lunes

Encyclopedia of Unusual Sex Practices...

La doctora Brenda Love sabía muy bien lo que iba a publicar cuando estaba recopilando información para un diccionario, devenido enciclopedia, de prácticas sexuales inusuales. Nos iba a dotar de un espejo para ver (nos/as)...si, a ustedes, nosotros/as, todos/as....

El libro, publicado por primera vez en 1992, constituye un texto erudito. No se limita a las fantasías, sueños húmedos e imaginaciones eróticas. El listado de distintas prácticas sexuales nos acerca a algo que es realidad porque ha sido humano. Si, la realidad sexual de muchas personas en este mundo que han decidido que acostarse con personas del sexo opuesto y practicar la posición de misionero no es lo suyo, o que el sexo como lo indican ciertas religiones, tabúes o creencias no es lo que quieren/desean hacer para satisfacerse.

La Dra. Love nos introduce en un recorrido de la A a la Z por los mapas amorosos (término de John Money) que han existido y prevalecido en muchas culturas a lo largo del tiempo. Porque Brenda Love no es una improvisada. Sus conocimientos en sexología con especial interés en fetiches y sadomasoquismo la han hecho un referente sobre las prácticas sexuales inusuales.

Lo que no estoy segura es que la doctora Love haya considerado que el viaje que hace en las casi 750 definiciones de prácticas que enlista, constituyan también un recorrido por la sexualidad permitida y sancionada de toda la historia de la humanidad. Si no lo consideró, hay que hacerlo...este libro constituye por eso un texto indispensable, no sólo para sexológos, sino para todos quienes nos interesamos en el sexo, la sexualidad, sus prácticas...y sus asegunes (por ponerlo de algún modo).

La Enciclopledia la Dra. Love inicia con la A, en donde nos presenta por ejemplo la ACOUSTICOPHILIA, una condición digamos que conocida, -sobre todo si estuvimos con algún músico, dj o beatmaker- que tiene relación con la estimulación a partir de ruidos, agitación, gemidos, gritos y música. La Dra. Love dice que es una condición que no solamente estimula a la persona haciendo el ruido o el sonido, sino que, por supuesto, es un método efectivo de comunicar el placer. Es una manera de expresarle al compañero o compañera por donde hay que seguir. Después de la explicación general, Love sigue con una serie de aclaraciones sobre ciertos géneros de música que han tenido éxito en excitar a los comensales, y cada quien tendrá el suyo. 

En la D encontramos la DENDROPHILIA, que refiere al placer que ciertos hombres, en culturas amazónicas de Sudamérica, experimentan al penetrar árboles, pues son dentro de su cosmogonía símbolos de fertilidad. Lo interesante del hecho es la significación que se le atribuye, pues regresan estos hombres a través de este rito algo de su virilidad a la tierra. 

En la vocal I  encontramos varias definiciones, pero una que llamó mi atención, además de INFIBULATION (investiguen!), fue la de INFANTILISM. Una condición de quien desea ser un infante eterno. Esto es muy interesante porque remite a las chicas que usan el uniforme del colegio para dar una imagen sexuada-inocente de su ser (como si actualmente los infantes fueran inocentes), pero también hace referencia a la idea de mantenerse infantil toda la vida. Entonces esa persona se rasura todo lo posible, viste y calza como si viviera sus años de primaria y actúa como tal. Love señala que esta condición crea una sensación de liberación de responsabilidades a todos quienes no quieren ser adultos. Pero eso se traduce en sexo con infantes, aunque sean de mentiras. Hay quienes gustan de pretender ser los infantes y hay quienes gustan de acostarse con ellos, sabiendo que no lo son, pero que lo pretenden.

La M, una letra que suena linda, incluye varias definiciones. Parece que es muy productiva en lenguas latinas. Encontramos la MAIEUSIOPHILIA que es la excitación que ciertos hombres tienen con mujeres que están embarazadas. "Chicas, no se preocupen por su panza, barriga o enorme abodomen, hay, a la vuelta de la esquina, un hombre que las deseará sin recato". Espero que la MAIEUSIOPHILIA funciona con la pareja de la embarazada.

En la letra P encontramos la PSEUDONECROPHILIA, que es el placer que se experimenta cuando el compañero o compañera sexual FINGE estar muerto o muerta. Si uno creía que la P daba para sorpresas, que tal la O que nos menciona a la OCULOLINCTUS: el placer que experimenta alguien por lamer el globo ocular, o sea el ojo. Dice la Dra. Love que hay que tener cuidado con esta práctica pues el herpes labial se puede trasmitir....al ojo, por supuesto.

Y bueno, brincando a la R, nos encontramos con la RHABDOPHILIA, que es palabras más, palabras menos, el placer que experimentan quienes disfrutan ser humillados y flagelados. Hay una condición de fantasía en esto, pues se puede jugar o pretender que se es humillado. Existen quienes se autoflagelan para producir efectos catárticos...ver ALGOPHILIA y FLAGELLATION.

De la R pasamos a la S. Ahí encontramos varias definiciones, SATAN WORSHIP, SENSORY DEPRIVATION, SEX CLUBS, pero está la SALIROPHILIA que se relaciona al placer provocado por, cito, "probar los fluidos corporales salados de la transpiración". No puedo sino reconocerme en esta definición.

La U nos presenta dos definiciones. Una de ellas conocida. La UROPHILIA, o el placer que se experimenta cuando el coito involucra orines u orinar sobre alguien o ser orinado. La Dra. Love da un par de explicaciones sobre la naturaleza de esta filia. Si se identifican busquen su interpretación. 

Y al final encontramos una Z muy ZOLA. Si sola, porque lo único que la Dra. Love pudo documentar con esa letra es la ZOOPHILIA, que no es sino el placer de los humanos relacionado con los animales. Hecho que parece haber sido práctica sexual de varias culturas antiguas y que ante el advenimiento de distintas religiones se sancionó y convirtió en tabú. No obstante las organizaciones protectoras de animales, hay una cantidad considerable de personas que aún la practican.

Mencioné únicamente diez prácticas sexuales inusuales y el libro de Brenda Love tiene poco más de 750 diferentes definiciones. Algunas, han sido reprimidas (con razón) y moralmente sancionadas e incluso criminalizadas (la PEDOPHILIA, por ejemplo). 

Pero la pregunta que subyace la lectura de esta enciclopedia es ¿dónde está el límite entre las prácticas sexuales normales y las inusuales? Viendo el abanico que presenta este libro pareciera ser que el  y la humano/a conoce poco los límites y ha disfrutado a lo largo de la historia -sin distingo de origen, credo, sexo, o religión- de su cuerpo y los cuerpos ajenos. La investigación de Brenda Love nos aclara que la búsqueda de placer ha sido parte de la historia de la humanidad, la cual se ha hecho con base en prácticas que devienen del universo sin límites de  la fantasía, la imaginación y los mitos. 

Ahora, ¿qué carajos nos ha reprimido tanto?

Brenda Love, Encyclopedia of Unusual Sex Practices, Greenwich Editions, London.

viernes

Con los dedos de una mano

Fue la mañana siguiente de la primera noche que pasamos juntos. Cuando desperté sentí el alcohol en la cabeza y me costó mucho abrir los ojos. Cuando lo hice descubrí una pared que no me pareció familiar. ¿Otra vez Charla?



Voltee a ver quien estaba a mi lado y ahí estaba él. Dormía. Pensé en la noche anterior, en las botellas de vino y en la cena. Terminar así no estaba en mi plan. ¿Otra vez Charla?...Busqué un condón usado dejado por ahí. Al no encontrarlo lo desperté escandalizada.


¿Qué carajos hicimos? Estábamos desnudos y la ropa tirada por toda la recámara como en las escenas de películas que anuncian lo que ya sucedió pero no vimos. Me contestó muy tranquilo que no habíamos hecho nada. Con la cantidad de vino que habíamos ingerido apenas nos podíamos mantener de pie. Le creí. Pero yo tenía una imagen de mi misma con su pene en mi boca que no me podía quitar de la cabeza. No mencioné el recuerdo.


Tomé mi ropa para empezar a vestirme pero no me dejó. Me acercó a él y empezó a besarme. Le dije que tenía que enjuagarme la boca “me huele a Carmenere añejado en tanque de acero oxidado”. Él hizo lo mismo. A pesar de todo, la cabeza no me torturaba con un dolor imposible. Me dijo que el vino que habíamos bebido la noche anterior era uno muy bueno. Si, pero fueron cinco botellas, le espeté en la cara al verlas vacías sobre la mesa.

Aún así mi cuerpo atormentado reclamaba el exceso de alcohol. Me empezó a besar con lentitud y yo sentí esa reacción reconocible que empieza en las terminaciones nerviosas de la lengua y recorre todo el cuerpo para activar los nervios de la vagina. Me gustó su lengua y me gustaron sus labios. Pensé en los años que llevábamos siendo amigos y en los que jamás hubo ni siquiera una mirada de coqueteo (Lo que provoca el acercamiento, el olor a alcohol y una cama cercana!!).

Regresamos a la cama y empezó a acariciarme, uso sus manos y su lengua por todas partes. Cuando podía yo sostenía su pene y le hacía lentos movimientos con la mano derecha. Me humedecí los dedos con saliva para mojarle el glande. Sentí inmediatamente su reacción. Una vez con sus dedos en medio de mis piernas hizo todo lo que pudo con ellos. Rozó lentamente la zona, desde el bajo vientre hasta el ano. Lo hacía con la punta de los dedos, suavemente, para sorpresivamente, por un instante, meterme y sacarme un dedo o dos con más fuerza. Lo hizo varias veces. Después bajó su cabeza y con la lengua me entretuvo como si estuviera buscando todas las terminaciones nerviosas que los clítoris tienen.

No sé si las encontró todas pero estoy segura de que encontró bastantes. Después volvió la mano, o para ser más especifica volvieron los dedos. Entró uno, entraron dos, un tercero acariciaba el camino que se recorre entre la vagina y el ano. Como si hubiera tomado clases con Masters y Johnson, buscaba dentro de la vagina los pequeños espacios húmedos que estimulados en su conjunto provocan espasmos de placer.


Me pidió que me masturbara frente a él. Una petición que no me sorprendió. Se podría pensar que a los hombres nos les gusta que nos demos placer sin ellos, pero hay unos cuya fantasía única es ver a las mujeres con sus propias manos entre las piernas….a esa solicitud nunca digo no.

Me voltee para acostarme sobre mi estómago y masturbarme boca abajo, así él podría acariciarme las nalgas, meterme el dedo en el ano y recorrer sus alrededores. Tuve un orgasmo. Seguí. Pero cuando sentí que necesitaba algo más ancho que dos dedos juntos le pedí que me penetrara. En ese momento el erecto pene que se levantaba de entre sus piernas languideció.


Volvieron la lengua, los dedos, los dedos y la lengua otra vez a la vagina. No me quejé. En la posición en la que me encontraba su sexo me quedaba lejano. Pensé en metérmelo en la boca. Mientras él se entretenía en mi vagina con paciencia de alfarero detallando una pieza de barro húmedo, yo veía como su pene iba otra vez creciendo en tamaño y tomando una forma adecuada que invitaba a su pronta posesión. Sin embargo él no parecía tener interés en dejar mi vagina por un rato.



Cuando finalmente me decidí a pedirle que terminara de una buena vez con esto…(oye es lunes, yo tengo que trabajar, que tanto dedo, que tanta lengua, “que tanto lames y tocas, me vas a secar!” ya llevamos así media mañana, de qué se trata todo esto, ¿qué sorpresa me tienes? ¿un vibrador?). Bueno no se lo dije así en ese tono, pero en uno más tranquilo o con palabras más solicitas: “¿porqué no me LA metes ya?”, fue la frase completa. (LA, porque erecta y firme es femenino lo que relajado y flácido es masculino).



Se retiró del centro. Me miró como si yo fuera una adolescente suplicando que me contara una historia increíble. Entonces me contó una historia increíble, o al menos en ese momento, lo fue.


Me dijo que no podía. Para él la excitación venía de oler y tocar, que sólo así se podía venir. Si yo lo masturbaba sería una ayuda. Me dijo que al querer penetrarme se le ablandaría el miembro, que pocas veces lo lograba y que generalmente nunca terminaba. Le ofrecí mi boca. Tampoco funcionaría porque él prefería las manos: “por eso me gusta ver cuando una mujer se masturba, las manos ahí en su centro, los dedos dentro, el movimiento, la búsqueda, el tacto”. Me dijo que no siempre fue así pero en los últimos años así ha sido. O sea una rareza.

No se si hay una fobia a penetrar vaginas o una filia por tocarlas y lamerlas, pero algo parecido es lo que él tenía. Pensé que sería un buen caso para un sexólogo, un psicólogo y un terapeuta sexual. Todos juntos.

Pero una vez entendida "la condición" no me quedó otra que colaborar. El final llegó tal como le llegaban a él los finales. Con el pene entre mis manos y sus manos y lengua entre mi vagina y ano. Me regó los senos con su semen, que era abundante, como el que deja todo ahí satisfecho y saciado.

Dudé en volver a verle. Sin embargo no tardé en visitarlo nuevamente.

Algunos hombres son egoístas con los dedos y la lengua, los usan un poco para excitar y después se olvidan de ellos. Para él -sin embargo- lo era todo, sus dedos y su lengua eran su miembro, su fuente de placer, de inspiración, de locura absoluta. Otro tipo de sexo que al final incurría en menos riesgos. Recordé el sexo oral que me han quedando debiendo y pensé en recuperarlo.

No tardé mucho en valorarlo, prescindiendo del pene en mi vagina, logrando orgasmos de otro tipo y apreciando la paciencia y el tiempo que este hombre dedicaba a complacerme …así, con los dedos de una mano.

domingo

Todas Belgas


Como para los adictos al chocolate, Bélgica es también un paraíso para los buenos bebedores de cerveza. Digo buenos porque quien bebe Corona o Sol no bebe cerveza. Y no diré qué bebe porque no lo sé.
Pero las belgas, como las alemanas y las checas, son absolutamente cervezas. Varían en ingredientes y niveles de fermentación, pero todas tienen las mismas características, son cervezas completas: fuertes, con sabor, textura, alto grado de alcohol y hasta olor.


Mi llegada al mundo de las cervezas belgas fue tardía. Pero ha sido permanente.
Ocurrió en mi primera visita a Holanda. Entré en un bar y al ver que sólo tenían Heineken y Amstel de barril me decidí por un vodka tonic. Pero al poco rato pregunté sobre la otra cerveza de barril que había: era Palm. Una cerveza belga de color roja claro, sencilla, fácil de beber y ligera. Desde entonces la Palm -por ser tan popular en Holanda- ha sido mi elección cuando lo que hay son sólo opciones locales.


Y me parece que para los holandeses es igual. Prefieren en general cervezas belgas que propias.
Por eso se ofrece, vende y consume mucha bebida no destilada de trigo, cebada y malta llegada del país vecino y hecha en monasterios. Porque si algo supieron y saben hacer los monjes (ahí y en otras partes del mundo) es fermentar y destilar alcohol: vinos en unos países, cervezas en otros.
Los religiosos en Bélgica se han dedicado a producir desde sus silenciosos monasterios y bajo reglas muy específicas las mejores muestras de bebidas fermentadas. Las cervezas trapenses derivan este nombre de las características que les da el ser producidas por monjes (trapenses, una congregación originalmente francesa).

Esta etiqueta o denominación (por ponerle de algún modo) la tienen seis cervezas en Bélgica y una en Holanda (La Trappe). Se adquiere por seguir un procedimiento de elaboración particular: son cervezas hechas con ingredientes 100% naturales y son de alta fermentación. La fábrica está dentro del monasterio y por ende bajo supervisión de los monjes. Se supone que el dinero que recaudan de la venta de cerveza, que no será poco, se destina a la "sobrevivencia" del monasterio y a obras de caridad. En el sabor está la prueba: es bendito!
Otra característica diría yo de las cervezas trapenses es que no son ligeras. Pero pocas belgas lo son si las comparamos con otras cervezas en el mundo. De las primeras hay que saber que las hay de doble fermentación (Dubbel) o de triple (Tripple) y las hay rubias, rojizas y oscuras de distintas tonalidades y que normalmente oscilan entre los 5 y 16% de alcohol, aunque las que más se beben son las de entre 8 y 10%.
Una de las más populares, diré casi de batalla, es Maredsous. Cuando es de barril se ofrece la Brune (8%), de color oscuro, espuma cremosa y un final acaramelado. Es la que bebo cuando voy con los colegas del trabajo al De Zaaire, el bar universitario de la ciudad de Wageningen. Por botella, también buenas, se encuentra la Blonde (6%) y la Triple (10%).


Originaria y única de Amberes producida desde mediados del siglo XIX, De Koninck también es para la tarde de cervecita. Medio rojiza ella, en los bares se ofrece de barril (5%), popular en los supermercados, se encuentran la Blonde, Triple, Winter y Speciale Belge.



Ya hablando de otro tipo de calidad de cervezas las que siguen en mi lista son reinas. Descubrí la Duvel un día de ganas de una cerveza clara. Y no he podido dejarla. Es la cerveza que compro para tener en mi refrigerador y beberla de vez en cuando. Pero lo que más me gusta es ir a un bar y beberla en su vaso de tulipan para ver toda la espuma que produce. Es de sabor amargo y una perfecta compañera de hamburguesa con papas fritas en un día de sol.


La Westmalle es una cerveza trapense. Oscura, pesada, de final medio dulce poco empalagoso. Se produce en doble y triple fermentación y sus variedades tienen entre 6 y 14% de alcohol. Buena para acompañar un viaje largo en tren.



La Trappistes Rochefort es una reina de las Trapenses. Cerveza antiquisima que data del 1500, elaborada en la abadía de St. Remy. Es una cerveza oscura de tonos café-rojizos, casi ambar rojo, con fuerte sabor a granos, hierbas y especies que, como las trapenses, termina con un dejo caramelizado. Me la recomendaron en un restaurante en Brujas para limpiar la boca de sabores diversos pues la combine con una sopa de queso y un goulash de carne.


La Chimay, me dijeron un día, es la cerveza más belga. Es cerveza trapense no pausterizada. Es díficil elegir una de las tres variedades: la triple de sabores a uva moscatel (de etiqueta blanca), la de etiqueta azul, con ligero sabor floral y la de etiqueta roja, de sabores a durazno y chabacano con un final amargo. Mi favorita.


Color ambar, de aroma afrutado y sabor muy delicado y suave, servida en un vaso muy particular de 25 centímentros, la Kwak (como el sonido de pato) es una ganadora. La probé por primera vez en Bruselas. Desconozco su origen, y aunque no es Trapense, es una cerveza para conocer y querer. La Orval, de color café claro es además un excelente ingrediente para hacer salsa de cerveza y acompañar esta con un filete. Otra joyita belga.
La última en mi lista, es la primera en mi paladar. Muchos dicen que no es cerveza, pero yo digo que está en otra dimensión. La Duchesse de Bourgogne es una "red ale" (una "ale" es una cerveza fuerte, de alta fermentación pero de color claro, las "red" provienen de Irlanda y Bélgica) hecha con levadura y malta pálida. Esta es originaria de Flandes, su especial y particular sabor combina fruta de la pasión con chocolate, y una mezcla ácida de cerezas negras, ciruelas, especies y toques de naranja. Parecería que describo un postre, pero es una bebida fermentada que muchos se niegan a considerar cerveza. Y si bien es cierto que no me puedo beber más de dos al hilo, esas dos las disfruto con todos los sentidos.
Hay una tendencia en varias partes del mundo por conocer más y mejor las cervezas belgas. Espero que no sea una moda pasajera y que el gusto por ellas se popularize para encontralas cada vez más por donde quiera que uno ande...
En Amsterdam: Het Elfde Gebod
En Utrecht: Kafe Belgie
En Wageningen: De Vlaamsche Reus
En Brujas: Café Vlissinghe
En Tijuana: La Tasca de la Sexta

sábado

Neugrüns Köche en Berlín: nueva cocina alemana

En el mundo los alemanes tienen fama de comer mal y la comida alemena no goza de buena reputación.
En comparación con otras cocinas vecinas, como la italiana o la francesa hegemónicas cocinas en Europa, generalmente sale mal parada. Pero me parece que de un tiempo para acá hay que reconsiderar la comida alemana y ubicarla en un lugar especial dentro de la comida europea.
Es el desconocimiento, por no decir ignorancia, lo que hace a la gente pensar que en Alemania se comen únicamente salchichas, ensaladas de papas y coles. Alimentos que si están en la dieta de ese país pero junto a platos más elaborados como el kaesespaetzle o el wildscheinbraten.
Pero como sucede desde hace mucho en ciertas cocinas del mundo (que se innovan), en la cocina alemana hay también buenos resultados cuando se apuesta por la experimentación y la variedad.
Ingredientes tradicionales e importados se combinan con nuevas formas de cocción y presentación abriendo un abanico de opciones en platos de jabalí, venado, ganso y pato con castañas, coles, papas y quesos.
Cuando se es primerizo en cierto tipo de cocina, el desconocimiento puede ser excitante pero también provocar confusión. Por eso la opción del Neugrüns Köche en Berlín, con chef de ascendencia noruega, me parece una sitio buenísimo para empezar a conocer esta comida alemana, que se podría llamar nueva.
Con recetas de Schwaben y Bavaria, regiones de donde llega la mejor comida alemana, el restaurante ubicado en el barrio de Prenzlauer Berg vale la visita. La onda del lugar es ofrecer dos menús completos de cuatro tiempos (40 euros). Un menú está inspirado más en la cocina mediterránea y el otro es regional. Es posible comer unicamente dos o tres tiempos (28,50-36,50 euros respectivamente) o el plato fuerte (20 euros). Yo que iba en compañía de un buen comedor y además moría de hambre pedí el menú completo. No se pierde mucho tiempo pensando en combinaciones ni hay cantidad de opciones para escoger.

De entrada nos dieron Rote Beete Carpaccio mit Leber und Herz vom Damhirsh und Wildkräutersalat, o sea un carpaccio de betabel con hígado y corazón de venado pequeño y una mezcla de distintas lechugas aderezadas y nueces. Yo no soy afecta a las vísceras. Pero bien cocinadas y bien combinadas, como en esta ensalada tuve que probarlas. Le pasé a mi acompañante un pedazo de corazón. Me siguen pareciendo, las vísceras, de un sabor muy intenso, apropiado para paladares más exquisitos que el mío. No sé si el problema es la víscera misma o el animal (en este caso un pequeño bambi) destazado lo que me inhibe las papilas gustativas. El hígado sin embargo lo comí con gusto pues las verduras crudas le combinaban muy bien.


La sopa fue una grata sorpresa. De apio y cebolla hecha con caldo de pescado, a un lado tenía una brocheta pequeña de Poulard (no encontré una traducción al español) marinado, crudo y relleno de cebollita de cambray y pepinillos en vinagre. Para comerlo había que picar el pescado muy finamente y comerlo junto con la sopa. Una combinación sútil y deliciosa.

El plato fuerte se llevó la noche. Así literalmente se la llevó porque por esperarlo se nos hicieron casi las 10 de la noche y habíamos llegado a las 8. Pero valió la espera. Entonces nos pusieron enfrente un estofado de carne de venado (término medio), con Pfifferlingen, una especie de hongos típicamente alemanes de cabeza chica, tronco delgados y tamaño pequeño que contrastan con su intenso sabor. El estofado estaba mojado en la salsa de su propia cocción y acompañado de un strudel de col blanca, maravilloso.


El último tiempo fue dulce. Era una manzana rellena rodeada de una pasta hojaldrada acanelada y horneada que se acompañaba de un Schokoladen-Maronenparfait. Del francés parfait, la palabra refiere a un postre helado, que en este caso era de chocolate con un tipo de nuez (la Maronen).

Para mi sorpresa las recomendaciones del chef en cuestión de vinos no incluían vinos alemanes. Me quedé con ganas de tomarme un Riesling, pero la comida ameritaba un tinto. Así que nos decidimos por un ensamble francés de cinco uvas de la región de Côtes de Rhône, Le Chȇne Noir, 2007. Complicado por la mezcla de uvas pero absolutamente disfrutable.

La próxima vez que alguien me diga que no existe la cocina alemana, voy a canalizar a dicho blasfemo al Neugrüns Köche para su pronto arrepentimiento. Y la próxima vez que vaya a Berlín lo visitaré de nuevo y con mucho gusto.
Si andas por Berlín dale una oportunidad, lugar ideal para citas romáticas, celebraciones especiales o reencuentros amistosos:

lunes

Baise-Moi…Fóllame.

La madrugada que se encontraron, Manu y Nadine habían pasado un día fatal. La primera había sido violada por conocidos de su hermano, la segunda, después de haber visitado a un cliente en un hotel, tuvo un incidente con su compañera de casa y debió marcharse.
Por diferentes razones, que la película aclara pero yo no quiero hacerlo aquí, las dos deben y buscan salir de su barrio, el cual se ve es un suburbio de clase media baja habitado por desempleados, drogadictos, dealers, sexoservidoras y actrices de películas porno. Las chicas no se conocían de antes pero casualmente buscan un tren a la hora que no hay y ahí solas en la estación deciden ir en coche a París.
Ahí empieza la aventura. Nadine maneja y Manu acompaña. Nadine tienen una cita en otra ciudad y ambas hacen lo posible por llegar, pero en el camino se desata lo que se inició el día que se conocieron: la furia.
Dirigida por Virginie Despentes y Coralie Trinh Thi, Baise-Moi fue estrenada hace diez años y en su natal Francia se exhibió solamente en salas de cine porno. Las escenas de sexo explícito y cámara dirigida a los genitales en acción le valieron la clasificación X.
Sin embargo Baise-Moi no es propiamente una película porno de gemidos exagerados, coito energético, fluidos expuestos, vaginas lamidas y anos penetrados, con mujeres exuberantes de senos operados u hombres de prominentes penes. En esta película la sangre abundante no es de vírgenes violentadas.
Esta es la historia de dos mujeres que llevadas por las circunstancias y sus propias decisiones empiezan a hacerse un tipo de justicia por su propia mano. De alguna manera cobran venganza, no por el terrible día que pasaron, sino por la vida que tienen. No hay un cuestionamiento profundo sobre cierta "condición femenina", más bien es como una versión hard core de Thelma & Louise.
Todo pasa muy atropelladamente. De ser la una actriz de porno y la otra prostituta pasan en cuestión de horas a ser asesinas para después convertirse en una pareja de ladronas, matonas en serie y ninfómanas. Parte de su estrategia es obtener el dinero de la manera más fácil posible y que el sexo no sea otra vez obligatorio ni fingido, sino placentero. Con V de Vendetta empiezan a disfrutar armas, drogas, compras compulsivas y el sexo en colectivo. Se quieren generar una imagen, un estilo de hacer las cosas dejando más que sangre sobre sus escenas de crimen. Hay un viso de atracción lésbica que no se consuma pero que está latente y le da a la película cierta sensualidad.
También hay una escena memorable con Nadine que rafageando a los clientes frecuentes en un bar de sexos y culos al aire deja un cementerio de cuerpos semi-desnudos y semi-venidos. Esa secuencia no tiene desperdicio. Otra en donde Manu descarga su pistola en el ano de un tipo mal educado, al que agarró, digamos, mal parado.
Como en este tipo de películas, la producción no es la gran cosa y en ocasiones parece que esta hecha para mala televisión. Las actuaciones no son de premio Goya pero creíbles y mejores que las de Linda Lovelace (perdón por esta blasfemia). A mi el final me sorprendió.
Con sus "asegunes" tiene su mérito hacer una road movie de dos vengadoras insaciables que por distintas razones terminaron embarcadas en ese viaje que las llevó hasta tocar su propio fondo.
En un antiguo post escribí sobre mi interés por el porno dirigido por mujeres. Baise-Moi que no es propiamente porno si es una buena muestra del tratamiento que dan las mujeres al sexo y al erotismo. Otra vez con retraso, la recomiendo.

miércoles

Tipping the Velvet...abriendo la ostra.

En la primera escena una ola choca contra un grupo de ostras cerradas que están entre las rocas. Luego se ven manos tomándolas, poniéndolas en canastas, llevándolas para después abrirlas y comerlas. Es un pueblo junto al mar en la Inglaterra de finales del siglo XIX. La ostra, de aspecto singular y sabor particular, es una de las cosas que más y mejor remiten a un sexo femenino.

Diré que el inicio es elocuente.

Basado en la novela de Sarah Waters, Andrew Davis adaptó para la BBC Tipping the Velvet, en la cual Nancy Ashley –en primera persona- nos cuenta su historia. En tres capítulos de una hora cada uno Nan, como le dice su familia, nos muestra cómo sintió por primera vez ese “algo” que su hermana le decía que tenía sentir cuando conociera a su príncipe azul. Sólo que Nan ese algo, que no es nada más que sensaciones en el estómago y en la vagina, lo sintió cuando vio por primera vez a Kitty, una cantante de teatro-cabaret cuyo personaje en el escenario era un chico.

Nan no pudo evitar sentir, primero, admiración por esa mujer que parecía tan cómoda vestida de hombre y atracción por su voz y su sensualidad, para después caer rotundamente enamorada, al grado de dejar su pueblo de mar, el negocio de ostras de su familia e irse con Kitty a Londres. De ahí en adelante la vida de Nan dio muchas vueltas, el desamor (Kitty la dejó) no se hizo esperar pero aparecieron entonces otras mujeres que le dieron a Nan elementos diversos y complejos para construirse y asumirse como lesbiana y así enfrentar el mundo.
Además de la historia de Nancy, Tipping the Velvet nos ubica en ese mundo excéntrico y divertido del teatro-cabaret en un Londres liberal en donde las lesbianas contaban ya con espacios de socialización para ir vestidas de hombres acompañadas de mujeres o simplemente lucir sus mejores vestidos de la mano de una persona de su mismo sexo casi siempre más joven. Pero también muestra parte que en ocasiones tienen todas las relaciones: el sometimiento por placer, la dependencia rayando en la locura, la perversión que provoca el extremo apasionado, el papel de la clase y la jerarquía entre mujeres que gustan de mujeres.

Hay en la serie escenas memorables. Una fue cuando Nan abrió un baúl y encontró un juguete que se puso entre el sexo. Era un pene negro de algún material amigable a los flujos femeninos que después introdujo a una mujer bellísima en una lujosa recamara digna de un acto como ese en el que los hombres son imprescindibles. Debo confesar que esa escena me acompañó tiempos extras.

En las tres horas que dura Tipping the Velvet, Nan pasó del sexo por amor al sexo por placer, del enamoramiento a la subordinación, de la sorpresa por el mundo que descubrió al mundo que la toma por sorpresa a ella. En una parte de la serie hubo un momento -que yo leí de lección moral- cuando Nan vagó por las calles sin dinero y sin un alma que le tendiera la mano (¿eso le pasó porque es lesbiana?). Pese a esto, en la última parte de la serie el amor entre mujeres es reivindicado y el final es uno feliz.

Tipping the Velvet es una serie que hay que ver: bien producida, sensual, divertida, con un lenguaje sencillo y ameno que narra sin complejos la iniciación de una mujer en su amor y pasión por otras mujeres. Pocas hay como estas, y es una pena que no se hagan series de este tipo más a menudo.

“Al abrir una ostra hay todo un mundo por descubrir”, dijo Nan cuando inició su narración sentada en la cocina de la ostrería familiar. Al parecer no se equivocó...sería cuestión de ver.

Pd. Es mi recomendación con retraso, más vale tarde que nunca…Gracias I….

Tipping the Velvet
BBC Production

viernes

Brujas, para morirse con chocolate.


En una visita a Bélgica seguramente se verán ciudades bellísimas y museos muy diversos, se beberán buenas y diferentes tipos de cervezas, se comerán conejo a la flamenca y mejillones al vino blanco con papas fritas, se prescindirá de vegetales y del buen pan, pero sobretodo se probara y comerá hasta la saciedad eso que a los belgas les queda tan bien: los chocolates.

Divinos ellos, son como nada ni nadie dentro de mi boca. Al chocolate, sobretodo si es oscuro, casi cacao puro, le tengo amor leal e infalible. Me gusta solo, pero también combinado especialmente con naranja, fruta de la pasión, guayaba o frambuesa. También me gusta con chile, con almendra y con menta.

Pues de todo y con todas las combinaciones posibles probé durante mi tercera visita a Bélgica, que en esta ocasión fue a Brujas, la capital belga del chocolate.

Y no es que en Bruselas, Gent o Amberes no haya chocolaterías, pero yo no vi la cantidad que se encuentra en Brujas. Sin hacer un recorrido planeado para visitarlas, con sólo ir caminando por las callecitas, placitas y canalitos de la ciudad, perdiéndome por ahí y bobeando sin parar me los iba encontrando: paraísos de puro chocolate.
Hay chocolaterías de todo tipo, las muy fresas que parecen joyerías como Neuhaus, hasta las tradicionales que no han cambiado en años ni su publicidad como Dumon. En medio hay para turistas (Finest belgian chocolate) con piezas de chocolate que rayan en la vulgaridad y en los exorbitantes precios, hasta las chocolaterías para los locales en donde se pueden comprar delicias a precios accesibles.

Y en una de esas perdidas que me di, caminando por aquí y por allá, llegué al Chocolate Museum (http://www.choco-story.be/). Siempre supuse que un alimento, ingrediente, sabor y pasión como él debía tener un museo. Pues lo hay y está en Brujas.
El museo está ubicado en la St. Jansplein, en la zona central de Brujas. Consta de cuatro pisos. En el primero está –obviamente- la recepción, la caja (el boleto de entrada cuesta 6 euros e incluye un pedacito de chocolate) y la tienda de “souvenirs”. En el primer piso se inicia el recorrido por la historia del chocolate empezando con el origen del cacao. En la primera sala se expone información sobre el tipo de árbol, las semillas, las ambientes y los nombres científicos.
Después se pasa a una sala en donde se ubican en un mapa del mundo las regiones productoras de cacao. Para mi sorpresa México no figura entre los productores más importantes. El cacao se produce básicamente en África con Costa de Marfil y Ghana encabezando la lista, junto a otros productores africanos - Nigeria y Camerún- Indonesia y Brasil también aportan cacao al mundo.
En esta misma sala hay replicas de árboles de cacao y se inicia la historia del consumo del cacao con los mayas y los aztecas. En la exposición hay pinturas, algunas figuras de barro y detalles que ilustran el uso ritual del cacao en ambas culturas. El cacao fue moneda de cambio y mezclado con sangre se ofrecía en los sacrificios. Pero el cacao también se bebía y de ahí viene el nombre del chocolate: xoco-cacao, alt-agua: Xocoalt.
Lo que sigue ya nos lo sabemos. Llegaron los españoles, descubrieron el cacao, en el siglo XVI se lo llevaron a Europa como bebida ya mezclada con azúcar, pues, dice la leyenda, que fueron unas monjas en Oaxaca quienes inventaron lo que hoy se conoce como chocolate en agua.
En el museo se explica cómo esta bebida se fue extendiendo por toda Europa, aunque fue en Francia e Inglaterra donde tuvo su mejor aceptación durante los siglos XVIII y XIX. Bebida de la realeza y la aristocracia, el chocolate se erigió un rey por si mismo.

Este auge en Europa no discriminó a lo que entonces era Flandes (Bélgica), sobretodo tomando en cuenta la influencia que España ejercía en el norte europeo. Las casas para beber chocolate empezaron a existir por el 1660. En lo que ahora es Bélgica se acogió al chocolate como si fuera producto nacional y de hecho se ha convertido en un símbolo. En el mundo se reconoce el chocolate belga como garantía de calidad y sabor.
En el museo se pueden ver las primeras máquinas que se utilizaron en Bélgica para procesar el cacao, mezclarlo con leche y azúcar y elaborar chocolates. También se exhiben las tazas de porcelana y jarras especiales que eran utilizadas para servirlo, pues como el té en Inglaterra, en Bélgica se hizo costumbre, casi un rito, beber chocolate.
El chocolate pasó de ser una bebida a ser un postre, para después convertirse también en un ingrediente con el cual hacer jaleas, salsas, jarabes y etc. En 1912 Jean Neuhaus adoptó el término “Praline” para nombrar a un chocolate pequeño, redondo y relleno que se empacaba en cajitas muy llamativas, lo que hizo aún más popular el consumo de chocolates.

Después de pasar por la historia de la elaboración del chocolate, se pasa a una sala que exhibe las diversas presentaciones que ha tenido el chocolate belga dependiendo de la compañía o empresa productora.
En la última sala se proyecta un video de 10 minutos que hace un recorrido desde la recolección del fruto del árbol del cacao hasta su procesamiento en una barra de chocolate. Lo que nos comemos es la mantequilla de cacao, o sea la grasa, lo que nos bebemos es el polvo del cacao, que ya procesados, ambos, son un chocolate caliente o un pedazo de chocolate. En el sótano, visita obligada antes de salir del museo, se encuentra un especialista en chocolate haciendo una demostración de la elaboración de las pralinés que dura aproximadamente 15 minutos y que yo me perdí con tantos niños ruidosos frente a la mesa. No está demás mencionar que en esta parte del museo hay piezas de chocolate que rosan el kitsch y la exageración como un huevo de pascua gigante, el castillo de Cenicienta, un molino y, su última novedad, una figura en tamaño original de Barack Obama (It is forbidden to eat the president, se aclara…pero a ese ni en chocolate!).

Y después de ese recorrido por la historia del chocolate en Bélgica es más claro entender que en Brujas haya al menos una chocolatería por calle, como iglesias hay en Puebla. Los belgas hicieron del consumo del chocolate una religión y aunque los suizos tienen su fama bien merecida, yo que probé tantos chocolates en mi vida de diversas casas y de varias partes del mundo, puedo decir que los belgas son los mejores. Las cuatro cajas de chocolates rellenos, trufas y pralinés con esencias florales y la jalea que compré en la tienda Neuhaus (http://www.neuhaus.be/) son inolvidables.
El chocolate se puede convertir en una adicción. Conozco gente que no puede vivir sin comerse cuando menos uno diario. Yo me contengo, lo intento, aunque si tengo una caja de chocolates o una barra de chocolate oscuro a la mano difícilmente va a durar más de tres días. He llegado a esconderlo para no compartirlo y junto con el café es lo único que no resisto si me lo ofrecen a cualquier hora del día.
Cuando viajo me gusta probar los postres de chocolate para conocer cómo lo preparan en distintos lugares. Adoro los brownies, el helado de chocolate con pedazos de chocolate, la mousse de chocolate oscuro con peras, la tarta de queso con chocolate, las crepas con nutella, hacer un fondeu de chocolate con frutas y todo lo que se cocine o prepare con cacao o chocolate.
En el museo no se menciona que el chocolate es afrodisiaco y antioxidante, que si se come con la menor cantidad de azúcar posible contribuye a la regeneración de células. Además los productos de cacao para la piel, especialmente para la cara, producen colágeno, que contribuye a mantener la piel más firme, hidratada y por lo tanto sana. Por eso si no me lo como me lo embarro…y de eso también surgen experiencias saludables o si no al menos gozosas.
Estoy segura de que para nosotros amantes al chocolate no hay mejor lugar en el mundo que Brujas, yo ahí hubiera podido quedarme a morir…enchocolatada!

sábado

No pienso mucho en ti, pero me acuerdo.

Hace tanto tiempo que estuve contigo la última vez que casi no pienso en ti. Y como desde entonces tampoco hablamos te me olvidas con frecuencia. Pero, a veces, me acuerdo…


Me acuerdo que preferías que yo llegara a tu casa después de cenar, casi siempre los mismos días y siempre a la misma hora. Me acuerdo del olor que tenías por la noche cuando te visitaba. Olor a día de trabajo, oficina, tráfico y loción gastada. No pienso mucho en ti, pero cuando lo hago me acuerdo de tus canas escondidas rodeando tus genitales, de las arrugas alrededor de tus ojos, de tu estómago cada vez más rebelde y relajado. Me acuerdo de tu casa, limpia pero sin orden, con lo mínimo indispensable, con poco para comer pero con suficiente para beber. Casa de hombre solo que no presta atención a los detalles.


Cuando pienso en ti me acuerdo que no había mucho preámbulo antes del sexo. Me abrías la puerta, dejaba mi bolsa en el sillón de la sala, me ofrecías algo de beber, tomaba mi copa y subía detrás de ti hacia tu habitación. Apagabas la televisión y quitabas el periódico de la cama mientras hacías alguna pregunta, generalmente banal, como para llenar el hueco de silencio mientras te quitabas la ropa y yo me quitaba la mía. “¿Estaba lloviendo por tu casa?” o “¿no sientes que está muy fría la recámara?” o “¿esos zapatos son nuevos?”, preguntas cuyas respuestas no le importaban a nadie, y que hacías mientras yo me iba deshaciendo prenda por prenda de lo que llevaba puesto.


Yo dejaba todo sobre una silla que parecía puesta ahí para mí pues siempre estaba vacía. Tú dejabas todo tirado en tu lado de la cama que estaba establecido. Las preguntas eran necesarias, para ti supongo, porque te hacían sentir que teníamos algo que decir antes del coito, o te hacía sentir que no era únicamente a eso a lo que yo llegaba las veces que por tu casa llegaba.


Por eso cuando pienso en ti no me acuerdo de ninguna conversación sostenida antes de desnudarnos y tenernos. Era como si hubiera una urgencia por penetrarnos, tu a mi con tu pene, yo a ti con todo lo que tenía. Pero después de haber terminado, de eso me acuerdo cuando pienso en ti, te acomodabas en la cama, me abrazabas y empezabas, ahora si, a hablar. Me contabas de esa mujer, la que estaba embarazada de ti en una ciudad lejana y con la que hablabas por las noches – a veces interrumpiendo nuestras citas- fingiendo estar solo. Me contabas de tus hijos, los del primer matrimonio y único divorcio, me contabas de tu enorme familia, inabarcable con tantos hermanos, hermanas, sobrinos y sobrinas. Me contabas de un nuevo libro que habías empezado a leer o de la última noticia que te había consternado. Me contabas del trabajo que estabas haciendo, algún documento para presentar o publicar, alguna revisión de tesis, algún dictamen.


Yo te oía, pero no te escuchaba. Me concentraba en tocarte, porque tu piel, a pesar de su edad, era una seda. Pasaba los dedos de mi mano derecha por tu cuello, bajaba por tu panza y me detenía en el vientre. A veces te jalaba los vellos blancos y regresaba al cuello. Te movía el cabello pues siempre me disgustó tu corte de cabello que yo consideraba “de señor” y te peinaba los bigotes con los que también te expresabas y que odié hasta el último día que estuve contigo.


Me concentraba en tu olor, olor a hombre, grande, mayor, de madera vieja que para entonces desconocía pues antes de ti mis camas habían tenido el aroma de los 20 años. Pero tú seguías hablando, como si fuera una más de tus escuchas en una conferencia, como si fuera una periodista interesada en tu opinión al respecto de los grandes problemas nacionales, como si fuera una alumna a la que le sugerías argumentos teóricos y estrategias metodológicas. Pero no era nada de eso.


Cuando pienso en ti, que no es muy seguido, me acuerdo de que la primera vez que nos acostamos te dejaste los calcetines puestos y yo pensé que eso era de pésimo gusto. Me acuerdo que no te gustaba bajar a mi vagina y que si yo me metía tu pene en la boca después no querías que te besara. Nunca entendí qué te daba asco, pero soporté, tontamente, tu malquerencia al sexo oral. En ese entonces pensé que tenía que ver con tu edad…cuando estuve con otros hombres que me rebasaban por muchos años supe que no era eso. Simplemente eras tú.


Yo te decía “doctor” para no perderte el respeto, para recordar quien eras y no verte -cuando casualmente te encontraba en otro contexto- siempre desnudo debajo de mí, diciendo los improperios que a veces decías en la cama y que contrastaban con tu articulado y hechizante discurso académico. Cuando te veía en acción, si tú, experto en el performance, hablando como quien sabe mucho y tiene algo imprescindible que decir, no evitaba recordar tu cara descompuesta ante el orgasmo, tus ruidos apenas oíbles, tu cabeza volteando de un lado a otro como negando que pasaría lo que estaba a punto de pasar o lo que estaba pasando. Y cuando pienso en ti, no con frecuencia ya te lo dije, me acuerdo de esas conferencias, seminarios y eventos públicos en donde nunca resistí la tentación de pasarme la mano por en medio de las piernas mientras te escuchaba. En ese tiempo me calentaba que fueras un hombre mayor que yo, me calentaba la condición discreta que manteníamos, saludarnos en público como quienes apenas se conocen y se encuentran, despedirnos en público para encontrarnos en tu cama un rato después. Aprendí a enfriarme con el tiempo.


A tus 40 tenías sobre mi experiencia ganada, pero a mis 20 tenía yo experiencia por ganar. Después de ti vinieron muchos, otros, tantos hombres de diferentes edades y con distintas manías. Hombres que disfrutaban de nadar en medio de mis piernas hasta secarme, que disfrutaban de besarme después de haberles besado yo los genitales completos, que se quitaban los calcetines hasta en el invierno, en el coche y en la oficina, a quienes podía ver a toda hora y en cualquier sitio.


Cuando pienso en ti, que no es muy seguido, pienso que fuiste importante para que yo supiera lo que quería y no quería en la cama, lo que quería y no quería de un hombre, lo que quería y no quería sentir. Diré entonces que fuiste un episodio importante, tal vez el apropiado para los 20 años.


Sin embargo no pienso mucho en ti, pero cuando pienso me acuerdo.

miércoles

Trattoria Beati: Sucumbiendo al tabú

En México existen pocas prohibiciones o tabúes alimentarios. Yo he pasado por buena parte de los estados del país y en ellos he comido o visto comer: res, borrego, chivo, cabrito, conejo, venado, iguana, aves –pollo, guajolote, pato, codorniz, avestruz-, cerdo en todos sus tamaños, algún tipo de serpiente, rata de campo, peces, crustáceos y mariscos e insectos comestibles como chapulines, hormigas y gusanos. O sea casi de todo, porque en ninguna parte yo he visto que se coma carne de caballo.

Yo asumo que en México comerla es un tabú. El caballo- coprotagonista infaltable en las historias del cine mexicano de la época de oro y personaje de corridos que lo hacen héroe…como el caballo blanco- es un animal que casi se ostenta símbolo patrio, sobre todo si tiene un charro encima. Pero no es como sucede en India con la carne de vaca, o entre judíos y musulmanes con la carne de cerdo, una prohibición derivada de ideas religiosas. En México el tabú proviene del imaginario ranchero que se hizo famoso gracias a los personajes de Pedro Infante y Jorge Negrete, que tenían como amores a su caballo y a sus mujeres (en ese orden). El caballo es el amigo del hombre, o si no entonces ¿por qué en México no comemos carne de caballo?

Esa es la pregunta que me hicieron en Berlín en una reunión en donde se realizaba un asado con salchichas varias. Estaba comiéndome una muy apetitosa cuando alguien mencionó lo buenas que estaban esas salchichas de caballo. Pregunté si la mía era de caballo. Los alemanes a mi alrededor la vieron y dijeron que si, claro, era caballo.

En ese momento vi la cara de mi abuelo ranchero amenazante, señalándome con un dedo como si hubiera cometido un pecado…capital. Vi la cara de mi mamá, que adora a los caballos porque convivió con ellos en el rancho de sus abuelos. No pude terminarme la salchicha y evité por varios años y todos los medios comerlas en los próximos asados alemanes a los que asistí y en los que siempre estuvieron presentes.

Hasta ese entonces desconocía que la carne de caballo se consumía. Y la verdad no volví a tener curiosidad de comerla hasta que hace dos años visité por primera vez la Val Camonica. Este es un valle, ubicado en la región de Lombardia en el norte de Italia, que se abre dejando el hermoso lago de Iseo en el medio. Pues ahí, justo ahí, sucumbí a mi impuesto tabú alimentario.

Y es que en esa área la carne de caballo es sumamente apreciada y consumida (al lugar al que fueres….) por lo que no me quedó otra opción que comerla. Los locales encuentran en cualquier supermercado la Bresaola de caballo, un embutido de color oscuro y sabor exquisito que se compra para comer con pan, como relleno de piadina, o sola como antipasto. Un poco dulzona, la Bresaola de caballo también va muy bien en ensaladas frescas (arúgula, tomates deshidratados, parmesano y nueces) o de papas cocidas. La verdad es un mangar difícil de resistir, especialmente si se tiene a un lado un trozo de pan y un vaso de vino.

Pero el consumo de carne de caballo no queda en el embutido. En la Val Camonica se encuentra el pueblo de Artogne, que para mi hubiera pasado desapercibido y sería completamente irrelevante si no estuviera ubicada ahí la célebre Trattoria Beati (…da sempre specialità di cavallo…).



Este lugar tiene por lo menos 80 años ofreciendo especialidades de caballo a los locales del Valle. Yo he estado dos veces de visita en la Val Camonica pero estoy segura que al menos seis veces he comido en dicho restaurante, porque la comida es sencilla pero riquísima.

El Beati es un lugar con mesas de madera y decoración rústica que siempre, siempre está lleno. Su menú ofrece antipasto de carpaccio de caballo (cortes muy finos de carne cruda rociada con limón amarillo), primeros platos como pastas con ragú de caballo, segundos platos hechos para hincar el diente en una costilla, una chuleta, un bistec o un filete de caballo, acompañados de papas horneadas al romero, o polenta, o ensalada verde y, por supuesto, postres que en medio de tanta carne los considero bastante marginales, pero necesarios. Los italianos no se levantan de la mesa sin comer il dolce.

La primera vez que fui al Beati probé la lasagna de caballo. En ese momento olvidé a mi abuelo ranchero con su caballo negro y olvidé también que el caballo es el animal favorito de mi madre. Hasta cerré los ojos. Esa lasagna hecha con ragú de caballo y salsa bechamel es una auténtica delicia y -de lejos y por mucho- la mejor lasagna que yo me he comido jamás. Me hubiera podido comer el refractario completo de no ser porque para comerla hay que solicitar la porción con anticipación. La lasagna no está en el menú ordinario del Beati.

Pero lo que si está es el ragú de caballo con spaguetti o tagliatelle, que es también una excelente opción para principiantes al consumo de esta carne magra, sin grasa, de sabor fuerte y además muy sana.

En todas las ocasiones que he pasado por el Beati he variado mis elecciones. Así que he probado sus pastas con ragú, el carpaccio de caballo, y muchos de sus segundos. La Fiorentina de Caballo me llevó más o menos una hora terminarla pues era –estoy segura- un pedazo de más de 300 gramos de carne asada en perfecto término medio. Podría haber relinchado al terminármela.

También he comido la Cotoletta, que es la versión de milanesa con filete suave y la riquísima costilla de puledro, que es el potro (ya entrada en caballo el tamaño era lo de menos). El Beati ofrece también guisados con carne de asno (Brasato di ansino), de jabalí (Cinghiale in salami) y la gallina nostrana rellena.

Nunca, nada, me ha dejado insatisfecha. Y no en vano es uno de los lugares más populares de la zona. El Beati tiene el ambiente ruidoso de una taberna del Medioevo, propio de auténticos carnívoros camunos –genérico de los locales-, en donde además corre el vino de mesa en grandes cantidades, no vaya a ser que el pedazo de carne a medio camino decida reparar.

Mis tabús alimentarios se han ido disminuyendo. Por su sabor y calidad, el caballo es ya para mí una carne que podría, si pudiera, incluir en mi alimentación cotidiana. ¿Por qué en México no comemos carne de caballo?

Trattoria Beati
Artogne, Brescia, Italia.

lunes

Christophe. Comida francesa en el corazón de Amsterdam

Cuando se trata de comida francesa lo que subyace es la idea de comida delicada, elegante, fina y por lo tanto cara. Comer “francés” en cualquier parte del mundo remite a restaurantes con nombres de uva francesa como “Merlot” o de chefs franceses como “ L’atelier du Joël Robuchon“. Suenan muy lindos pero también suenan a mucho dinero.

Además de crepas y quichés generalmente la comida francesa es inaccesible. Yo fuera de Francia no conozco “puestos” de comida francesa, como si los hay de cualquiera de las comidas rápidas que rápido se globalizan.

Así que comer francés –insisto, fuera de Francia- implica visitar un restaurante que barato no será. Entonces a pesar de contar con reconocimiento internacional, la comida francesa no es la más popular. Filet mignon, caracoles al vino blanco y mantequilla, ancas de rana, bouef bourgnignon, bouillabaise, soufflé o cassoulet son reconocidas maravillas en el mundo, aunque el mundo apenas las haya probado.

Y también como toda exquisitez, las propias de la cocina francesa se han visto innovadas desde dentro y lo tradicional a pesar de tener su lugar propio ha empezado a competir un poco con lo novedoso. Pero esto, lo novedoso, sigue siendo caro.

Y así es Christophe, un restaurante elegante y discreto que se encuentra frente a uno de los cientos de canales de la capital holandesa. El nombre se lo dio su primer dueño, Christophe Royer, chef francés quien lo inauguró en 1986. En poco tiempo el sitio se consolidó como uno de los restaurantes top-end de Amsterdam.

Para emprender nuevos proyectos en 2006 el francés decidió vender el restaurante y dejárselo –con todo y estrella Michelin- a Ellen y Jean-Joel quienes ya trabajaban para él, la primera como sommelier y el segundo como cocinero. Así que familiarizados con la filosofía del lugar, sus sabores y obsesiones, se quedaron a cargo del mismo manteniendo la calidad que ha caracterizado el sitio, según lo revelan algunas reseñas antiguas.

Su menú es como el lugar mismo, discreto. De entradas a postres cuenta con quince opciones. Su carta de vinos es, por supuesto, mucho más amplia y exclusiva de vinos franceses representantes de todas las regiones.

Ir a Christophe implica gastar por persona alrededor de 120 euros, dependiendo del vino que se escoja. O sea un dineral!...

Pero, pensando en gente como yo, simple mortal que gusta de comer bien, en Christophe se ofrece y prepara un Menu du Marche. Este es un menú de tres cursos (35 euros sin vino) que cambia diariamente dependiendo de lo que el chef encuentre fresco en el mercado. O al menos esa es la filosofía: la improvisación y la frescura.

Con un horario restringido y haciendo previa cita se puede ir a comer a un sitio lindo que es lujo impagable para muchísima gente como yo. Pero conociendo estos secretos es como logro explorar y no quedarme con las ganas de probar algo y de tener una buena y diferente experiencia culinaria.

La aventura gastronómica francesa de “primer nivel” empezó a las 6 en punto. Fuimos atendidos por una mujer muy elegante que nos tomó los abrigos y bolsos y nos dirigió a la mesa en el segundo nivel del restaurante. El lugar es, como dije, discreto. Colores sobrios, negro y beige, flores blancas y adornos –en dorado- que parecían de una tienda de antigüedades, nos dieron la bienvenida.

La mesa impecablemente servida. Cubiertos para todos los tiempos y copas para todos los vinos. La primera en usarse fue la de champagne, pues un aperitivo no se puede dejar pasar. Llegó entonces el jefe de meseros para darnos a conocer el Menu du Marche. Fue tanto lo que explicó que yo poco tiempo tuve de anotar algo, todo sonaba, aunque sencillo, muy elaborado: típico francés.

Después llegó la encargada del vino a entregarnos la carta pues en Christophe nadie come sin vino. Obviamente de ahí sale la ganancia que del menú no sale, pero ya entrada en champagne la cosa era dejarse querer. Elegir el vino hubiera sido un suplicio, partiendo de lo poco que conozco los franceses y de su infinita variedad.

Así que me deje llevar por la sugerencia que hizo la compañía que tenía. Y como la entrada lo ameritaba, empezamos con un blanco. La elección fue un Chant des Vignes, Jourançon, Domen Cahuapé, seco con olores cítricos, dejos de toronja y menta que fue un perfecto inicio para nuestro episodio culinario que empezó con algo casi molecular cortesía de la casa. Un plato que tenía untado un paté de pescado con coliflor y salsa de trufa blanca, muy concentrado en sabor pero que duró un suspiro.
Después llegó el primer plato: una crepa, más gruesa de lo normal, rellena de cangrejo en mayonesa con tarragón con granos de elote y una salsa -tipo jarabe- con caracolitos. Los caracolitos no añadían gran cosa al sabor, pero fue una manera de sentir (o ver) algo muy francés en el plato, aunque los escargot son mucho más grandes. El sabor del tarragón iba muy bien con el cangrejo que se sentía carnoso y jugoso.

Con anticipación sabíamos que el segundo plato era carne de puerco. Entonces decidimos pedir otra botella pues nuestro Jourançon se había evaporado. En la mesa se sugirió aprovechar la selección de la carta y por lo tanto no cambiar de región. Seguimos con un vino del suroeste, pero esta vez tinto. Se pidió un Chateau Bouscassé de Maridan. Ese Mantus 2004 de color púrpura intenso combinaba perfecto con el segundo plato: chuletas de puerco muy bien cocinadas, con guarnición de verduras que estaban en su punto (calabacines y berenjena en su propio caviar) con un sazón impecable que rendían homenaje al mundo vegetal. Pero lo que más disfruté fueron las papas horneadas con queso, porque a mí el Mont’ Dor (uno de los quesos franceses más famosos) me encanta.

Después de quedar con un buen sabor de boca y casi terminar el maravilloso vino tinto, nos trajeron el postre. Un chocolatine festival con mousse de plátano, coco, chocolate blanco y una salsa de fruta de la pasión que se deshacía en la boca como un soufflé caliente, aunque este postre no lo estaba. Los sabores no sobresalían uno del otro, vaya!, hasta las gotas de salsa de fruta de la pasión se hacían notar entre el mar de chocolate, plátano y coco. Una delicia!

En Christophe se ofrece la tabla de quesos para degustación, obviamente al final. A la tabla no le falta nada, y tiene la variedad requerida. Pero esta vez ya no me quedaba espacio para algo así. Pero otra ocasión será, porque pienso volver.

Después de pagar la cuenta dividida entre los comensales salimos de ahí al Vyne, un bar de vinos cercano al restaurante. Muy contenta yo por haber entrado a Christophe y haber comido tan bien. Estas buenas experiencias me dejan siempre de increíble humor.

Por eso me uno al coro de elogios de quienes ya han escrito sobre el restaurante, con la diferencia de que se ha dicho mucho sobre su menú oficial. Yo que tuve -digamos- otro acercamiento puedo elogiar el Menu du Marche –todos los días distinto- que es una excelente opción para no quedarse con las ganas de entrar a un lugar lindo, pasar un buen rato frente a uno de los canales de la ciudad…y, finalmente, comer y beber francés como se debe, porque un lujito de esos se los merece una de vez en cuando.


Christophe
Menu du Marche: de martes a viernes de 18 a 19.30
Amsterdam
http://www.restaurantchristophe.nl/

domingo

El Muelle Tres: comiendo entre piratas

No quería caer en el lugar común. Busqué en Google las reseñas que se han publicado sobre el restaurante Muelle Tres. Encontré varias y todas positivas: “mi restaurante favorito en Ensenada”, dice un autor, “una perla en el malecón de Ensenada”, dice otro, “el lugar ideal para los fanáticos de mejillones”, dice un tercero. Y todos caen en el lugar común de que el Muelle Tres es un restaurante sin pretensiones. Cuando leo este tipo de reseñas sobre restaurantes siempre me pregunto “¿Qué es no tener pretensiones?”: ¿anti-snob, sencillo, económico, nada complicado, con pocas opciones para hacer más fácil la elección? Yo creo que asumiendo el término con una acepción menos negativa, un restaurante, un chef y el personal que labora, deben tener pretensiones.


Pretensiones de satisfacer a los clientes, de arriesgarse a hacer cosas diferentes, de combinar ingredientes de una manera atrevida, de generar un ambiente agradable con la decoración, la luz, el paisaje y la música, de lograr que la gente no nada más coma sino que disfrute, experimente y sobre todo recuerde el lugar. Deben de pretender no disminuir la calidad de los alimentos y el servicio, deben de tener la pretensión de que los comensales volverán una y otra vez y siempre, siempre saldrán complacidos -sin necesidad de desfalcarse- y de que se hablara del sitio, su comida y su agradable personal. Deben de pretender tener los mejores mejillones del mundo y, en efecto, tenerlos. Y en ese sentido el Muelle Tres es un lugar con pretensiones.


Benito Molina, de quien no hace falta decir mucho, inició este proyecto culinario hace tres años. Después de armar el concepto para el Muelle con mariscos originales y frescos, dejó a Adoney García en la dirección de la cocina y no se equivocó. Asistido por Gigliola, el chef confecciona un menú que va de las entradas a los postres elaborado básicamente con productos de ahí enfrente, o sea del océano pacífico, y de la estación, con sabores variados y bien integrados.




Sólo he tenido la oportunidad de visitar el restaurante en dos ocasiones. La primera vez no fue al azar. Me invitaron a conocerlo.


Y esa primera vez, “long time ago”, probé algo del menú de degustación del que aún recuerdo un ceviche de un pescado –bonito, pariente cercano del atún- que yo jamás había probado. Esta segunda vez, acompañada por amigos queridos, nos dejamos llevar por las sugerencias de quien es el jefe de operaciones (y uno de los motivos del éxito del Muelle) David Martínez.


Casi todos los platillos están pensados para ubicarse al centro de la mesa y ser compartidos. Para abrir el apetito (eso pasa con los mariscos, se inicia con ellos para abrirlo no para apaciguarlo) empezamos probando un ceviche de jurel, pescado de tipo azul preparado para disfrutarse sin recordar su consistencia grasa. Nunca había probado el ceviche con ese tipo de pescado y, como el de bonito, me encantó.




Seguimos con una almeja chocolata, presentada con salsa, aguacate y cilantro, que precedió un plato de mejillones al pesto con jitomate –un sabor nuevo pues generalmente los como al vino blanco con crema- acompañados de papas fritas, combinación tipicamente belga que yo adoro. Partiendo de que el Muelle se ubica a un lado de la empacadora de mejillones recién salidos del mar, estos no pueden ser más buenos, porque no pueden ser más frescos. Ambos ejemplares de conchas excepcionalmente preparados y disfrutables.


Después decidimos probar, ahora si, un plato fuerte. Pedimos el risotto al frutti di mare en su versión “Mexiterránea” (término usado en una de esas reseñas que encontré). No quiero exagerar, pero no recuerdo ni en Italia, haber comido un risotto al frutti di mare más “saporito”. Es el sabor del pacífico. Como yo no puedo abandonar un restaurante de mariscos sin mi dosis de ostiones frescos, por demás una de las cosas que más disfruto hacerme pasar por la boca; solicité, en colectiva complicidad, media docena de semejantes frutas del mar que no necesitan absolutamente nada extra a una salsita de limón con cebolla morada y un poco de sal o salsa de soya. El mérito de un cocinero por este mangar crudo sólo cuenta si uno no se intoxica. Los ostiones frescos son divinos ya nada más porque existen. Y el broche de oro por supuesto fue el postre. Una muestra de abundante chocolate en una versión entre soufflé y pudding y una mousse de guayaba, hicieron del final uno memorable. Todo esto lo acompañé con el vino blanco de la casa, una creación –para mi nueva- de Hugo D´Acosta, del que no recuerdo el nombre pero con cuya etiqueta se puede hacer una prueba oftalmológica, sobre todo si se beben unas dos o tres botellas y se ubican estas a una distancia considerable. Para no asustar a nadie, no está de más comentar que esta comilona fue posible gracias a que nos tomamos el tiempo para hacerla, porque los mariscos se deben de disfrutar así, en tiempos y con tiempo. De las 2 a las 6pm, estuvimos sentados, hablando, riendo, comiendo, bebiendo y disfrutando del soleado día frente al malecón de un pacifico lleno de barcos, yates, botes y piratas del Caribe en su versión del Pacífico norteño. Yo también pretendo, pretendo pasar días así más frecuentemente: con un sol amistoso, con un paisaje de revista, con el olor a mar invandiendo los otros aromas, con comida fresca, original y ligera (que me permita seguir comiendo) y muy importante, en compañía de mis buenos amigos, eternos piratas ellos también. Por esto tendré que caer en los lugares comunes y decir que el Muelle Tres es una joyita del malecón ensenadense, uno de mis restaurantes favoritos también, pero contrario a los demás diré que sus pretensiones son absolutos logros. Muelle Tres: Blvd. Teniente Azueta 187 Malecón de Ensenada, Baja California. Tel. 646. 151.9292 Abierto de miércoles a domingo de 13 a 18 horas (verano hasta 20 horas). http://www.muelletres.com/