña, además de los conocidos antojitos con T. Son los referentes dominantes de la comida nacional que se erigen como iconos de una cocina mundialmente famosa.
Sin embargo pocos saben de los tesoros que se esconden en lugares donde lo popular y masivo (léase puestos de tacos o de mariscos) disimula el desarrollo de otra cocina, menos popular tal vez y por eso más exquisita.
Ahí donde la comida típica incluye los famosos tacos de pescado, la langosta de Puerto Nuevo, la adoptada comida china, el ceviche y los tacos de carne asada (que, btw son los mejores del país, digan lo que digan), poco a poco se ha ido descubriendo otro sabor regional.
Más allá de lo que todo visitante come por que es obligación, hay una preocupación de expertos y restaurantes por recuperar sabores, ingredientes, animales y combinaciones que remiten a la flora y fauna de una región singular de desierto y mares. Y eso hay que compartirlo y aplaudirlo.
Mi última visita a Tijuana incluyó lo de siempre. La comida de rigor en Las Playitas de la calle 6ª. Típico lugar para comer mariscos en donde, en esta ocasión, empecé con media docena de ostiones frescos, seguí con la tostada de ceviche, la almeja gratinada, un cóctel de pulpo, y cerré con una orden de los increíbles tacos “gobernador” de camarones con queso cocinados a la plancha. En esta ocasión omití los camarones al coco que son una delicia en ese lugar y también pase del medicinal caldo de mariscos pues hacia calor ese día (y, además, no estaba cruda).
Otro día llegué por los tacos de pescado y camarón estilo Ensenada con su repollo, salsa y crema. También por los ancestrales tacos de lomo de La Especial de la avenida Revolución con su salsita roja y su pedazo de zanahoria curtida. No pude resistir comerme unos tacos de carne asada con su rebanada de aguacate como los sirve Don Esteban en el centro de la ciudad una noche antes de entrar a La Cervecería Tijuana a beber morenas de barril.
Como ya se hizo costumbre durante mis visitas al terruño no dejo pasar la oportunidad de comerme un chile en nogada en el Bol Corona, que aunque no es típico de la región, si es, junto con los burritos, un clásico del lugar. Tampoco dejo pasar ir al histórico Hotel Cesar y pedir la ensalada de la casa cuyo aderezo es preparado a la vista del comensal.
Para recuperar el gusto por lo autóctono pasé a comer una codorniz asada, y conejo en otra ocasión al Potrero. En una reunión familiar me regocije comiendo chuletas de borrego (que no cimarrón) asadas.
Pero mi última cena antes de salir fue de antología como siempre que he ido a La Querencia. Lamentablemente ha sido sólo en tres ocasiones, pero siempre sucumbo a la misma tentación: pido las entradas. Jamás he pedido un plato fuerte por lo que mi experiencia deriva de pasar horas comiendo una cosita tras otra con cerveza oscura o copas de vino tinto. Ahí se descubre y redescubre el placer de las entradas, de probar poco de mucho y llenarse de sabores completos.
El lugar es agradable, aunque raya en lo fresa. Pero cuando yo quiero comer bien ignoro las conversaciones en las mesas ajenas y las miradas que me recorren cuando no cumplo con el estándar esperado de los clientes habituales. A pesar de la gente el lugar no es de etiqueta, aunque nadie con menos de 250 pesos destinados para comer iría a sentarse al restaurante.
Me encanta la manera que tienen de presentar el menú: en un pizarrón para que siempre este a la vista y no deje una de pensar en lo que sigue. Tampoco la cocina esconde demasiado por lo que los olores llenan los sentidos que se siguen deleitando en cuanto llegan los platos. Yo veía el ajetreo de la cocina pues le di la espalda al mundo en cuanto llegue al sitio. Me senté de frente a la barra en donde tres chicas y un chico ayudantes de cocina picaban, pelaban, partían ingredientes diversos y calentaban tortillas.
Pedí una cerveza oscura y empecé con el “shot” de almeja que es obligatorio sobre todo para los amantes de los mariscos (como yo). Con un saborcito de tomate y vodka es una excelente manera de abrir el apetito. De hecho el balazo me llegó antes que el pan que de rigor ponen de entrada con las cuatro salsitas de distintas intensidades de picor y sabor.
Para seguir en la línea marina pedí el ostión Rockefeller que no tiene comparación. Servido en una cama de sal de mar, gratinado con una combinación de queso, un poco de espinaca y coronado con una pizca de ajonjolí el ostión que fresco es exótico así se vuelve altanero.
Una vez limpia la concha, pedí los chiles güeros capeados. Uno relleno de marlín y el otro relleno de borrego. Ambos son una delicia. El capeado es perfecto, crujiente y total.
Después de los chiles pasé a los tacos que son clásicos de La Querencia. Uno de pato, otro de borrego y otro de ostión. Los primeros los había comido antes. El borrego está guisado de una manera tan particular que le rebaja el fuerte sabor (y olor) a este tipo de carne. El pato está marinado y asado, servido con una hoja de lechuga escarola morada.
El de ostión fue mi debut y me enamoró. Capean las piezas como el pescado para el taco. El taco no necesita nada más que una salsita. Es una delicia suave. Jamás había comido ostión de esa manera y me quedé prendida de la ostra. Bendije San Quintín y sus criaderos y maldije los años que pasé sin poder pasarme un ostión ni crudo ni cocinado cuando me llevaban hasta allá y no apreciaba la maravilla de su sabor.
Para cuando me terminé el último taco ya había pasado hora y media. Me terminé la tercera cerveza y decidí irme sin postre porque no quería matar los sabores que aun tenía en la boca. Faltaba poco para irme al aeropuerto y quería recordar algo al dejar la Baja California que es, aunque pocos lo sepan otro de los lugares mexicanos en donde se come muy bien.

martes

hambreada...

tengo hambre.
y tengo planes para ti.
como a una cebolla que se pela, te retiraré las capas de ropa que lleves puestas. como a un plátano que se le retira la cascara, te voy a liberar el miembro de su piel para dejar al descubierto la cima de tu placer. como a un plato con cajeta te voy a recorrer con la lengua.
como a un plato fuerte te voy a degustar con gusto.
como a un postre te voy a probar con lujuria y en pequeñas cucharadas.
te voy a morder, a chupar, a lamer, a exprimir.
te voy a calentar y no voy a dejar que te enfríes hasta que yo este absolutamente satisfecha y saceada.
porque llevo hambre acumulada y ahora eres tu quien puede alimentarme.

miércoles

D'Vijff Vlieghen: la nueva cocina holandesa.


Era absolutamente virgen al respecto. Después de meses de vivir aquí no tenía la menor idea de lo que era la cocina en Holanda. Conozco sus productos: los increíbles quesos, que son mi adiccion. Había visto los arenques frescos con cebolla que degustan felizmente los habitantes de estas planicies los días de mercado y que a mi nada más de olerlos me producen naúseas. Por supuesto también conocía el hustpot (un puré de papas con zanahoria y cebollita de cambray y jugo de carne) que no es nada particular. Y una vez tuve la mala suerte de comer las horrorosas kroketten de pollo, bechamel o pescado fritas y chorreando aceite.

Lo que debo de aceptar que me gusta de verdad es ir los domingos a desayunar Pannekoeken, la versión a la holandesa de crepa francesa, más grande y con los ingredientes no dentro de la crepa sino cocinados al mismo tiempo que la masa. De piña con queso, champiñones con tocino, manzana y canela, o de salmón con pesto y puerro, son todos un buen desayuno tardío o una bunea comida de mediodía.

Dejando de lado las expresiones culinarias folklóricas, nunca me había llamado la atención ir a un restaurante de comida holandesa. ¿Qué carajos puede comer esta gente? Pero ayer, gracias a una gran amiga que conoce este país y su cultura desde hace varios años, pasé por unas de las mejores experiencias culinarias de los últimos meses y por supuesto me lleve una agradable sorpresa.

La reservación era a las 7 p.m. en el restaurante d'Vijff Vlieghen (Cinco moscas) ubicado en la Spuistraat, una calle cercana a la plaza del Dam en Amsterdam. Llegamos a un lugar ubicado en el primer piso, con la típica fachada Amsterdamiana, o sea absolutamente chueca que parece que se viene encima. La entrada está a la vuelta.

En la recepción cuelgan las fotos de algunos de los clientes del lugar: Mick Jagger, Bruce Springsteen, Gary Cooper, John Wayne, entre otros. Pensé que no podía ser un lugar malo si estos famosos comen ahí, pero después deseché la suposición pues no conozco los gustos culinarios de estas personas.

En este lugar que abarca cinco edificios viejos con decoración clásica de detalles muy holandeses, entre ellos unos grabados originales de Rembrandt, nos dieron una mesa para dos cerca de una ventana desde donde veía a los transeúntes pasar, detenerse frente a la puerta del lugar, leer la carta e irse. Los precios no son para turistas que prefieren gastarse lo que traen en el Red Light District o en los coffee shops.

El primer detalle en el que nos fijamos fue que estábamos en un edificio de 1634. El interior era de madera y piedra y aunque el lugar no se veía muy grande si había alrededor de 25 mesas muy bien acomodadas con una iluminación muy acogedora (me encanta esta palabra). Después supimos que había otros dos salones que estaban cerrados.

Una mesera perfectamente uniformada y muy simpática nos llevo la carta y antes de que pudiéramos ordenar nos trajo un entrante: un pedazo pequeño de pescado frío pero cocinado sobre un mousse de vino tinto. Se acerco con una canasta de pan para ofrecernos una pieza de cualquiera de los tres tipos de pan que había.

Nosotras ni siquiera leímos las opciones de entradas y sopas. Nos decidimos por la practica típica si se come en el Cinco Moscas: pedir el menú sorpresa en cuatro tiempos y con los vinos que el chef decida. Esperamos un par de minutos antes de que la rubia y alta señora mesera nos llevara un Torrentes argentino. Nos sirvió las dos copas. Al probarlo, algo dulce llegando a Moscatel, supimos que un queso de cabra o paté de pato vendrían en camino.

El primer plato era una torre compuesta de tres niveles. El primero era un paté de papa con especies, seguido por una rodaja de pepino, un segundo nivel de paté de pato, con un tercer nivel de una mezcla de frutas rojas con un queso delicado. Al final un fino pedazo de carne suave. La salsa alrededor era de color oscuro, con sabor afrutado y ácido. La presentación era impecable, el tamaño preciso y los sabores, una vez mezclados, eran finos y por la consistencia se diluían en la boca. El vino dulce sin empalagar hacía su efecto al armonizar perfectamente con cada bocado, que no fueron muchos pero los suficientes para un primer plato. Yo ya tenía una sonrisa en los labios y esperaba con ansias el segundo plato.

Nos trajeron la segunda sorpresa con un frío Chardonnay australiano que anunciaba el mar del norte. No nos equivocamos. El segundo plato estaba compuesto de dos piezas sobre dos camas de paté. Una era de anguila con un langostino pequeño de corona, y la otra era un pedazo de pescado asado con espinas. Alrededor había un río de un liquido acanelado que también recordaba al curry. De los patés desconozco los ingredientes pero ambos tenían sabores sutiles y delicados de salvia y tomillo.

Ambos pescados eran desconocidos para mí. Yo no como Anguila pero aquí en Holanda es casi el pescado nacional. Una vez mas la presentación excelente, el tamaño preciso y la combinación absolutamente distinta a todo lo que alguna vez comí con pescado antes.

En la cuarta vuelta la mesera traía un vino tinto para nuestras copas. El tercer plato anunciaba carne de algo. Desde que lo sirvió el olor de un Sudafricano del 2005 invadió la mesa, la mezcla de Merlot, Cabernet Franc y Cabernet Sauvignon se dejaba sentir en el ambiente. El plato fuerte venía así, fuerte: un pedazo de hígado al horno, con dos pequeños mejillones de puerco, zanahorias al horno con romero y puré de papas. Yo no suelo comer hígado pero debo de reconocer que por primera vez y gracias a ese vino me reconcilie con la víscera por un momento. El tercer plato fue contundente, con sabores definidos y abarcadores de toda la boca.

Al terminar este tercer plato del menú ya estábamos felices, regodeándonos en los sabores. Le pregunté a la mesera si el cocinero era holandés (si así cocina, ¿te imaginas cómo…..?). Risas. Nos dijo que los chefs eran cuatro holandeses y un griego (toma!). Entonces le pregunté si eran solteros. Sonrío, como buena holandesa educada, pero me sugirió no preguntar cosas peligrosas…tal vez era esposa de alguno o amante de todos. Mi amiga y yo nos reímos con la idea. Nos retiraron todo lo innecesario de la mesa para dar lugar al postre.

Para esto nos sirvieron una copa de Jerez. El postre consistió en dos piezas en un solo plato. Del lago derecho ubicaron un plato hondo pequeñito con un Creme Breule que de tan bueno casi no necesitaba el fondo de caramelo que tenía, en medio unos arándanos deshidratados en una salsa de la misma fruta, y una porción de helado de leche de cabra. Aunque más francés que holandés el postre también fue una delicia y justo lo que necesitábamos para cerrar con broche de oro la experiencia culinaria holandesa.

Lamentablemente estoy segura de que así no comen los holandeses en sus casas, pero esta experiencia con la Nieuw Nederlandse Keuken me va a hacer pensar dos veces si vuelvo a decir que en este país se come mal.

Info y Reservaciones: http://www.thefiveflies.com

viernes

mi rebelión cotidiana...

¿Por qué es tan condenadamente incompresible que una mujer hable sobre sexo? ¿y por qué sería normal que sólo hablara de cocina? ¿no son ambas actividades parte del ámbito domestico y privado al que hemos sido confinadas históricamente las mujeres? O ¿la parte de lo sexual en lo doméstico no nos pertenece porque nuestro lugar es la cocina? Entonces la cama ¿es de ellos? ¿y nosotras abrimos las piernas y dejamos que por ahí pase lo que tenga que pasar? O mejor dicho, que entre lo que tenga que entrar.

Agentes pasivas
…mis ovarios.

Encuentro absolutamente pasado de moda volver a la discusión de lo publico y lo privado porque creo que esta dicotomía ha sido rebasada y se ha probado ya su ineficacia explicativa cuando se aplica a estudiar las relaciones de género.

Las mujeres han sido históricamente agentes activas, tanto en la cama como en otros lugares de la casa y fuera de esta. Que no haya registro histórico y que haya apenas evidencia de su participación en la historia del desarrollo de la sexualidad tiene que ver con los autores de la historia (la his-tory que no es her-story).

La antropología social y cultural se ha acercado a culturas y grupos en donde el sexo como actividad y práctica ha sido estudiado en el contexto de la socialización, de la organización matrilineal de las sociedades, de los intercambios y alianzas intergrupales a través del matrimonio, y también del ejercicio de poder. Este último un eje de análisis importante.

En culturas con ideologías religiosas menos arraigadas (o menos fundamentalistas) como las más conocidas en el mundo, las mujeres cuentan con mas libertad sobre su cuerpo. El concepto de virginidad, pureza y cosas similares que provienen de la tradición judeo-cristiana son inexistentes y no forman parte de la escala de valores que dichas sociedades tienen. Las mujeres ejercen un poder derivado de su capacidad reproductiva, que no en todos los casos las hace pertenecer a la segunda clase de ciudadanas de los lugares en los que viven. La división cultura-naturaleza ahí tienen otras consecuencias .

Nosotras por el contrario venimos cargando con una serie de prejuicios y prenociones sobre nuestro comportamiento sexual básicamente normativo. A nosotras la naturaleza nos doto de algo que en lugar de ser apreciado como una fantástica capacidad nos delego al mundo hogareño de la procreación y la domesticidad con lema incluido: "calladita te ves más bonita".

Afortunadamente las cosas han cambiado para muchas mujeres. Especialmente en ciudades grandes y entre las clases medias. El acceso a la educación y al mundo laboral, la facilidad de viajar, de expresar ideas y la certeza de que somos capaces de hacer lo que queremos pintan un panorama completamente distinto para muchas de nosotras.

Es básicamente un triunfo que las mujeres desde hace unas décadas podamos hablar, escribir, cantar y fantasear sobre sexo en sociedades tan machistas, misóginas y poco liberadas como las nuestras. Un triunfo aun mayor es que podamos hablar con nuestras parejas para decirles lo que queremos, lo que nos gusta, lo que no nos gusta, lo que nos calienta, lo que nos excita y lo que nos apaga, sin el temor de ser consideradas unas prostitutas. Es nuestro derecho dejar de engrosar los porcentajes mundiales de anorgasmia que tienen a la gente estresada, cohibida e infeliz.

Esa ha sido mi pequeña revolución y mi pequeña resistencia. Cotidiana, diaria, sin complejos y sin complicaciones. No hacer lo que no quiero hacer, o no hacerlo cuando no quiero. Decir lo que deseo y escuchar lo que la otra persona desea. Complacer, ser complacida. Soy cogelona y ¿que?, también soy tragona, bailadora, viajadora, lectora y muchas otras cosas mas. Ejerzo el derecho de tener el sexo que quiero, como lo quiero, con quien lo quiero y cuantas veces lo quiero.

El sexo me alimenta y me libera. Es parte de mi ser animal, pero también es parte de mi ser humano. Escribir sobre sexo me divierte y me gusta tanto como escribir sobre comida, o como hablar sobre mis viajes. Es un mundo en si mismo. Y ese mundo es nuestro y también podemos compartirlo. Esta es mi manera…

Salud!

lunes

miércoles

La primera noche de hace once meses...

Primero fue una copa de vino tinto. Después fue un pedazo de pan con queso manchego.
Nos terminamos las aceitunas. Me quité los zapatos.
Se quitó la chamarra.
Me veía de lejos. Yo nerviosa llenaba mi copa. Se terminó la botella. “Estos chilenos, se consumen pronto”.
Sonrisa coqueta.
“¿Te tomas una grapa?”. No lo preguntó dos veces.
Siguió la grapa. Se quitó los zapatos. Apagó su cigarro.
Se acercó a la orilla de la cama. Yo ocupaba esa orilla.
Me sacó la botella de grapa de entre las piernas: “La vas a calentar”.
Me abrió un botón de la blusa. Yo abrí el de su pantalón.
Se terminó mi copita de grapa. “¿Quieres más vino?”
Nos detuvimos para ir por otra botella a la cocina. Un malbec mexicano en mi honor.
“Mira ven aquí, te voy a mostrar algo”.
Terminé la blusa que había empezado. El terminó su pantalón. Ya no había pan, ni queso, ni aceitunas. Ya no había nada más.
Nos quedábamos nosotros y la mesa bien puesta. Apuramos el resto.
Cenamos hasta empezar el desayuno.

Primero fue un vaso de jugo de naranja. Después un pedazo de pan con…

sábado

la mesa y la cama son para dos...

Comer sola es como masturbarse.
O sea una lo hace, pero si tuviera la opción de no hacerlo no lo haría o al menos no tan frecuentemente.
¿O si?
Masturbarse es como comer sola.
O sea se satisface la necesidad inmediata, se disfruta, se descansa y se relaja, pero sigue faltando esa presencia para compartir las sensaciones absolutas, la alegría de compartir.
¿O no?
Comer sola lo disfruto menos que masturbarme.
Puedo hacer lo segundo sin ponerme de mal humor e incluso varias veces por semana, pensando en ese alguien (real o imaginario, aunque me gusta mas imaginar el real) que está lejos.
Como el sexo también es una necesidad fisiológica, masturbarme si resulta por ahora mi única opción para satisfacer tal. Nadie quiere ver la energúmena que sale de mi dentro cuando no he tenido un orgasmo en una semana. Es casi la misma que sale cuando tengo hambre.
O no, creo que tener hambre me pone peor.
Pero bueno ambas energúmenas son de temerse y mejor de abstenerse.
Al hecho de comer sola no le encuentro excusa, no hay razón. Digo, habiendo tanta gente en este mundo, y tanta más que no tiene que comer, y todavía más la que no tiene nada que hacer, ¿Por qué carajos he de comer sola?
Descubrí que comer sola si me fastidia y si pasan más de tres días y sigo comiendo sola, me da por invitar a comer gente, peor aún, me da por hacerme la invitada en casas ajenas.
Pero es la necesidad, mi necesidad.
¿Con quién habla una del platillo que se degusta? ¿A quién se le pregunta que prefiere tomar? ¿Con quién se comparte la nueva receta? ¿Con quién se saborea el postre? ¿Con quién platica una –del mundo y de todo- mientras se bebe su espresso y se fuma su cigarrito?...no, no, no, comer sola es una de las peores cosas que me puede pasar.
No hay nada más triste que abrir una botella de vino y servir una solitaria copa sobre la mesa para sentarme a comer, que tristeza!.
O tener que decirle al mesero que no se espera a nadie, que puede retirar los cubiertos del sitio que esta vacío frente a una.
Me resisto.
A masturbarme no. Tener en quien pensar, a quien recordar, por quien fantasear me deja, al menos por un tiempo, tranquila, aliviada y relajada. Ganosa!
No me resisto. Aunque, confieso, no es mi condición ideal.
Yo necesito comer acompañada y venir acompañada.
Reir con las dos bocas y sonreir con todos los labios con alguien (a un lado, o arriba, o de frente, o atrás, o como se haga físicamente posible).
Masturbarse y comer sola son actos que niegan la naturaleza social de comer y del ejercicio del sexo.
Además de necesidades fisiológicas, comer y coger son acciones que nos hacen seres sociales, seres sensibles y seres sensitivos.
Definitivamente me opongo a un mundo de acciones individuales como estas.
No es una posicion moral la que tengo en contra de la masturbacion, pero ya pasando los 30 años reconozco que me he vuelto una animal de costumbres y hábitos y yo no prefiero estos. Definitivamente no.
En el mundo en que yo quiero vivir la mesa y la cama se deben compartir...
...son para mínimo dos.

domingo

del aperitivo al dolce, no hay otro mejor lugar para comer que Italia....

Ayer regresé de un viaje de tres semanas por el norte de Italia. Me encantó. Desde la primera vez que fui nació un cariño cuando en el invierno del 2004 visité Roma, Florencia y Nápoles, pero ahora si estoy enamorada.


No es sólo que las ciudades son monumentos, que las iglesias son galerías de arte, que algunos hombres parecen dioses romanos, ni mucho menos su seleccion nacional de fútbol sin Canavaro, es sobre todo la comida y la bebida.
No recuerdo haber comido tanto en otro país como en este.

La diferencia no está en la calidad de la comida, porque he comido bien en casi todos los lugares que he visitado (con excepción absoluta de Inglaterra y Escocia y del este europeo) sino en la pasión por la comida que está en la sangre.

Los italianos son glotones, les gusta comer, les gusta cocinar, piensan en comida tanto o más que en sexo y dedican e invierten tiempo y dinero para disfrutar de sus largas tertulias de tres horas a la mesa empezando por una entrada seguida por el primero y el segundo plato, el plato de quesos y el postre.

Desde los panes del desayuno y el capuchino, pasando por los aperitivos de salami y prosciutto, los primeros platos de pasta o risotto, los segundos de carne (res, conejo, caballo, pato) o pescado (de lago), el plato de quesos y hasta el dolce de la cena, todo forma un universo lujurioso y libidinoso, tanto por la calidad de los ingredientes (jamás en ninguna otra parte del mundo se podrá encontrar una bresaola o un queso mascarpone como ahí), como por el significado que tienen para la gente.

Los italianos hablan de comida, hablan de comer, hablan de cocinar, hablan de los ingredientes, saben y se informan, conocen los restaurantes y los recomiendan, saben en donde pueden comer desde una sencilla piadita o una focaccia hasta un elaborado brasato al barolo o un conejo a la castaña. Es cultura general que se valora, se agradece, pero sobre todo se disfruta.

Las pastas frescas, los panes hechos con aceite de oliva, los rellenos de la lasagna, de los ravioles, de los canelones, de los tortellinis, las salsas de las carnes asadas con romero y mantequilla para la polenta. El tiramisu, la pastelería con crema, merengue, rellenos de almendra, ricotta y mascarpone, el gelato. El café, la grappa.

En tres semanas no hubo un día que comiera mal ni en un restaurante, mucho menos en una casa sentada a la mesa con una familia. No hubo tampoco un momento en el que deje de pensar en comida. A donde fui busqué eso que es particular, típico y propio del lugar que no se encuentra en otro sitio y que hay (por deber y pasión) que probar.

Esta experiencia culinaria la compartí con un nativo de increíbles ojos aceitunados, que huele bien y también come como yo, o sea el viaje fue un orgasmo perpetuo y continuo.

En esta ocasión no hablo del sexo (que también fue glorioso) porque aún tengo fresco el último aperol soda de ayer en un bar de la parte alta de Bergamo. Y hasta hace un rato estaba desempacando los cerca de 15 kilos de comida, entre salamis, quesos, salsas para pasta, dulces y pastelería que traje en mi equipaje. Tengo en el baúl de los recuerdos gustativos una verbena de sabores, de olores, de texturas en el paladar que quiero mantener el mayor tiempo posible.

De verdad fue un viaje de jolgorio en todos los sentidos y yo toda y completa, total y absoluta disfruté cada caloría y contenido energético de todo lo consumido, disfruté cada bocado, cucharada, sorbete, mordida, lamida y trago que di. Todo fue tan absolutamente glorioso como la capilla sixtina de Miguel Angel o como la obra de la Misericordia de Caravaggio.

Pasión malsana la mía, comer y hacer el amor, que se regocija al tener con quien compartirse. A pesar de Berlusconni, es Italia definitivamente mi nuevo gran amor.

lunes

la dolce vita italiana....

cassoncelli, lasagna di cavallo, aperolsoda, cazzo, campari, tiramisu, vino rosso, meringata, porcini, cazzo, piadina, bresaola, vino bianco, formaggio, pesci di lago, speck, brasato al barolo, torte salate, cantuncci e vin santo, profiterol, carne salata, panino, cazzo, espresso, focaccia, pizza, tagliatelle, pastine, pasta, stuzzichini, cazzo, grappe, sesso al lago, canollo sisciliano, capuchinno, cazzo, briosche, birra, cazzo, gnochi baltelinessi, coniglio e funghi e polenta, gelato, cazzo, strinnu, griliatta di carne....e molto letto.

así se sufre en el valle camónico, provincia de brescia, región de lombardia, norte de italia...

cin, cin....

Lo que queda en el recuerdo esta en los sentidos

Hay quienes mantienen recuerdos materiales de historias amorosas ya pasadas.

Están los álbumes de fotos que dan fe de una relación feliz, algo que supongo pues en casi todas las fotos las parejas sonríen. Están los regalitos guardados, un anillo, un collar, un reloj, una cartera, el frasco vacío de un perfume caro. Siempre algo muy personal para llevar consigo. Están también las flores secas del aniversario número tres, los libros de poesía, los boletos de una función asistida en el cine o de un concierto inolvidable. Ahí están esas cosas ocupando espacio en nuestras habitaciones, metidas en cajas y generalmente condenadas al olvido.

Yo no me quedé con nada de eso. Me fui y no me llevé absolutamente nada.

¿Cómo se puede guardar a alguien en el recuerdo sin tener materia de su paso por nuestras vidas?

Cuando le conocí yo decidí hacerlo de una manera especial: el sabor y el olor.

Algo que él supo reconocer inmediatamente fue mi gusto por la comida. Valoró mi curiosidad por conocer algo distinto, nuevo, fresco. Sin que yo se lo dijera supo que me encanta que cocinen para mí y que me seduzcan con la comida.

De él me pareció irresistible su invitación para degustar algo (pre)viendo que iba a gustar, como si creyera que ya me conocía. Esta fue una parte interesante de mi proceso de enamorarme de él, o al menos de decidir que por un tiempo largo lo quería seguir viendo. “Te voy a cocinar algo que te va a encantar” o “te voy a llevar a cenar a un sitio en donde cocinan increíble”. Me quería fascinar. Y lo logró.

¿Qué dicen estos comentarios sobre lo que un hombre que no me conoce cree que sabe de mí?

Me encanta el hecho de que quieran compartir ya sea su habilidad y sazón o ya sea un restaurante y por ende un sitio, el espacio.

Pero más me gusta la idea de que se sientan seguros de que me conocen bastante como para saber cómo pueden satisfacer una parte importante, cómo pueden alimentar mi gran pasión por comer.

Gajes del enamoramiento, que con la comida a mi me funcionan.

Él quedó ahí en mi galería de amores gracias al hongo portobello; al sándwich de jamón ahumado de pavo con espárragos y aguacate que una vez preparó; a las ensaladas de espinacas con nuez en Farfalle; a los spice tuna rolls el día que no queríamos cocinar; a los baggels con queso crema y tomates deshidratados en un desayuno retrasado; al Pad Thai con camarones que antes jamás probé; por aquel salmón a las finas hierbas; por que aprendí que son seductoras las entradas; por las pastas y las pizzas, los pescados y mariscos, por lo japonés, lo tailandés y lo californiano.

Pero también quedó en ese sitio especial en donde tengo a mis grandes amores por el olor. Por el olor de la mañana y del medío día. Por la crema de vainilla y el Dolce&Gabana, por el olor a madera concentrado entre los testículos y el ano, por el que se acumulaba debajo de su brazo, en su entrepierna y en una parte especial en donde me gustaba poner mis dedos. 

Así que si tuviera que elegir cómo quiero recordar a todos mis pasados amores tendría un refrigerador y una alacena. Conservaría los sabores de esas comidas que compartimos, que mostramos, que cocinamos. O como Grenouille, de "El Perfume" mantendría esos olores en frasquitos para mi deleite personal y nocturno.

De esta manera menos dolorosa que la que la nostalgia y la melancolía protagonizan, podría sonreír en cada bocado. Podría recrear su cuerpo carnoso y consistente cada vez que oliera uno de esos repositorios de sus distintos olores. Entonces recrearía nuestros momentos de vino, mesa, mantel, cama y buena compañía en un sólo sabor y en un olor.

He aprendido a reconocer sin tristeza de por medio que hay reacciones en el paladar y el olfato que son recuerdos que mantienen el vínculo. Esa es otra de las magias de la comida que con sabores y sazones se queda en la memoria. Esa es la otra magia de los olores, que con su evocación no dejan que olvidemos.

Él a mi jamás se me olvidará.

sábado

sabado de tarde...

...preparando una ensalada de espinacas con tomates cherry y pimientos de los cuatro colores, partiendo baguette y poniendo mi mesa...
tengo visitas. colegas unos y otras anexas. uno de ellos traerá
cinco quesos franceses, de esos que huelen fuerte y llenan los paladares...
están casi azules!!! yo ya estoy con la boca hecha agua,
manos a la obra para un sábado de vino tinto, pan y queso.
muy francés, pero escuchando a la dama,

"comer, coger, comer, beber, coger y ser amados...
debieran ser delitos castigados...
somos víctimas, del pecado, del pecado neoliberal..."

damas y caballeros conmigo: Liliana Felipe.

miércoles

no te confundas...

soy estufa y horno que cocina,
el comal que calienta mis tortillas,
soy el metate de los chiles,
el molcajete de mis salsas,
soy la tablita para picar,
el delantal que me pongo
y tu me quitas,
soy la comida que cocino
y tu te comes,
soy menú de tres tiempos.
soy quien lava, pica, parte, pela,
soy quien muele, corta, desvena
soy cuchillo...
soy quien sazona, añade, combina
soy quien menea, bate, licúa, revuelve
soy cuchara...
soy olla express y de cocimiento lento,
soy leña de fogón.
soy carbón de anafre.
no te confundas,
no soy tu media naranja,
ni la sal de tu pimienta,
ni el vinagre de tu aceite,
ni la mantequilla de tu pan,
ni el dulce de tu postre,
ni la copa de tu vino,
ni el tenedor de tu cuchillo,
ni la receta de tu madre.
soy la mesa en la que comes
y su mantel.
soy quien mata el pollo para tu mole
quien escoge sus chiles y sus especies,
soy su ajonjolí.
soy quien pesca tu pescado
quien escoge sus finas hierbas.
soy yo quien tiene el mango del sartén,
soy hornilla.
soy fuego que cocina,
soy agua que hierve,
soy los dedos que te chupas,
soy recetario abierto y
soy además el sazón que te penetra.
soy el plato del día y
soy también la recomendación del chef.

jueves

de cocina a cocina...

Todo empezó en una cocina y terminó en otra.

Nos vimos por primera vez en la mía. Yo había invitado a varios amigos a degustar un mole oaxaqueño que estaba para prender unos cohetes. Había casi quince personas en mi casa y la verdad que poca atención le preste ese día. Él llegó como invitado de un invitado mío y además de verle sudar por el chile del mole, no mantengo otra imagen de él en mi recuerdo de esa noche.

Unas semanas después el invitado que lo llevó a mi casa me invitó a mí a cocinar algo en su casa. Entonces él volvió a aparecer. Yo estaba en la cocina. Llegó a meter un par de botellas de vino blanco al refrigerador, de paso saludó y me recordó cómo se había enchilado con ese mole que había comido en mi cocina. Y entonces se quedó mientras me hablaba de su trabajo. Era fotógrafo.

Me seguía con la mirada, observaba mis movimientos como si estuviera buscando un ángulo desde su cámara, como si me estuviera viendo a través de un lente. Me hablaba y yo de espaldas a él, frente a la estufa sentía como me veía, yo picando el ajo, yo pelando la cebolla roja, yo partiendo los champiñones, yo preparando una pasta a la crema con salmón, yo cortando el pan, yo dejando lista una ensalada de tres distintas lechugas con aceitunas, tomates deshidratados y queso feta.

Él y yo solos en la cocina invadidos con los olores, a ajo, a cebolla, a salmón, a vinagreta, a perejil fresco. Invadidos por el olor al chocolate del pastel que se horneaba en ese momento.

Hablamos hasta que logré terminar y quitarme de encima el delantal que llevaba. Me miro de pies a cabeza, se detuvo en el culo y después me miró directo a los ojos.

Nos sentamos uno al lado del otro. La cena fue relajada. Éramos ocho personas.    Comimos, bebimos, hablamos, nos reímos mucho, nos comimos el pastel de chocolate que estaba buenísimo después de los porritos, en fin una cena entre amigos.

Al despedirnos la invitación la hizo él, “el próximo viernes te puedo invitar a cenar a mi casa pero no soy buen cocinero”. Entonces acepté la invitación con la condición de que yo cocinaría: “¿te gustan los mariscos?”. Vino blanco entonces.

Por supuesto que el tipo me gustó, ¿Cuál otra razón se esconde detrás de una mujer que se ofrece a ir a cocinar a casa de un hombre que no es ni su papá, ni su hermano, ni su sobrino?

Llegó el día de la cita. Yo puntual toqué a su puerta y como habíamos quedado llevé todo para cocinar. Él descorchó una botella de un vino blanco que estaba seco, hacia tanto calor en la ciudad que fue un bálsamo dejarlo sentir en mi boca.

Una vez más se instaló en la cocina para verme actuar. Yo puse manos a la obra. Camarones rellenos de cangrejo envueltos en tocino, arroz amarillo, ensalada de aguacate con naranja, paté de queso crema con ostiones ahumados y almejas asadas con verduras frescas. De postre helado de mango. Prendí el horno y tomé todo lo que me pareció necesario, sin preguntarle si podía. Me imagino que esa confianza con la que actuaba en su cocina lo desconcertó un poco. Tal vez el hecho de que cocinara mariscos le pareció una insinuación. 

Yo lo noté un poco nervioso. Se disculpó por no tener una vajilla adecuada. Punto en su contra que pronto se me olvidó al ver la calidad del aceite de oliva que tenía. También el excelente café, una mostaza de primera, queso de cabra, mermelada de zarzamora y yogurt de manzana, todas cosas que me encantan.

Terminé la comida, servimos, cenamos. Recorrimos todos los temas habidos y por haber y así terminamos dos botellas de vino blanco. Yo sentía tanto calor que le propuse comernos el helado de mango a dos cucharas del mismo bote. Me lo quería terminar. Seguíamos con el vino fresquito. Nos quitamos los zapatos debajo de la mesa.

Ya era tarde, habíamos hablado bastante, las velas se habían consumido, era hora de irse a la cama o…¿para qué me había invitado? Yo esperaba no salir ilesa de aquella casa. 

Pero antes de la cama fue la cocina por supuesto. Yo me levanté quitando de la mesa los platos que no pensaba lavar. Pero era un buen pretexto cambiar de posición después de las horas sentados en las sillas. Por supuesto que cuando me levanté él se levantó ayudando a limpiar la mesa. Sin pensarlo estábamos despejando el escenario.

Dejamos las cosas en el lava-trastes, yo me quedé recargada sobre un mueble mientras bebía un poco de agua. Se me acercó sin dejar de hablar de lo que estaba hablando, yo para entonces ya sentía tantas ganas de desvestirlo que ni atención preste a lo que decía.

Me tomó del cuello con las dos manos (esa actitud ya sumaba varios puntos), me besó, me metió la lengua con ganas, como si tuviera un camarón en la garganta y me lo quisiera sacar. Yo no estaba buscando marisco alguno, pero le respondí de la misma manera.

Se puso de frente a mí. Era alto, entonces lo abracé por la espalda, el cuello me quedaba incómodo. Acercó su sexo al mío. Para mi sorpresa el tipo estaba listo. Lo toqué para comprobar, y si, ahí estaba él, muy erecto, presumido y, hasta donde lo pude sentir con el pantalón aun puesto, también grande...esperándome.

Nos fuimos andando, él frente a mí y yo caminando hacia atrás. Choqué con la mesa. Me recargué, y ahí me sentó, o mejor dicho me senté.

Apurado se bajó el pantalón y, apurada, yo me bajé el mío. Nos quitamos camisa y blusa respectivamente. Me dejo esperando medio minuto pues fue por el condón a su recámara, pensé en quitarme el collar que traía pero lo encontré muy lindo ahí entre los senos desnudos.

Le pregunte si quería que nos fuéramos a la cama. Por supuesto que no, me dijo. Quería hacerlo ahí, en la cocina, con el olor reciente de la comida que nos habíamos comido, con el resto del helado de mango accesible, con el vino blanco por terminar.

Y ahí nos quedamos. Desnudos en la cocina, le dimos vuelta a la mesa, usamos las sillas, terminamos el resto de lo que quedaba de helado, de vino. Hicimos el amor recargados en el refrigerador, tirados en el piso, a un lado de la estufa. Nos quedamos ahí hasta que el fresco de la madrugada nos envió a la cama, a la que nos llevamos el resto del paté de ostiones embarrado en un pedazo de pan que nos comimos antes de quedarnos dormidos.

domingo

de-tox

No he escrito porque no me quiero llenar la cabeza pensando en comida. Estoy en desintoxicación haciendo un programa vegetariano de diez días. Voy terminando el cuarto. Mi último día será el sábado y en una semana espero estarme sintiendo “cherry” de pies a cabeza.

El primer día evite el café, el te, el alcohol, los carbohidratos y los lácteos, o sea todo lo que consumo diariamente. El segundo día escogí una fruta para comerla todo el día: me saturé de uvas, que de tantas sentía que si se fermentaban me darían una sorpresa. El tercer día comí sólo frutas, pero sin mezclarlas, cada dos horas algo distinto.

Hoy las frutas quedaron en el desayuno y ya pude añadir al menú verduras frescas para la comida y cocidas, a vapor o a la plancha para la cena. Así me la voy a pasar hasta el viernes, cuando ya pueda desayunar otra vez un poco de yogurt con granola y cenar mis verduras con 100 gramos de pescado. El sábado será igual. El domingo puedo volver a la normalidad con un régimen distinto al que llevaba y, ya dije, espero sentirme casi virgen…aunque esa sensación la tengo después de este de-tox de cama; casi catorce años non-stop de sexo y de repente el desierto.

Este de-tox de sólo diez días, me está dando una buena lección: a lo único a lo que soy realmente adicta es al café pues el otro de-tox me ha mostrado algo que yo creía imposible: puedo sobrevivir sin sexo...aquí estoy vivita y coleando. Aunque espero que así como este detox alimenticio termina el sábado, el otro de-tox finalice pronto, muy pronto.

miércoles

de alimentos afro...

Lo sabía, lo sabía, que después de que alguien leyera mi inicio de blog me iba a preguntar lo típico cuando se habla de la combinación cocina y cama: ¿y qué onda con la comida afrodisíaca?

Pues yo no soy la experta, pero si puedo asegurar que hay alimentos que por sus propiedades estimulan ciertas glándulas y conexiones nerviosas que nos ayudan a ponernos a más de la temperatura ambiente o a que el deseo no termine en la primera ebullición.
Aunque tampoco es como para atacarse de ellos. Creo que es más importante estar en un ambiente adecuado, con la persona correcta y en el momento oportuno. Además eso de comer y después irse a la cama (o al coche, o al sofá, o al cuarto de lavar, o a la escalera, o a la oficina, o al cuarto de baño del lugar en donde estamos) me parece que no hace nada bien al proceso digestivo.
Yo me siento a veces tan satisfecha, porque ya que tengo buen diente como bastante, que después de la comida se me antoja más salir a caminar o tomarme un digestivo que empezar a hacer movimientos bruscos y violentos. O también porque luego ya me ha tocado el típico que no digiere bien algún alimento en particular y apaga la pasión con un eructo olor a cualquier cosa que ya me baja mal las feromonas.
O si no también me paso haber comido algo que de hecho me cayo súper pesado que terminó siendo contraproducente (una vez leí de las propiedades del plátano para recuperar energías, y en una mañana me los comí en ayunas pues no quise preparar desayuno antes, y los dos malditos plátanos me cayeron fatal y terminé bebiéndome un litro de yogurt natural para bajarle al aire con el que se llenó mi estómago, imagen absolutamente nada sexy). De ese mañanero mejor ni hablar.
Para mi lo mejor es integrar estos alimentos a la dieta diaria para estar en forma y con ganas en cualquier momento…de que me toquen y me prenda. Claro siempre y cuando tenga a alguien que me toque y me prenda, pero la discusión sobre el male déficit no es parte de este texto.
Aunque comer estos alimentos cotidianamente me impide saber si realmente lo que estoy comiendo me está provocando el deseo y el ímpetu sexuales o es que ya nací golfa. Mejor le echo la culpa a las almendras.
Anyway, yo incluyo de todas maneras esas cositas en la alimentación, con o sin intenciones sexuales, porque casi todos los alimentos catalogados como afrodisíacos son ricos, comerlos ya son un placer y combinarlos un placer doble.
Por ejemplo un desayuno que incluya avena cruda con miel de abeja y cualquiera de estas frutas (fresas, cerezas, frambuesas, manzanas, piña, plátano) con avellanas y nueces; una comida con mariscos, esos si funcionan de verdad (sobre todo los camarones y ostiones frescos que con una docena ya tienes sexo para tres o cuatro horas, empíricamente comprobado); cena con ensalada de rúcula, espárragos, apio, alcachofas, aguacate, hierbas de olor como el perejil, la salvia y el romero.
Los pistachos, las semillas de calabaza son una buena botana.
Ya que uno huele a lo que come hay que tomar en cuenta las especies, como el anís, la vainilla, el clavo, la canela porque los olores también son estimulantes, digo, si son ricos, no estos olores a queso europeo mal digerido que abundan por aquí. A mí no me molesta pero hay a quienes no les gusta el olor a ajo. Yo cuando cocino y pongo a calentar el aceite de oliva y después dejo caer el ajo picado y ese olor empieza a llenar mi cocina siempre tengo la fantasía de tener a alguien detrás ayudándome a cocinar. Es el ajo. Que es un gran afrodisíaco y yo creo que más que por comerlo es por olerlo. Los árabes tienen bien ganada su fama en la cama y, creo, que el olor es un factor fundamental. O al menos conmigo ese cordero al ajo si hizo su efecto. Como también lo hacen las pastas al olio e aglio de las que tengo mucho para contar.
El café y el vino sin caer en excesos también son estimulantes. Yo no vivo sin mi café de la mañana y no ceno sin mi copa de vino. Después de tomar el primero y de degustar la segunda podría, con mucho gusto, irme a la cama un par de veces consecutivas.
El chocolate, está comprobado, es absolutamente afrodisíaco, si yo lo como un poco antes del sexo me da energías y me saca las ganas, si me lo como después de, repongo energías y ganas, pero si lo como durante el día en pequeños pedacitos no hago sino pensar en sexo. Pero tiene que ser 100% cacao, si no es más azucar, y en ese caso me como una cucharada de miel que también produce efectos.
Por ahora lo evito. No vaya a ser el diablo.
Como se puede apreciar estar en la onda afrodisíaca es muy cercano a estar en la onda vegetariana, con excepción de los mariscos, pero no se puede negar su saludable condición. Ya hay un “afrodisiaquismo” más radical -no vegetariano- que incluye criadillas, huevos de tortuga, aleta de tiburón y cosas más exóticas, según la cultura.
A propósito del tema ha habido intentos de hablar de comida y sexo con pretensiones literarias. Isabel Allende escribió Afrodita, pero yo de entrada no leo a Isabel Allende, así que no se que tal esta el libro. El que me han dicho que es fundamental es uno de Vázquez Montalbán que no conozco porque está agotado, y ya ni del nombre me acuerdo.
Y ya le paro porque me voy a comer, que de tanto hablar de comida me ha dado un hambre que bien me acostaría con alguien ahora.

martes

yo no tengo pretenciones literarias, solo culinarias...

domingo

he ahi el dilema...

¿coger o comer? es la pregunta que me hicieron unos amigos después de saber que quiero escribir sobre la cocina y la cama. me parece difícil tener que elegir entre uno y otro. pero como el dilema no está entre tener un placer gustativo o un placer clitoral (si es que existe la palabra)...pues me decido por comer porque para tener un orgasmo no necesito coito....

viernes

Entradas

de chica era muy mala para comer, pero me encantaba jugar a la comidita. tampoco me gustaban los chicos. estoy hablando de una edad temprana, muy temprana. afortunadamente una cambia. ahora se que mi gusto por la comida lo heredo de mi padre, que siempre está de antojos y hasta se saborea las cosas antes de comérselas. mi gusto por la cocina viene de ver a mi abuela cocinar, que aunque no era refinada en su cocina su limitado menú de pueblo jalisquillo era siempre una jolgorio: pozole, tostadas de carne deshebrada, sopita de fideos, pipian y las históricas albóndigas que nadie hace como ella con sus hojitas de menta fresca. y también a mi bisabuela, que como buena sinaloense me horneaba coricos y me cocinaba tamales de elote, de frijoles dulces o de camarón y a mi mamá le hacía una capirotada que nadie, dicen en mi casa, ha podido hacer como ella. como digo, menús limitados y nada refinados pero con el toque que tienen solamente unas manos virtuosas, como las de las mujeres de antes....y de ahora también.
hasta bien entrados los 17 o 18 fue cuando empecé a tomarle el gusto a la comida, o sea a tenerla como tema de conversacion, a pensar en un menú para alguna fecha especial, a comprar recetarios especializados, a probar platillos y comidas extranjeras. y decidí instalarme en ese universo de olores y sabores, colores y texturas...y darle a mi paladar eso primeros placeres increíbles, justo esos fueron los primeros.
pues el gusto por la cama lo descubrí después.
no se si el gusto por el sexo se hereda. tengo mis dudas. se que hay gente que no le gusta cocinar, entonces supongo que hay gente en el mundo que no le gusta el sexo. y bueno, yo respeto. porque claro, todo depende del contexto, del lugar en donde crecimos, de la cultura que nos habita, de todo eso que puede ser o muy represor o muy liberador. en mi caso fue lo segundo. y aunque no me consta el gozo, jamás vi en mi casa estas caras de anorgasmia que de repente si lleva aquí la gente que de tan blanca casi transparente poco pueden ocultar.
o tal vez fui de las primeras que llegó a la repartición del libido que me abunda, como me abunda sazón en la cocina.
Soy una presumida.
sazón es femenino o masculino, y ¿libido?