jueves

Comer en el chilango.


Siempre lo he dicho: I Love D.F.

No nada más porque el centro histórico es uno de los más bonitos que he visto, o por el “rush” que tiene la ciudad que siempre respira agitada o porque ahí habitan amigos y amigas queridisim@s que visito cuando me paso por ahí. Sino porque me siento en casa. Jamás he cultivado la aberración –casi envidia- contra el chilango que han desarrollado en otros estados. A mi la gran Tenochtitlán me encanta.

Además de caminar por calles del centro, de la Roma, de Coyoacan o de Tlalpan, pasarme por alguna exposición y por varias librerías, intento ver a las amistades que andan del tingo al tango, por lo que quedar para comer o cenar es siempre muy práctico: sosegar la necesidad viendo y hablando con alguien apreciado.

La ciudad se presta para todo ya que las opciones van de la comida corrida de 35 pesos al restaurante de súper chef con estrellas Michelin y en medio todo es posible.

En esta última parada aproveche muy bien mi tiempo. El domingo que llegue mi anfitriona me invito a cenar a la Hostería de Santo Domingo, el restaurante más antiguo de México en el mero centro histórico. Tenía como doce años sin entrar y me pareció que sigue igual, tradicional, kitshona, mexicana. Pedí una pechuga de pollo ranchera (tipo al pastor) con nopal asado y de tomar agua de limón con chía. Creo que hay que ir a la Hostería mas seguido, el ambiente es familiar, la decoración divertida y el menú muy variado y muy típico. Es un buen pretexto para ir al centro histórico a degustar chiles en nogada, que sirven todo el año, o caldo de habas, sopa de medula, mole de olla y todo tipo de antojitos mexicanos (Belisario Domínguez, atrás de la plaza del mismo nombre). Otro buen pretexto en el corazón de la ciudad es El Café Tacuba (Tacuba 28) me gusta porque siento que me introduzco a una parte de la historia chilanga desconocida para mi. El edificio es precioso, su carta es amplia y sus enchiladas son ricas. Últimamente no he ido porque hay mucha gente y lista de espera. Pero siempre es una opción en la zona.
El lunes aprovechando que andaba por el sur me pase al mercado de Coyoacan famoso por sus quesadillas -que si están muy buenas- pero que yo dejo pasar por comer tostadas. Ya dentro del mercado, acercándome al área de la comida fui sintiendo el llamado de los meseros que te invitan a tomar un lugar en sus puestos. Pero yo le soy fiel a las “Tostadas Coyoacan”. Ahí Fernando le hace un homenaje a la tostada rifándosela con su destreza sirviendo de tinga, de ceviche o de pata, con su base de frijoles o aguacate según sea el caso y coronadas de lechuga, crema y queso. Yo soy tradicional y como siempre pedí la de champiñones, la de cochinita y la de salpicón, siempre las mismas y en ese orden. Agua de tamarindo para acompañar. Otra muy buena opción económica, rapidita y siempre súper rica. Con más tiempo hubiera llegado sin duda a comer a Los Danzantes en el jardín Centenario, cuyo menú mezcla sabores típicamente mexicanos con ingredientes extranjeros haciendo combinaciones muy interesantes, como el atún con mango y frijoles blancos cocidos en leche de coco o la hierbasanta rellena de queso de cabra y quesillo en salsa de miltomate y chile meco. Pero mejor aprovecho mis visitas a la ciudad de Oaxaca para ir a su restaurante que ademas es lindisimo.

Ese lunes por la noche me encontré con otra amiga. Nos fuimos a la colonia Roma buscando un restaurante de comida asiática, pues tenia antojo de un pad thai o un curry verde, y encontramos El Malayo cerrado. Yo no tenia ganas de comida italiana, cocina que por cierto abunda ahí y en cualquier parte de México. Dando vueltas llegamos a la Condechi que, aunque una quiera evitar, siempre ha de llegar. Terminamos en un bistro francés llamado Rojo. El Rojo Bistro es un lugar agradable, con una buena iluminación, el menú es variado pero (siempre hay un pero) para comer bien y beber un par de copas de vino si se necesitan unos 400-500 pesos por persona. Como no iba en ese plan me salte la entrada y el primer plato y elegí un segundo. Me costo trabajo pues todo se antojaba, pero el pato a mi me mata y lo como poco así que pato fue. A la naranja y frutas secas con puré de papas y un Pinot Noir francés. Ambas elecciones impecables. El pato estaba perfectamente cocinado, con la piel crujiente y la salsa de naranja y frutas secas le daba un sabor cítrico riquísimo que no se parecía al pato laqueado de la comida china (que bien hecho es una delicia igualmente). Estuve muy a gusto y en muy grata compañía. El Rojo Bistro es la excusa para ponerse el vestido negro corto al que no se le encuentra lugar, es ideal para una cena romántica o para celebrar un cumpleaños o un trabajo nuevo, pero con muy buen sueldo. (Amsterdam 71, Condesa).

El siguiente día me toco comer ahora si en la colonia Roma. Gracias a otra amiga, avecindada de la zona, descubrí el “Levadura”, un lugar que hubiera podido estar en el barrio de Prenzlauer Berg de Berlín. Un local de sencilla decoración, paredes blancas, una barrita y pocas mesas adentro y otras pocas afuera. El personal alivianado y el ambiente muy relajado. El “Levadura” tiene un menú distinto todos los días que da a conocer en una pizarra. Te ofrecen un primero que puede ser ensalada o pasta, un segundo y el postre, con una copa de vino el menú cuesta de 100 a 130 pesos, dependiendo del segundo que puede ser con pollo, pero también con salmón. Para el precio la comida es una ganga. Los platos están servidos en la proporción correcta y lo que comí estuvo muy rico. La ensalada ligerita y fresca de distintas lechugas con manzana muy buena como entrada. El segundo fue una delicia de codorniz asada con ajo y perejil acompañada de calabacitas salteadas, que afortunadamente deguste frente a una amiga pues comer dicha ave no es nada sensual. Para terminar un pudin de frutas del bosque. Por la relación calidad-precio el “Levadura” (Tonalá 23, colonia Roma) fue mi nuevo y grato descubrimiento.

Lamentablemente no me quede más días y no me moví por otras zonas. Generalmente quedo con gente a quienes la Condesa o la Roma les queda muy a la mano por lo que conozco muy bien el menú de carnes y comida argentina de El Zorzal (Tamaulipas y Alfonso Reyes), las hamburguesas de ahí a un lado, el Buena Tierra de comida fresca y nutritiva en donde me gusta desayunar (Atlixco 84). En Tlalpan me gusta el restaurante de comida yucateca del que olvido el nombre, pero esta en la plaza central, muy rico y autentico. En San Ángel me he pasado en ocasiones por el Cluny en donde las crepas son riquísimas y del que aun recuerdo la crema de flor de calabaza. Ahora se me pasan otros sitios, que seguramente he olvidado por el paso del tiempo, pero no por malos, que esos no se me olvidan. Por eso lo único que no como en el D.F. son tacos a los que incluso evito. Si un día alguien me muestra algo mejor que El Caliman o el Tizoncito entonces rectificare mi opinión.

Pero no los necesita, la ciudad de México es una experiencia de muchos tipos, con dinero destinado para ello también es una experiencia culinaria que de verdad no le pide nada a otras grandes capitales. Por eso simplemente I Love D.F.

viernes

El extrañado asado argentino

“Si esa primera noche que lo conocí no me lo hubiera cogido, después no me lo hubiera cogido nunca”, me dijo en un arranque de encabronamiento. “Si es un pinche flaco, ojeroso, drogadicto y huevón, no, si nada mas le faltaba robarme o vivir de mi sueldo”.

“Pero nunca lo hizo”, le dije yo para que se tranquilizara pues estaba a punto de ir a golpear a alguien ahí en el café de la plaza central. La cosa no era una tragedia. Pero era la primera vez que le veían la cara de pendeja. Y que a una le vean la cara de pendeja ya entrada en los treinta años y, además, que te la vea el hombre con el que te acuestas es, primero, una mala sorpresa, y después una desagradable experiencia.

“El muy cabrón con sus recaditos y sus llamadas para decirme cualquier cantidad de pendejadas con su acentillo sudamericano…¿a poco no lo viste con esos ojos de borrego moribundo? Si la pendeja fui yo por creerle a ese chamaco, porque eso es, un pinche chamaco veinteañero que se llena la nariz de speed para irse los sábados a bailar mala música electrónica, con sus amigos, una bola de drogadictos apestosos buenos para nada”.

Yo me preguntaba ¿Por qué tanto rencor? Oye reinita, si te enamoraste lo entiendo, pero si como se supone lo único que sientes es el orgullo herido ¿Por qué despotricar sin parar y no dejarlo ir, si ultimadamente es un pinche chamaco imbécil?

No, pero no paraba, como era normal en ella. Primero porque le creyó todas y cada una de las razones, que resultaron mentiras, que le dio para –de un día para otro- dejarla. Y luego porque vio con sus propios ojos lo que en realidad sucedía: el chamaco ya estaba con otra chamaca. “Pero si era de esperarse, además la pinche vieja esta igual de fea que él y será una pendeja igual”.

Igual, ¿que tú o igual que él? me preguntaba yo. Oye mi reina, ¿Para qué, porqué, cómo fue que duraste cinco meses acostándote con un baboso, inútil que se droga todos los fines de semana y que además es feo? La respuesta que debí sospechar llegó mientras le daba un sorbo a mi capuchino.

“¡No te imaginas como cogía!.” Me dijo con los ojos abiertos como dos platos. “Así como lo viste de flaco y con sus dreads, con aspecto de que no se baña muy seguido, ¡uta, era una onda la que teníamos en la cama! que hacía mucho no sentía con nadie. Un contacto de piel, una conexión en la mirada, un placer…AB-SO-LU-TO”. Absoluto, es un placer que no conozco, lo pensé pero no se lo dije. Pero ella estaba ya roja –no de pena, sino de emoción- contándome los detalles de la tocadera, la besadera, la lamedera, la abrazadera, la acurrucadera, la meneadera y la movedera, que junto con la penetradera la dejaron como una loca cinco meses al hilo. “Es que no pasaron más de dos días sin que lo hiciéramos, a veces tres veces en el día, a veces tres veces en el mismo rato. Una vez lo hicimos dormidos. ¿Te imaginas?, ¡estábamos dormidos!..era un pinche loco”.

¿Y tu, mi reina?…quería preguntarle. ¿Tú no eras una pinche loca desquiciada, completamente desarmada por un chamaco que se había salido de Argentina con su pasaporte holandés para conquistar Europa y que llegó a un pueblo quesero a trabajar para comer y a no hacer nada de provecho?

“Era una cosa!...pero una cosa! (hasta la boca se le hacía agua al hablar)...mira, sudábamos inclusive en el invierno, a mi se me antojaba estar con él todo el día, pensaba en el sexo hasta cuando lo estábamos haciendo, a veces yo ya estaba lista para irme a la oficina y desde la cama el muy cabrón me hablaba para que me despidiera y ándale! otra vez a la folladera. No, de verdad, era incontrolable”.

¿Tu o él?, pensaba yo: ¿Qué era lo incontrolable?, ¿las ganas?, ¿la calentura?, o ¿tu vanidad por sentirte deseada o la de el tipo por sentirse un semental? ¿Qué era lo incontrolable? ¿sus ganas por controlarte a través de la cama o tus ganas por no dejarte controlar y portarte como nunca lo habías hecho antes?

“Perdí la cabeza. Pero yo sabía que se terminaría pues empezó como juego, yo sabía que no iba a durar más de lo necesario pues no era un tipo para mí –porque es un chamaco- (proseguía ella). No me enamoré, de eso estoy segura, pero desde la primera vez estar en la cama con él me hizo sentir todos y cada uno de los poros de mi cuerpo abiertos exudando mares, me hizo sentir el corazón en medio de las piernas latiendo a mil por hora y escalofríos por la piel, me convertía en un lago tibio y su sexo en el animal que lo nadaba con maestría. De verdad, pero de verdad te lo digo, que si en un orgasmo me hubiera muerto no me hubiera importando. Y saber que no todos los hombres hacen sentir eso, es lo único que me pesa. Voy a extrañarlo. Porque así, así como con ese pedazo de asado argentino no me voy a volver a sentir en mucho tiempo”.

Me quedé pensando. ¿Por qué el sexo puede ser tan bueno o mejor cuando no hay amor? ¿Qué nos inhibe a sentirlo plenamente cuando estamos enamorados? ¿Son las expectativas en una relación, en la pareja, las que nos bloquean los sentidos? ¿Por qué es más posible dejarnos ir con todo cuando la otra persona no importa absolutamente o no va a importar absolutamente? Ella seguía hablando pero yo no la escuchaba todavía. Empecé a recordar mis experiencias y terminé calculando que he cogido mas y mejor con amantes de ocasión que con los amores de mi vida.

“Ya, no te preocupes por mi, voy a estar bien, más se perdió en la guerra”, me dijo para regresarme de mis pensamiento. Apagó su cigarro: “Se está haciendo tarde y hoy ceno con un colega del trabajo, uruguayo por cierto, a ver, en una de esas la carne asada con leña es mejor que la carne asada al carbón”.

Ya no dije nada. Cuando a una le gusta la manta fiada, aunque se la den a peso, como dice mi abuela.