viernes

Primero sueño


Cuando abrí los ojos estaba arriba de mí. No sé en qué momento se metió a mi cama. Horas antes nos habíamos despedido en el café de costumbre. Habíamos tenido una discusión de esas cuyo motivo es estúpido pero cuyo alegato complejiza cosas.

Todavía con el sabor del café irlandés en los labios, salí un poco molesta. Él se quedó ahí, dijo que se tomaría otro café y después se iría a su casa. Yo llegué a la mía. Me quité la ropa del día, la aventé a la canasta de la ropa sucia y me puse una camiseta enorme que me compré la última vez que fui al estadio de beisbol. De ligero algodón, a rayas café y blanco, mi camiseta dice al frente en grandes letras naranja: Los Padres y, en letras pequeñas, dice San Diego. De niña fui aficionada a singular deporte.

Cené algo ligero, me serví una copa del vino que había bebido con la cena de la noche anterior y me senté a cambiar los canales de una televisión que sólo veía sin escuchar. Estaba todavía enojada con él.

Cuando empecé a bostezar me acosté pero tomé el libro que estoy leyendo. No avancé mucho. Cuando no estoy concentrada me cuesta seguir una historia. Estuve regresando párrafos y páginas atrás para entender cómo el personaje había llegado a dónde ahora estaba, o para entender el diálogo que estaba teniendo. Desistí y apagué la lámpara. Creo que al poco rato ya estaba dormida.

De repente abrí los ojos porque sentí un movimiento casi telúrico. Los abrí aún más cuando lo vi sin ropa arriba de mí. Me tapo la boca con sus labios. Me besó mientras me bajaba el calzón con la mano derecha. Yo contesté a su beso que era húmedo, pero sobre todo demandante. La poca luz que entraba a mi recámara se colaba por atrás de las cortinas, eran de las lámparas que iluminan el patio del edificio. Era tenue pero suficiente para verle claramente el rostro y el cuerpo.

Después de besarme, bajó su cabeza para ponerla en medio de mis piernas. Mi camiseta se la tapaba, así que solamente veía algo medio redondo moverse bajo mi vientre mientras yo lo tomaba con las dos manos como si fuera un balón, para guiarlo.

Cuando me dejó anegada, subió a besarme los otros labios y empezó a subirme la camiseta para quitármela. Abajo no tenía absolutamente nada así que ambos quedamos igual de desnudos. Me tocaba como si me estuviera amasando, como si de mí fuera a sacar una pasta hojaldrada o una perfecta y redonda tortilla de harina al comal.

Lo sentí especialmente deseoso. Como si no hubiéramos hecho el amor en semanas, como si no nos hubiéramos visto en mucho tiempo. No sé si fue el pleito, su enojo o mi frustración, pero nuestros cuerpos estaban encontrando una conexión especial, de esa que hace mucho no tenían.

Subió mis piernas a sus hombros y me penetró como un toro embistiendo, sin piedad y sin preguntar si le estaba permitido. No me permitió que le mojara el pene con la lengua. A quema ropa disparó y yo deje salir un gemido que mezclaba un poco de dolor. Su cara estaba rodeada de mis piernas, con las puntas de mis pies le jugaba las orejas, parecía un retrato con su propio marco. Siguió adelante con un ritmo indócil que poco a poco pude alcanzar.

Coordinamos los centros de nuestros cuerpos para hacernos sentir lo que queríamos. Apreté el sexo varias veces, para succionarle el pene. Como si mi vagina fuera mi boca, le chupaba el sexo con el mío.

Me volteó, le gusta verme las nalgas. Me abrió las piernas y volvió a embestir, está vez el gemido no llevaba dolor. Cada vez que entraba y salía me asimilaba mejor a su indisciplinada cadencia. Me hacía a su modo y yo me dejaba llevar. Cuando lo sentí listo empujé mi cadera hacia al frente y lo acosté sobre su espalda.

Entonces yo subí a mi trono de reina, me senté sobre él y de ahí dominé el mundo que estaba concentrado tras el horizonte de mi cama. Yo estaba concentrada en el centro de mí misma. Sentí la tibieza de su orgasmo cuando se combinó con el mío.

Alcancé mi camiseta de Los Padres y me puse el calzón. Me acosté en mi lado de la cama y sin decirle nada me giré y le di la espalda.

Desperté sola. La cama estaba revuelta porque yo soy un remolino a la hora de dormir, pero no había huellas de una visita. Me levanté y fui directo al baño, nada, a la cocina, nada. Los seguros de la puerta estaban cerrados por dentro y las llaves colgadas en su lugar. El silencio era lo único que se escuchaba en el departamento.

Regresé al baño a orinar y de ahí salió un olor delatador, a sexo revuelto, a semen y flujo propio. Me quité el calzón, me lo acerqué a la nariz y respiré: olía a sexo y además había huellas visibles. Fui a la cama y la olí, las sábanas olían a lo mismo, a ese olor que barniza el ambiente que rodea a dos cuerpos que se penetran, que sudan juntos y que juntos expiden fluidos y líquidos varios que mezclados forman ese olor a sexo que siempre se esparce pero que nunca es igual.

No me lo explicaba. Le llamé por teléfono, él tardó en contestar. Estaba dormido, dijo haberse ido tarde del café pues se encontró a un amigo. Llegó a su casa pasada la media noche y como había tomado tanto café no podía dormir, entonces vio una película y se fumó un porro para que le diera sueño. Se quedó dormido en el sofá, calculaba que como a las tres de la mañana, pero con el primer rayo de sol se fue a su cama de donde se había levantado para contestarme.

Le dije que olía a sexo, que mi cama, mi ropa, mi vagina olían a sexo, al sexo con él. Le dije que ayer había estado en mi cama, que me había hecho el amor, que ¿no te acuerdas? Se rió de mí.

Me quedé sentada en el sofá de la sala viendo por la ventana empezar el día. Revisé las ventanas, imposible entrar o salir por ahí, es un cuarto piso. Revisé la cama en busca de cabellos, alguna prenda olvidada. Nada. Mientras esperaba que el café estuviera listo seguía oliéndome para asegurarme. Me bebí el café recordando la noche, aún de pie recargada sobre el mueble de la cocina.

Antes de bañarme volví a inspeccionar mi olor, idéntico al de unos momentos atrás: huelo a sexo, huelo a puro sexo. Me observé al espejo, como siempre hago cuando quiero reconocerme. Pensé en todas las veces que he soñado algo que ya sucedió, como si fuera una reinterpretación del subconsciente, una reconstrucción para contármela dormida. Pero esto era diferente. Eso no había pasado antes de anoche.

Identifiqué en mi cara esos rasgos relajados prueba irrefutable de que he hecho el amor: me brillan más los ojos, se me ve el cutis más limpio y el mentón más relajado. Tengo mi cara de orgasmo, me dije viendo esa imagen frente a mí. Me metí a la ducha y mientras me bañaba noté la marca roja sobre mi nalga derecha, como
siempre hasta me nalgueó el muy cabrón.

Mejor me reí, si sigo me voy a volver loca. Sola la frase de una canción escuchada se me vino a la mente, todavía en la ducha empecé a tararear: “tan beautiful…mmm…mereces lo que sueñas”.

…si, pensé, lo merezco.

miércoles

¿Pornografía para mujeres?

En el último número de la revista Gatopardo (Septiembre 2009) viene un reportaje sobre una directora de cine porno. Sueca, radicada en Barcelona, ella y su esposo iniciaron una productora de películas hechas para mujeres con una visión femenina, asegura Erika Lust en el artículo.

Veremos...

No sé si se puede hablar de porno para mujeres, feminista o femenino. A mi únicamente me gustaría ver más porno con argumento, historias que se desarrollen, mejores escenografías y locaciones y actos sexuales más prolongados que retrasen el orgasmo. Actores y actrices que hagan menos ruido y menos gestos de falso placer; en donde los hombres sean tan sometidos como las mujeres y que ambos participen de la misma manera en flagelaciones, violencia y escatologías varias. Vamos, películas que no sean sólo para masturbarse.

Habrá que ver qué están proponiendo las mujeres en la industria del cine porno. Aquí el artículo:

http://www.gatopardo.com/numero-104/cronicas-y-reportajes/la-guerra-de-las-pornografas.html