sábado

No pienso mucho en ti, pero me acuerdo.

Hace tanto tiempo que estuve contigo la última vez que casi no pienso en ti. Y como desde entonces tampoco hablamos te me olvidas con frecuencia. Pero, a veces, me acuerdo…


Me acuerdo que preferías que yo llegara a tu casa después de cenar, casi siempre los mismos días y siempre a la misma hora. Me acuerdo del olor que tenías por la noche cuando te visitaba. Olor a día de trabajo, oficina, tráfico y loción gastada. No pienso mucho en ti, pero cuando lo hago me acuerdo de tus canas escondidas rodeando tus genitales, de las arrugas alrededor de tus ojos, de tu estómago cada vez más rebelde y relajado. Me acuerdo de tu casa, limpia pero sin orden, con lo mínimo indispensable, con poco para comer pero con suficiente para beber. Casa de hombre solo que no presta atención a los detalles.


Cuando pienso en ti me acuerdo que no había mucho preámbulo antes del sexo. Me abrías la puerta, dejaba mi bolsa en el sillón de la sala, me ofrecías algo de beber, tomaba mi copa y subía detrás de ti hacia tu habitación. Apagabas la televisión y quitabas el periódico de la cama mientras hacías alguna pregunta, generalmente banal, como para llenar el hueco de silencio mientras te quitabas la ropa y yo me quitaba la mía. “¿Estaba lloviendo por tu casa?” o “¿no sientes que está muy fría la recámara?” o “¿esos zapatos son nuevos?”, preguntas cuyas respuestas no le importaban a nadie, y que hacías mientras yo me iba deshaciendo prenda por prenda de lo que llevaba puesto.


Yo dejaba todo sobre una silla que parecía puesta ahí para mí pues siempre estaba vacía. Tú dejabas todo tirado en tu lado de la cama que estaba establecido. Las preguntas eran necesarias, para ti supongo, porque te hacían sentir que teníamos algo que decir antes del coito, o te hacía sentir que no era únicamente a eso a lo que yo llegaba las veces que por tu casa llegaba.


Por eso cuando pienso en ti no me acuerdo de ninguna conversación sostenida antes de desnudarnos y tenernos. Era como si hubiera una urgencia por penetrarnos, tu a mi con tu pene, yo a ti con todo lo que tenía. Pero después de haber terminado, de eso me acuerdo cuando pienso en ti, te acomodabas en la cama, me abrazabas y empezabas, ahora si, a hablar. Me contabas de esa mujer, la que estaba embarazada de ti en una ciudad lejana y con la que hablabas por las noches – a veces interrumpiendo nuestras citas- fingiendo estar solo. Me contabas de tus hijos, los del primer matrimonio y único divorcio, me contabas de tu enorme familia, inabarcable con tantos hermanos, hermanas, sobrinos y sobrinas. Me contabas de un nuevo libro que habías empezado a leer o de la última noticia que te había consternado. Me contabas del trabajo que estabas haciendo, algún documento para presentar o publicar, alguna revisión de tesis, algún dictamen.


Yo te oía, pero no te escuchaba. Me concentraba en tocarte, porque tu piel, a pesar de su edad, era una seda. Pasaba los dedos de mi mano derecha por tu cuello, bajaba por tu panza y me detenía en el vientre. A veces te jalaba los vellos blancos y regresaba al cuello. Te movía el cabello pues siempre me disgustó tu corte de cabello que yo consideraba “de señor” y te peinaba los bigotes con los que también te expresabas y que odié hasta el último día que estuve contigo.


Me concentraba en tu olor, olor a hombre, grande, mayor, de madera vieja que para entonces desconocía pues antes de ti mis camas habían tenido el aroma de los 20 años. Pero tú seguías hablando, como si fuera una más de tus escuchas en una conferencia, como si fuera una periodista interesada en tu opinión al respecto de los grandes problemas nacionales, como si fuera una alumna a la que le sugerías argumentos teóricos y estrategias metodológicas. Pero no era nada de eso.


Cuando pienso en ti, que no es muy seguido, me acuerdo de que la primera vez que nos acostamos te dejaste los calcetines puestos y yo pensé que eso era de pésimo gusto. Me acuerdo que no te gustaba bajar a mi vagina y que si yo me metía tu pene en la boca después no querías que te besara. Nunca entendí qué te daba asco, pero soporté, tontamente, tu malquerencia al sexo oral. En ese entonces pensé que tenía que ver con tu edad…cuando estuve con otros hombres que me rebasaban por muchos años supe que no era eso. Simplemente eras tú.


Yo te decía “doctor” para no perderte el respeto, para recordar quien eras y no verte -cuando casualmente te encontraba en otro contexto- siempre desnudo debajo de mí, diciendo los improperios que a veces decías en la cama y que contrastaban con tu articulado y hechizante discurso académico. Cuando te veía en acción, si tú, experto en el performance, hablando como quien sabe mucho y tiene algo imprescindible que decir, no evitaba recordar tu cara descompuesta ante el orgasmo, tus ruidos apenas oíbles, tu cabeza volteando de un lado a otro como negando que pasaría lo que estaba a punto de pasar o lo que estaba pasando. Y cuando pienso en ti, no con frecuencia ya te lo dije, me acuerdo de esas conferencias, seminarios y eventos públicos en donde nunca resistí la tentación de pasarme la mano por en medio de las piernas mientras te escuchaba. En ese tiempo me calentaba que fueras un hombre mayor que yo, me calentaba la condición discreta que manteníamos, saludarnos en público como quienes apenas se conocen y se encuentran, despedirnos en público para encontrarnos en tu cama un rato después. Aprendí a enfriarme con el tiempo.


A tus 40 tenías sobre mi experiencia ganada, pero a mis 20 tenía yo experiencia por ganar. Después de ti vinieron muchos, otros, tantos hombres de diferentes edades y con distintas manías. Hombres que disfrutaban de nadar en medio de mis piernas hasta secarme, que disfrutaban de besarme después de haberles besado yo los genitales completos, que se quitaban los calcetines hasta en el invierno, en el coche y en la oficina, a quienes podía ver a toda hora y en cualquier sitio.


Cuando pienso en ti, que no es muy seguido, pienso que fuiste importante para que yo supiera lo que quería y no quería en la cama, lo que quería y no quería de un hombre, lo que quería y no quería sentir. Diré entonces que fuiste un episodio importante, tal vez el apropiado para los 20 años.


Sin embargo no pienso mucho en ti, pero cuando pienso me acuerdo.