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Brujas, para morirse con chocolate.


En una visita a Bélgica seguramente se verán ciudades bellísimas y museos muy diversos, se beberán buenas y diferentes tipos de cervezas, se comerán conejo a la flamenca y mejillones al vino blanco con papas fritas, se prescindirá de vegetales y del buen pan, pero sobretodo se probara y comerá hasta la saciedad eso que a los belgas les queda tan bien: los chocolates.

Divinos ellos, son como nada ni nadie dentro de mi boca. Al chocolate, sobretodo si es oscuro, casi cacao puro, le tengo amor leal e infalible. Me gusta solo, pero también combinado especialmente con naranja, fruta de la pasión, guayaba o frambuesa. También me gusta con chile, con almendra y con menta.

Pues de todo y con todas las combinaciones posibles probé durante mi tercera visita a Bélgica, que en esta ocasión fue a Brujas, la capital belga del chocolate.

Y no es que en Bruselas, Gent o Amberes no haya chocolaterías, pero yo no vi la cantidad que se encuentra en Brujas. Sin hacer un recorrido planeado para visitarlas, con sólo ir caminando por las callecitas, placitas y canalitos de la ciudad, perdiéndome por ahí y bobeando sin parar me los iba encontrando: paraísos de puro chocolate.
Hay chocolaterías de todo tipo, las muy fresas que parecen joyerías como Neuhaus, hasta las tradicionales que no han cambiado en años ni su publicidad como Dumon. En medio hay para turistas (Finest belgian chocolate) con piezas de chocolate que rayan en la vulgaridad y en los exorbitantes precios, hasta las chocolaterías para los locales en donde se pueden comprar delicias a precios accesibles.

Y en una de esas perdidas que me di, caminando por aquí y por allá, llegué al Chocolate Museum (http://www.choco-story.be/). Siempre supuse que un alimento, ingrediente, sabor y pasión como él debía tener un museo. Pues lo hay y está en Brujas.
El museo está ubicado en la St. Jansplein, en la zona central de Brujas. Consta de cuatro pisos. En el primero está –obviamente- la recepción, la caja (el boleto de entrada cuesta 6 euros e incluye un pedacito de chocolate) y la tienda de “souvenirs”. En el primer piso se inicia el recorrido por la historia del chocolate empezando con el origen del cacao. En la primera sala se expone información sobre el tipo de árbol, las semillas, las ambientes y los nombres científicos.
Después se pasa a una sala en donde se ubican en un mapa del mundo las regiones productoras de cacao. Para mi sorpresa México no figura entre los productores más importantes. El cacao se produce básicamente en África con Costa de Marfil y Ghana encabezando la lista, junto a otros productores africanos - Nigeria y Camerún- Indonesia y Brasil también aportan cacao al mundo.
En esta misma sala hay replicas de árboles de cacao y se inicia la historia del consumo del cacao con los mayas y los aztecas. En la exposición hay pinturas, algunas figuras de barro y detalles que ilustran el uso ritual del cacao en ambas culturas. El cacao fue moneda de cambio y mezclado con sangre se ofrecía en los sacrificios. Pero el cacao también se bebía y de ahí viene el nombre del chocolate: xoco-cacao, alt-agua: Xocoalt.
Lo que sigue ya nos lo sabemos. Llegaron los españoles, descubrieron el cacao, en el siglo XVI se lo llevaron a Europa como bebida ya mezclada con azúcar, pues, dice la leyenda, que fueron unas monjas en Oaxaca quienes inventaron lo que hoy se conoce como chocolate en agua.
En el museo se explica cómo esta bebida se fue extendiendo por toda Europa, aunque fue en Francia e Inglaterra donde tuvo su mejor aceptación durante los siglos XVIII y XIX. Bebida de la realeza y la aristocracia, el chocolate se erigió un rey por si mismo.

Este auge en Europa no discriminó a lo que entonces era Flandes (Bélgica), sobretodo tomando en cuenta la influencia que España ejercía en el norte europeo. Las casas para beber chocolate empezaron a existir por el 1660. En lo que ahora es Bélgica se acogió al chocolate como si fuera producto nacional y de hecho se ha convertido en un símbolo. En el mundo se reconoce el chocolate belga como garantía de calidad y sabor.
En el museo se pueden ver las primeras máquinas que se utilizaron en Bélgica para procesar el cacao, mezclarlo con leche y azúcar y elaborar chocolates. También se exhiben las tazas de porcelana y jarras especiales que eran utilizadas para servirlo, pues como el té en Inglaterra, en Bélgica se hizo costumbre, casi un rito, beber chocolate.
El chocolate pasó de ser una bebida a ser un postre, para después convertirse también en un ingrediente con el cual hacer jaleas, salsas, jarabes y etc. En 1912 Jean Neuhaus adoptó el término “Praline” para nombrar a un chocolate pequeño, redondo y relleno que se empacaba en cajitas muy llamativas, lo que hizo aún más popular el consumo de chocolates.

Después de pasar por la historia de la elaboración del chocolate, se pasa a una sala que exhibe las diversas presentaciones que ha tenido el chocolate belga dependiendo de la compañía o empresa productora.
En la última sala se proyecta un video de 10 minutos que hace un recorrido desde la recolección del fruto del árbol del cacao hasta su procesamiento en una barra de chocolate. Lo que nos comemos es la mantequilla de cacao, o sea la grasa, lo que nos bebemos es el polvo del cacao, que ya procesados, ambos, son un chocolate caliente o un pedazo de chocolate. En el sótano, visita obligada antes de salir del museo, se encuentra un especialista en chocolate haciendo una demostración de la elaboración de las pralinés que dura aproximadamente 15 minutos y que yo me perdí con tantos niños ruidosos frente a la mesa. No está demás mencionar que en esta parte del museo hay piezas de chocolate que rosan el kitsch y la exageración como un huevo de pascua gigante, el castillo de Cenicienta, un molino y, su última novedad, una figura en tamaño original de Barack Obama (It is forbidden to eat the president, se aclara…pero a ese ni en chocolate!).

Y después de ese recorrido por la historia del chocolate en Bélgica es más claro entender que en Brujas haya al menos una chocolatería por calle, como iglesias hay en Puebla. Los belgas hicieron del consumo del chocolate una religión y aunque los suizos tienen su fama bien merecida, yo que probé tantos chocolates en mi vida de diversas casas y de varias partes del mundo, puedo decir que los belgas son los mejores. Las cuatro cajas de chocolates rellenos, trufas y pralinés con esencias florales y la jalea que compré en la tienda Neuhaus (http://www.neuhaus.be/) son inolvidables.
El chocolate se puede convertir en una adicción. Conozco gente que no puede vivir sin comerse cuando menos uno diario. Yo me contengo, lo intento, aunque si tengo una caja de chocolates o una barra de chocolate oscuro a la mano difícilmente va a durar más de tres días. He llegado a esconderlo para no compartirlo y junto con el café es lo único que no resisto si me lo ofrecen a cualquier hora del día.
Cuando viajo me gusta probar los postres de chocolate para conocer cómo lo preparan en distintos lugares. Adoro los brownies, el helado de chocolate con pedazos de chocolate, la mousse de chocolate oscuro con peras, la tarta de queso con chocolate, las crepas con nutella, hacer un fondeu de chocolate con frutas y todo lo que se cocine o prepare con cacao o chocolate.
En el museo no se menciona que el chocolate es afrodisiaco y antioxidante, que si se come con la menor cantidad de azúcar posible contribuye a la regeneración de células. Además los productos de cacao para la piel, especialmente para la cara, producen colágeno, que contribuye a mantener la piel más firme, hidratada y por lo tanto sana. Por eso si no me lo como me lo embarro…y de eso también surgen experiencias saludables o si no al menos gozosas.
Estoy segura de que para nosotros amantes al chocolate no hay mejor lugar en el mundo que Brujas, yo ahí hubiera podido quedarme a morir…enchocolatada!