martes

De fantasías y mudanzas

“No bien se habían ido quienes nos ayudaron con la mudanza, él fue por la botella de Brut, Gran Reserva, Viña Doña Dolores, que frío, en nuestro recién comprado refrigerador, nos esperaba para brindar por nuestra casa nueva. Después de dar un trago largo a nuestras copas, me recargó sobre una pared para besarme. Supe que sus besos tenían segundas intenciones. Pegó su sexo al mío y empezó a restregarlo. Las hileras de cajas nos estorbaron, entonces caminamos, entre cosas en el piso y a medio arreglar, hacia la que será nuestra habitación.

Los poros de la piel llenos de polvo y el sabor de sudor salado no fueron un impedimento para que nos echáramos sobre un colchón sin ropa de cama. Ahí nos fuimos quitando los pantalones y sudadera de trabajo, calcetines empolvados y zapatos sucios. El olor a trabajo, al trajín de cargar, subir y bajar cajas, muebles y plantas nos despertaba un instinto propio de quienes van a vivir en el bosque.

Así entre risas de felicidad por la nueva aventura que empezamos juntos, sabiendo que nadie había para escuchar gemidos y fuertes latidos, nos metimos la otra en el uno, o el uno en la otra, con toda la emoción y las ganas que….”

¿Sabes dónde está el martillo?...cuando salí de mi fantasía estaba frente al lavaplatos lleno de trastes empañados, viendo el paisaje a través de la ventana. Me repitió la pregunta y yo por supuesto no sabía donde estaba el martillo. Él iba y venía con cajas que acomodaba según la habitación que les correspondía. Yo me empeñé en acomodar las cosas de la cocina y dejarla lista para usarla lo más pronto posible y estrenar mi nueva estufa.

Ni bien nos habíamos quedado solos cuando empezamos a abrir paquetes, a ir de aquí para allá y a discutir por el lugar en donde las cosas deberían quedar colgadas, acomodadas, guardadas. Se apagó todo por un rato, la conexión de la luz nos falló cuando él estaba en su estudio y yo en medio de la cocina –o sea a bastantes pasos para aprovechar la oscuridad involuntaria-. No se veía un carajo y por supuesto no teníamos ni velas ni lámparas a la mano para ayudarnos un poco. Caminar o moverse era riesgoso en medio de tantas cosas fuera de lugar y sin un rayo de luna para iluminar el camino. Sólo se vislumbraban los altos árboles que viven rodeándonos.

Cuando la conexión decidió funcionar, nos dimos por vencidos y entonces cenamos, nos bebimos la botella de Brut y brindamos, pero cuando llegamos al colchón, que ya estaba formando parte de una cama decente, caímos como un par de troncos que apenas alcanzamos a darnos un beso de buenas noches.

No hubo retozadera en un colchón desnudo, ni tumbos por los pasillos llenos de cajas sin acomodar, ni sexo frente a ventanas sin cortinas, ni besos apasionados en los escalones de la entrada que nos quitaran el aire.

Mi fantasía del primer sexo, -salvaje y cachondo- el primer día en la nueva casa quedó en eso. Esas situaciones sólo pasan con Kim Bassinger y Mickey Rourke, o en los consejos y sugerencias que se publican en artículos de Cosmopolitan o Vanidades, o en las mentiras que alguien con tanta imaginación como yo cuenta.

Demasiadas películas y malas revistas, diría yo. Pero fantasear no cuesta nada