jueves

Cosquillitas ahi

Fue durante unas vacaciones de verano. En esos largos días de sol y claridad durante los cuales pasaba el tiempo en la calle con el grupo de vecinas de mi barrio. En esos días salíamos a jugar a la playa, que nos quedaba a una cuadra y cruzábamos "al otro lado" caminando por la arena haciéndonos pasaportes de cartulina por si llegaban los de la “border patrol” a pedirnos documentos. Antes apenas aparecían esos gorilas y cuando llegaban ni caso nos hacían.

Íbamos “al otro lado” todos los días, jugábamos en el parque que está ahí juntito -en donde dice que es el limite entre México y Estados Unidos- y nos sentíamos muy cucas porque estábamos solas “en los Estados Unidos”. En esos veranos los días volaban y desde las 12 del día estábamos en la calle. Cuando no estábamos comiendo una “nieve de frosty”, estábamos patinando sobre la banqueta o comiendo nachos con queso, o comprando paletas de helado de cajeta, o platicando en la esquina con los vecinos o jugando quemados contra la pared de una vecina que nos odiaba por eso o montando bicicleta. Y fue justo en una bicicleta que supe que ese algo que dios me puso en medio de las piernas y que me hacía diferente a los niños, tenía vida propia.

En esa ocasión íbamos en bicicleta las seis que formábamos el grupo. Habíamos hecho una excusión y veníamos bajando en bicicleta una calle empedrada. Yo en mi bicicleta de mediados de los ochenta, -de asiento largo, ancho de atrás y angosto de enfrente-, llevaba a mi hermana menor detrás, por lo que tuve que acercarme a la orilla del asiento. Iba yo sentada en la punta apretando las piernas, cuando el constante brinco causado por el empedrado de la calle provocó un, igual de constante, roce de mi vagina con el asiento.

Empecé a sentir calor y humedad y una sensación amable, por decirlo de alguna manera. Al terminar el trayecto insistí en volver a bajar la calle, pero ninguna de mis amigas quería repetir. Me esperaron en la esquina comiéndose unas paletas de semaforo con chamoy. Yo subí obligando a mi hermana a hacerlo conmigo, pues quería volver a tener la misma posición en el asiento. Empecé el trayecto mas arriba, para que el descenso fuera un poco más largo. Sabía que se llegaba alguna parte con esa sensación, intuía que no podía quedarse en eso. Subí con mi hermana, nos fuimos hasta la cumbre de la calle, nos sentamos las dos, me acerqué a la orilla del asiento, apreté el sexo y los muslos contra él, provoqué el roce, empecé a sentir eso que no sabía cómo se llamaba pero que estaba sintiendo. Se fue haciendo más intenso hasta que llegó una oleada de humedad mayor y me dieron cosquillas ahí.

Reí al bajarme de la bicicleta, con muchas ganas de meterme la mano entre las piernas, sentía como entumecido, hormigas que recorrían esa parte que ahora estaba relajada.

Fue mi primera vez.