domingo

Todas Belgas


Como para los adictos al chocolate, Bélgica es también un paraíso para los buenos bebedores de cerveza. Digo buenos porque quien bebe Corona o Sol no bebe cerveza. Y no diré qué bebe porque no lo sé.
Pero las belgas, como las alemanas y las checas, son absolutamente cervezas. Varían en ingredientes y niveles de fermentación, pero todas tienen las mismas características, son cervezas completas: fuertes, con sabor, textura, alto grado de alcohol y hasta olor.


Mi llegada al mundo de las cervezas belgas fue tardía. Pero ha sido permanente.
Ocurrió en mi primera visita a Holanda. Entré en un bar y al ver que sólo tenían Heineken y Amstel de barril me decidí por un vodka tonic. Pero al poco rato pregunté sobre la otra cerveza de barril que había: era Palm. Una cerveza belga de color roja claro, sencilla, fácil de beber y ligera. Desde entonces la Palm -por ser tan popular en Holanda- ha sido mi elección cuando lo que hay son sólo opciones locales.


Y me parece que para los holandeses es igual. Prefieren en general cervezas belgas que propias.
Por eso se ofrece, vende y consume mucha bebida no destilada de trigo, cebada y malta llegada del país vecino y hecha en monasterios. Porque si algo supieron y saben hacer los monjes (ahí y en otras partes del mundo) es fermentar y destilar alcohol: vinos en unos países, cervezas en otros.
Los religiosos en Bélgica se han dedicado a producir desde sus silenciosos monasterios y bajo reglas muy específicas las mejores muestras de bebidas fermentadas. Las cervezas trapenses derivan este nombre de las características que les da el ser producidas por monjes (trapenses, una congregación originalmente francesa).

Esta etiqueta o denominación (por ponerle de algún modo) la tienen seis cervezas en Bélgica y una en Holanda (La Trappe). Se adquiere por seguir un procedimiento de elaboración particular: son cervezas hechas con ingredientes 100% naturales y son de alta fermentación. La fábrica está dentro del monasterio y por ende bajo supervisión de los monjes. Se supone que el dinero que recaudan de la venta de cerveza, que no será poco, se destina a la "sobrevivencia" del monasterio y a obras de caridad. En el sabor está la prueba: es bendito!
Otra característica diría yo de las cervezas trapenses es que no son ligeras. Pero pocas belgas lo son si las comparamos con otras cervezas en el mundo. De las primeras hay que saber que las hay de doble fermentación (Dubbel) o de triple (Tripple) y las hay rubias, rojizas y oscuras de distintas tonalidades y que normalmente oscilan entre los 5 y 16% de alcohol, aunque las que más se beben son las de entre 8 y 10%.
Una de las más populares, diré casi de batalla, es Maredsous. Cuando es de barril se ofrece la Brune (8%), de color oscuro, espuma cremosa y un final acaramelado. Es la que bebo cuando voy con los colegas del trabajo al De Zaaire, el bar universitario de la ciudad de Wageningen. Por botella, también buenas, se encuentra la Blonde (6%) y la Triple (10%).


Originaria y única de Amberes producida desde mediados del siglo XIX, De Koninck también es para la tarde de cervecita. Medio rojiza ella, en los bares se ofrece de barril (5%), popular en los supermercados, se encuentran la Blonde, Triple, Winter y Speciale Belge.



Ya hablando de otro tipo de calidad de cervezas las que siguen en mi lista son reinas. Descubrí la Duvel un día de ganas de una cerveza clara. Y no he podido dejarla. Es la cerveza que compro para tener en mi refrigerador y beberla de vez en cuando. Pero lo que más me gusta es ir a un bar y beberla en su vaso de tulipan para ver toda la espuma que produce. Es de sabor amargo y una perfecta compañera de hamburguesa con papas fritas en un día de sol.


La Westmalle es una cerveza trapense. Oscura, pesada, de final medio dulce poco empalagoso. Se produce en doble y triple fermentación y sus variedades tienen entre 6 y 14% de alcohol. Buena para acompañar un viaje largo en tren.



La Trappistes Rochefort es una reina de las Trapenses. Cerveza antiquisima que data del 1500, elaborada en la abadía de St. Remy. Es una cerveza oscura de tonos café-rojizos, casi ambar rojo, con fuerte sabor a granos, hierbas y especies que, como las trapenses, termina con un dejo caramelizado. Me la recomendaron en un restaurante en Brujas para limpiar la boca de sabores diversos pues la combine con una sopa de queso y un goulash de carne.


La Chimay, me dijeron un día, es la cerveza más belga. Es cerveza trapense no pausterizada. Es díficil elegir una de las tres variedades: la triple de sabores a uva moscatel (de etiqueta blanca), la de etiqueta azul, con ligero sabor floral y la de etiqueta roja, de sabores a durazno y chabacano con un final amargo. Mi favorita.


Color ambar, de aroma afrutado y sabor muy delicado y suave, servida en un vaso muy particular de 25 centímentros, la Kwak (como el sonido de pato) es una ganadora. La probé por primera vez en Bruselas. Desconozco su origen, y aunque no es Trapense, es una cerveza para conocer y querer. La Orval, de color café claro es además un excelente ingrediente para hacer salsa de cerveza y acompañar esta con un filete. Otra joyita belga.
La última en mi lista, es la primera en mi paladar. Muchos dicen que no es cerveza, pero yo digo que está en otra dimensión. La Duchesse de Bourgogne es una "red ale" (una "ale" es una cerveza fuerte, de alta fermentación pero de color claro, las "red" provienen de Irlanda y Bélgica) hecha con levadura y malta pálida. Esta es originaria de Flandes, su especial y particular sabor combina fruta de la pasión con chocolate, y una mezcla ácida de cerezas negras, ciruelas, especies y toques de naranja. Parecería que describo un postre, pero es una bebida fermentada que muchos se niegan a considerar cerveza. Y si bien es cierto que no me puedo beber más de dos al hilo, esas dos las disfruto con todos los sentidos.
Hay una tendencia en varias partes del mundo por conocer más y mejor las cervezas belgas. Espero que no sea una moda pasajera y que el gusto por ellas se popularize para encontralas cada vez más por donde quiera que uno ande...
En Amsterdam: Het Elfde Gebod
En Utrecht: Kafe Belgie
En Wageningen: De Vlaamsche Reus
En Brujas: Café Vlissinghe
En Tijuana: La Tasca de la Sexta

sábado

Neugrüns Köche en Berlín: nueva cocina alemana

En el mundo los alemanes tienen fama de comer mal y la comida alemena no goza de buena reputación.
En comparación con otras cocinas vecinas, como la italiana o la francesa hegemónicas cocinas en Europa, generalmente sale mal parada. Pero me parece que de un tiempo para acá hay que reconsiderar la comida alemana y ubicarla en un lugar especial dentro de la comida europea.
Es el desconocimiento, por no decir ignorancia, lo que hace a la gente pensar que en Alemania se comen únicamente salchichas, ensaladas de papas y coles. Alimentos que si están en la dieta de ese país pero junto a platos más elaborados como el kaesespaetzle o el wildscheinbraten.
Pero como sucede desde hace mucho en ciertas cocinas del mundo (que se innovan), en la cocina alemana hay también buenos resultados cuando se apuesta por la experimentación y la variedad.
Ingredientes tradicionales e importados se combinan con nuevas formas de cocción y presentación abriendo un abanico de opciones en platos de jabalí, venado, ganso y pato con castañas, coles, papas y quesos.
Cuando se es primerizo en cierto tipo de cocina, el desconocimiento puede ser excitante pero también provocar confusión. Por eso la opción del Neugrüns Köche en Berlín, con chef de ascendencia noruega, me parece una sitio buenísimo para empezar a conocer esta comida alemana, que se podría llamar nueva.
Con recetas de Schwaben y Bavaria, regiones de donde llega la mejor comida alemana, el restaurante ubicado en el barrio de Prenzlauer Berg vale la visita. La onda del lugar es ofrecer dos menús completos de cuatro tiempos (40 euros). Un menú está inspirado más en la cocina mediterránea y el otro es regional. Es posible comer unicamente dos o tres tiempos (28,50-36,50 euros respectivamente) o el plato fuerte (20 euros). Yo que iba en compañía de un buen comedor y además moría de hambre pedí el menú completo. No se pierde mucho tiempo pensando en combinaciones ni hay cantidad de opciones para escoger.

De entrada nos dieron Rote Beete Carpaccio mit Leber und Herz vom Damhirsh und Wildkräutersalat, o sea un carpaccio de betabel con hígado y corazón de venado pequeño y una mezcla de distintas lechugas aderezadas y nueces. Yo no soy afecta a las vísceras. Pero bien cocinadas y bien combinadas, como en esta ensalada tuve que probarlas. Le pasé a mi acompañante un pedazo de corazón. Me siguen pareciendo, las vísceras, de un sabor muy intenso, apropiado para paladares más exquisitos que el mío. No sé si el problema es la víscera misma o el animal (en este caso un pequeño bambi) destazado lo que me inhibe las papilas gustativas. El hígado sin embargo lo comí con gusto pues las verduras crudas le combinaban muy bien.


La sopa fue una grata sorpresa. De apio y cebolla hecha con caldo de pescado, a un lado tenía una brocheta pequeña de Poulard (no encontré una traducción al español) marinado, crudo y relleno de cebollita de cambray y pepinillos en vinagre. Para comerlo había que picar el pescado muy finamente y comerlo junto con la sopa. Una combinación sútil y deliciosa.

El plato fuerte se llevó la noche. Así literalmente se la llevó porque por esperarlo se nos hicieron casi las 10 de la noche y habíamos llegado a las 8. Pero valió la espera. Entonces nos pusieron enfrente un estofado de carne de venado (término medio), con Pfifferlingen, una especie de hongos típicamente alemanes de cabeza chica, tronco delgados y tamaño pequeño que contrastan con su intenso sabor. El estofado estaba mojado en la salsa de su propia cocción y acompañado de un strudel de col blanca, maravilloso.


El último tiempo fue dulce. Era una manzana rellena rodeada de una pasta hojaldrada acanelada y horneada que se acompañaba de un Schokoladen-Maronenparfait. Del francés parfait, la palabra refiere a un postre helado, que en este caso era de chocolate con un tipo de nuez (la Maronen).

Para mi sorpresa las recomendaciones del chef en cuestión de vinos no incluían vinos alemanes. Me quedé con ganas de tomarme un Riesling, pero la comida ameritaba un tinto. Así que nos decidimos por un ensamble francés de cinco uvas de la región de Côtes de Rhône, Le Chȇne Noir, 2007. Complicado por la mezcla de uvas pero absolutamente disfrutable.

La próxima vez que alguien me diga que no existe la cocina alemana, voy a canalizar a dicho blasfemo al Neugrüns Köche para su pronto arrepentimiento. Y la próxima vez que vaya a Berlín lo visitaré de nuevo y con mucho gusto.
Si andas por Berlín dale una oportunidad, lugar ideal para citas romáticas, celebraciones especiales o reencuentros amistosos: