jueves

La Biznaga...un cactus mestizo en Oaxaca

Después de mi natal Baja California, Oaxaca es el estado que mejor conozco, al que más he visitado y en el que más tiempo me he quedado. Cuestiones de trabajo me llevaron en 1999 a conocer la ciudad capital. Después me ha tocado recorrer los valles, las sierras, el itsmo y la costa. Me gusta estar en Oaxaca, me gusta el clima, me gusta la gente, me gusta el ambiente, me gusta la artesanía y la ropa, me gusta la música y cuando estoy ahí me siento como en mi casa.

La comida fue obviamente uno de los elementos que me enamoró del lugar. El mole en sus varias presentaciones que es motivo de un festival de manteles largos durante julio en la capital. El mezcal, el tejate, las tlayudas, los tamales en hoja de plátano, el chocolate en agua, el buen café de la sierra, los helados de garrafa de la iglesia de La Soledad y tantas otras delicias hacen de la cocina oaxaqueña una de las mas ricas del país.

Pero cuando ya se conoce tan bien el folclore culinario, nada más refrescante que visitar un oasis de sabores nuevos y variados, de combinaciones arriesgadas y exóticas, y por que no hasta eróticas.
Eso es La Biznaga, un restaurante muy original ubicado en una vieja casona con patio interior en el centro de Oaxaca.

Conocí el lugar invitada por un colega antropólogo al que también le gusta comer bien. Después he vuelto sola varias veces. El sitio es muy agradable. Las mesas están ubicadas en el patio central de la casa, con un gusto rusticon pero refinado. A la izquierda hay una barra larga con un buen número de distintos licores, también una variedad de cervezas que incluye algunas europeas. Sirven vino tinto o blanco por copa o por botella.

El personal es amable y el ambiente es bastante relajado. Las veces que he estado ahí he comido con música muy bien elegida, electrónica suave, chill out, algunas mezclas de jazz con electrónica, o Lila Downs cuando se ponen oaxaqueños.

Generalmente doy banderazo de salida con un mezcal de cedrón de la casa. Ahí sirven uno que se llama Los Palenqueros. Además de las naranjas de rigor, te sirven una botana de zanahorias con limón, sal y chile.

El menú está escrito en dos pizarrones grandes que cuelgan de una viga, quedando frente a las mesas. Se enlistan, en el pizarrón del lado derecho las entradas, las sopas y las ensaladas, mientras que el pollo, la carne, el pescado y los postres en el del lado izquierdo.
A mi me gusta mucho empezar con Las Calendas, que es una hoja grande de hierba santa asada rellena de queso, flor de calabaza y rajas de chile poblano. No recuerdo haber pedido otra entrada distinta, porque a mi la hierba santa me encanta. Me he saltado generalmente las sopas -de cuatro quesos, de verduras, tipo crema o caldo- pero la silvestre con champiñones y tocino es una delicia.

Después sigo con una ensalada. Me gusta la Fresca con espinacas, toronja, nueces picadas y tocino y me gusta la Tehuana con berros, pera, roquefort y pistachos. Siempre me tardo mucho en decidir el plato fuerte pues todo se me antoja. Conozco el pollo Sandunga con plátano macho en mole de guayaba que es una delicia, también el filete de res El Necio, en salsa de chile pasilla, ciruela y mezcal, semi-acidito. He comido el filete De la Sierra, que es un pedazo de tasajo con hongo portobello, nuez y queso de cabra, un poco picosito. El pescado Al Pastor que es riquísimo, servido en una cama de piña, nopales y cebollitas. Generalmente la guarnición es arroz y sirven tortillas de maíz. La última vez me decidí por los camarones al Ajillo, servidos en una cama de arroz con una salsa de mole de tamarindo y rodajitas de chile frito. No me arrepentí.

Todo, absolutamente todo vale la pena probar, por eso hay que dejar espacio para el postre.

Conozco el Cinco hermanos que es una mousse de chocolate con guayaba; el Susto (mi favorito) que es un flan de coco con una salsa de cajeta al mezcal y la Lechuza: tarta de almendra con pera y un jarabe de chocolate. También tienen típicos helados de garrafa.

Ir a La Biznaga es una experiencia, y no lo digo porque vi ahí una vez comiendo a Pedro Armendáriz Jr., sino por el viaje de sabores tan variado y tan distinto que ofrece su singular menú. No deja de ser comida mexicana con ingredientes de la región, pero combinados con ingredientes de otras partes el resultado son combinaciones pertinentes y gustos distintos.
A precios bastante razonables, La Biznaga es uno de mis lugares favoritos para comer en México. Contrario a su nombre, no es un cactus en el seco desierto, el sitio es un bálsamo en el centro de la capital oaxaqueña.

Info: www.myspace.com/labiznaga (una actualización y mejor diseño no les vendría mal).

viernes

El conocedor. Vinos, placeres y sabores.

Es un placer (un vicio casi adicción tambien) abrir una revista de cocina. Por mas sencilla que sea me entretengo con las recetas, las fotografías y los útiles “tips” que aparecen en recuadros.
Pero hojear una que incluya artículos para instruir y compartir el conocimiento sobre productos y delicias varias ya es un lujo. Esto fue para mí descubrir, (si, apenas la descubrí), la revista “El Conocedor, vinos, placeres y sabores, edición México”.
Lamentablemente me he perdido los seis números anteriores. Compre el siete y el ocho. Ninguno tiene desperdicio.
La edición esta muy bien cuidada, con fotografías seleccionadas y artículos bien escritos que captan la atención desde la primera línea. Me gusto mucho que le dediquen el mismo número de páginas tanto a la bebida como a la comida.
El numero siete esta dedicado a ilustrar sobre los vinos australianos, sudafricanos y neozelandeses, mientras que el ocho lo hace sobre los vinos del viejo mundo. En ambos números cada vino se comenta en relación a su color, aroma, sabor, maridaje y precio. Tambien encontré que en cada numero hay un articulo dedicado a una cepa distinta (en el num. 7 al Syrah, en el num. 8 al Merlot), supongo que así será en los números siguientes. Hay un reportaje sobre los vinos blancos mexicanos (num. 7) y otro sobre lo que es el vino, su composición y elaboración (num. 8).
El área dedicada a sabores se llena de reportajes sobre cocineros afamados, restaurantes en el mundo, viajes gourmet (por ejemplo uno a Tailandia, en donde absolutamente se come fenomenal lo se por experiencia propia) y tambien hay algunas recetas de cocina. El num. siete mas bien dedicado a la cocina oriental (artículos sobre el sushi y su “pe a pa” para prepararlo y una receta de helado de te verde) contrasta con la degustación de quesos que en el siguiente numero se nos invita a hacer, con lista de precios y maridaje incluido, porque “con buen queso y mejor vino, mas corto se hace el camino”.
Los placeres cierran la edición con reportajes sobre ciudades, reseñas sobre libros y uno que otro ‘tip’ sobre tendencias.
El conocedor es una revista para conocer, para aprender y para convertirse en eso: en un conocedor. Es referencia obligada, me parece, para quienes tenemos la pasión por la cocina y el vino, sin ser catadores expertos o chefs reconocidos, para quienes buscamos aumentar nuestro conocimiento del universo del gusto y del sabor. La revista nos muestra en unas paginas una parte de lo que forma el inmenso e inabarcable mundo del buen comer y de la bebida de Bacco, con un buen gusto editorial.
Por eso aplaudo el proyecto deseando que vengan más números de tan interesante revista.
Salud!

Los beneficios de la yoga...

Flexibilidad, elasticidad, firmeza, tonicidad, fortaleza, relajación y sobre todo cero estrés.


Gracias India, por tu inmensa sabiduria...

El oasis en mi desierto.


Yo había hecho un recorrido por otras ciudades del país. Ahí fui porque el desierto me llamaba. Una casualidad nos hizo ir juntos atravesando todos los paisajes posibles en un viejo Mercedes beige. Música tradicional islámica acompañaba el recorrido. Teníamos una bolsa con naranjas que compartíamos entre los cinco: cuatro beréberes y yo. Había intentos de comunicación, ellos, los marroquíes, intentando un mal inglés, yo un mal francés.

Los idiomas no coincidían pero había una camaradería que el viaje provocaba. Ellos trataban de explicarme lo que íbamos viendo en el camino, el atlas, las cumbres nevadas, los “kasbah” y los oasis. Me llamaron la atención sus ojos oscuros como su cabello y su piel morena. Él no era el más guapo pero si el más serio de todos. Yo hacía intentos por provocar una conversación pero no hablo árabe marroquí ni tampoco francés, el no hablaba español, ni inglés. La atracción se alimentaba de miradas calculadas y oportunas, tímidas y discretas, atrevidas y directas.

Al llegar al desierto nos instalamos en una “jaima” o tienda de campaña hecha de tapetes bordados. Ellos tomaron una grande, dejándome a mí una pequeña. Estábamos en Merzouga. Después de lavarme y dejar las cosas en un aposento que olía a canela, con una cama cubierta por velos de colores y rodeada de cojines, con luz de velas, fui a unirme al resto del grupo para cenar.

Había un manjar servido en una mesa bajo las estrellas. Pollo al limón amarillo con aceitunas, borrego en salsa de ciruela pasa con almendras, una riquísima pastilla de carne y carne de camello asada, todo cocinado y servido en tajine de barro. La comida la compartimos entre sonrisas, cuscús, pan, té a la menta e intentos de pláticas. Ellos se divertían hablando ese idioma que El Profeta conoció. Él y yo intercambiábamos miradas.

La luna y el cielo estrellado invitaban a dar una vuelta por las dunas iluminadas. Me levanté y dije que iba a caminar por las olas de arena. Comprendieron sin entender y él se ofreció a acompañarme. Se levantó y me siguió.

Me dijo algo en un francés con un acento árabe que me provocó un estremecimiento. Cuando el idioma no es el código de comunicación es más fácil comprender lo que un cuerpo expresa. No necesitábamos hablar mucho, la oscuridad –cómplice infalible- ayudaba. Me tomó la mano y caminamos hasta llegar a una alta duna.

Sentados viendo el cielo intentábamos hablar, pero el silencio fue lo más prudente. Al oler la mezcla de especies, menta, sándalo, dátil y canela de su piel morena, enloquecí. Me atragante con su aroma. Aspiré su olor hasta que el deseo me invadió el cuerpo. Me acerqué a su boca y él respondió con un beso húmedo que aun sabía a limón amarillo.

Nos fuimos a mi “jaima”. Las velas reflejaban sus flamas sobre las paredes de colores y bordados. Nos metimos bajo los velos y nos desnudamos de prisa, jadeando de ganas. Tenía el pene más grande y oscuro que he visto en mi vida. Sin turbante y sin la ropa típica del deserto me sorprendí viendo el miembro más impresionante que jamás hubiera tenido dentro.

Él decía cosas en francés, yo las decía en español: estoy segura que decíamos lo mismo. Movía la pelvis con la maestría de un experto. Me llevaba a la cima sin permitirme llegar. Me prolongó el gusto y las sensaciones hasta que decidí subirme a él y pedírselo. Estábamos hechos un lago, teníamos toda la humedad que el Sahara necesitaba.

Éramos el oasis en medio del desierto.

Así se nos hizo de día. El sol del amanecer le daba a las dunas una sombra particular. Arropados con las cobijas salimos a ver el espectáculo de arena. Saciada salí de mi aridez de mucho tiempo. El desierto que me habitaba se quedó al sur de Marruecos, junto con el oasis que entre sábanas también deje.