sábado

La vida sexual de Catherine M.

“…no me fue concedido de entrada un cuerpo apto para el placer. Primero tuve que entregarme a la actividad sexual literalmente a cuerpo descubierto, extraviarme en ella hasta el punto de confundirme con el otro para, al final de una muda, tras haberme despojado del cuerpo mecánico recibido al nacer, enfundarme otro cuerpo, esta vez tan capaz de recibir como de dar”…

Esta es una de las imágenes más fuertes que conservo del libro “La Vida Sexual de Catherine M.”, una autobiografía que la curadora francesa Catherine Millet (Bois-Colombes, 1948), directora de la influyente revista Art Press, decidió publicar. Sin especificar demasiado, se sabe que dicha vida sexual transcurrió en París y empezó cuando ella era una adolescente. Siguió con intensidad en sus años veintes, cuando ya trabajaba en el campo de las artes. Y como todo está narrado en pasado, sugiere que Millet ha encontrado un camino alejado de las orgías, de los tríos y de las sodomías cotidianas.

El libro “La vie sexuelle du Catherine M.” fue publicado en Francia en 2001 y causó gran alboroto pues Millet es una mujer muy conocida. Con el libro –que además fue un Best Seller- quedó expuesta al escrutinio escandaloso de sus prácticas y hábitos sexuales, los cuales describe con más detalles que una nota de cata (color, olor, sabor, textura, orificios, agujeros, fluidos, etc.).
Las primeras frases del libro me capturaron. Sin pretensiones puedo decir que hubo frases, enunciados, párrafos completos en los que me reconocí: “no pertenecía al censo de las seductoras, y que en consecuencia mi lugar en el mundo, con respecto a los hombres, estaba menos entre las otras mujeres que al lado de ellos”.

Desde que empecé a relacionarme sexualmente con hombres tuve siempre esa sensación. Incluso antes, de niña, mi compañía favorita era la de los niños. Mis cómplices han sido ellos. Como Catherine yo tampoco pertenecí y ni pertenezco al sector de la femme fatal, la seductora que pone la bala en el sitio a donde se le fue el ojo.

No obstante nunca me he quedado con ganas de cogerme a alguien. Según el libro de Millet, ella tampoco: “No he ligado nunca. En cambio, yo estaba disponible en cualquiera circunstancias, sin vacilación ni reservas mentales, por todas las aberturas de mi cuerpo y en toda la extensión de mi conciencia”. Esta imagen de apertura al mundo es sublime. Escrito esto en las primeras páginas el libro es una promesa de honestidad.

Escrito en cuatro capítulos (El número, El espacio, El espacio replegado, Detalles)  -que suenan más a un ensayo sobre arte que sobre sexo- el libro de Millet disecciona con instrumentos afilados y con mucha paciencia su sexualidad. Describe de una manera fluida y abierta su experiencia desde que empezó a considerar que “follar, -es decir follar con frecuencia y en buena disposición psicológica, independientemente de quién o quiénes eran los compañeros –era un estilo de vida”.

Y fue de verdad su estilo de vida. La autora tuvo todo tipo de experiencias, vivencias, situaciones, contextos, eventos, lugares, constelaciones de compañeros y sensaciones alrededor de las cuales está narrada su vida sexual. En su libro Catherine no se detiene en preámbulos:

“Más que las penetraciones, me deleitaban las caricias, y en particular las de las vergas que se paseaban por toda la superficie de mi cara o frotaban el glande contra mis pechos. Me gustaba mucho atrapar al vuelo una polla con la boca y deslizar mis labios sobre ella mientras otra se acercaba a reclamar su ración por el otro lado, en mi cuello tenso. Y girar la cabeza para apresar la nueva. O tener una en la boca y otra en la mano. Mi cuerpo se abría más por efecto de esos toqueteos, de su relativa brevedad y su reanudación, que por el de las cópulas”.

Así, con lenguaje claro, sin pretender escandalizar pero tampoco complacer, Millet nos introduce en esa disección franca y abierta de su sentir, de su posición (adelante, atrás, de costado, de rodillas) de objeto, de mujer-objeto que subyace en el texto y es permanente.

Esa velada reflexión acerca del ser-objeto me sorprendió. Últimamente mucha de la literatura erótica escrita por mujeres refiere al sujeto sexuado, sexual, que toma la iniciativa, que se dice “puta” a sí misma y que se jacta de su ninfomanía. No, Catherine no cae en ese lugar (¿común?), y explica: “Si soy dócil, no es porque me guste la sumisión, pues nunca he buscado situarme en una posición masoquista, sino porque en el fondo me es indiferente el uso que se haga de los cuerpos”. Aclara que no es afecta a prácticas extremas que infligen dolor o dejan heridas, pero “por lo demás, en lo referente al inmenso ámbito de las singularidades, hasta de los antojos sexuales, he actuado sin apriorismos, he mostrado una invariable predisposición de ánimo y de cuerpo”.

Es ahí donde radica el poder del libro de Millet: está atravesado por una reflexión constante y profunda sobre el cuerpo: “El placer es fugitivo porque el cuerpo, por muy triturado, socavado, removido que haya sido, es evanescente”. Escribe, claro, desde el cuerpo de una mujer de clase alta, blanca, profesionista que “decide” que hacer y aprueba lo que los demás hacen con él. Pero cuerpo al fin. Masa, energía, carne, fluidos y terminales nerviosas. En el ensayo se leen párrafos que explican de manera detallada, sin metáforas rimbombantes pero con expresiones precisas, las reacciones de estos componentes al impulso sexual. El cuerpo sexuado, sexual, sexoso. ¿Evanescente como inasible? ¿Como etéreo?

Poco entra la autora, además, en el laberinto del sentimiento y la emoción. Pero lo resolvió con sencillez y claridad: “He follado ingenuamente durante una gran parte de mi vida... De vez en cuando tropezaba, por supuesto, con algunas de las dificultades psicológicas conexas (mentiras, amor propio herido, celos), pero las imputaba a la lista de pérdidas y ganancias. No era una mujer muy sentimental. Tenía necesidad de afecto, lo obtenía, pero sin llegar al extremo de construir, a partir de relaciones sexuales, historias de amor”.

Millet es concreta y se concreta a su vida sexual, tumultuosa y libre. Yo no había leído antes un lenguaje tan preciso, ordenado, ligero y voluntarioso para escribir sobre el sexo, sin caer en la provocación (o en el intento de provocar). Catherine Millet se concentró en su cuerpo, en el ajeno (los ajenos) y en el coito vivido para darnos una de las mejores exploraciones sobre el ejercicio libre de la sexualidad y del placer.

Si el libro de Millet me impactó fue además porque contiene frases que yo con otras palabras he pensado, narra situaciones muy parecidas a algunas que he vivido y da cuenta de sentimientos que yo he tenido. Mi vida sexual es el libro que a mi me hubiera gustado escribir, pero en el estilo que Catherine ya lo hizo. Por eso no lo haré.

Pd. La traducción al inglés, The Sexual Life of Catherine M me gusta más que la traducción al español editada por Anagrama. Recomiendo la que tengan a la mano y si leen francés pues mejor!!!

miércoles

Casa Perú...mi ganador del premio cocinaycama 2010

El año que recién terminó fue uno muy provechoso para mí: visité por segunda o tercera vez algunos restaurantes que me gustan mucho y conocí varios nuevos (algunos ya los reseñé aquí otros todavía están en la lista). Pero el ganador del premio cocinaycama 2010 (uno que acabo de instituir) es un sitio de cocina peruana que descubrí en el otoño.


Iba caminando por el barrio del Jordan en Amsterdam, una tibia tarde del pasado mes de septiembre, cuando un olor delicioso me atrajo a una esquina. Al llegar encontré un restaurante pequeño e iluminado con la clara luz del sol.

Una pareja iba saliendo del sitio y lo único que se me ocurrió preguntarle fue si les había gustado la comida. Ambos sonrieron complacidos y asintieron. Tomé una tarjeta de Casa Perú para planear una visita con tiempo y en buena compañía. No tardé mucho en hacer una reservación para dos. Fui con mi amiga Rhiannon, cómplice de aventuras de todo tipo, aunque últimamente han sido más que nada culinarias.


Era viernes, el sitio estaba lleno y sonaba Susana Baca, que de banda sonora para comer comida peruana me gusta. Nuestra mesita para dos estaba junto a la barra en donde la única mesera se hacía bolas.


Se tardó un poco en voltearnos a ver después de habernos dado la mesa. Yo aproveché para ver el lugar. No hay más de diez mesas, todas tienen vista hacia afuera y afuera están los canales de Princengracht y de Leidsegracht, que de noche son bellísimos. La iluminación es tenue sin ser romántica, y los colores de los muebles son claros. Es un sitio agradable y de buen gusto sin ser presuntuoso. A pesar de estar tan cerca de Leidseplein ocupa una esquina tranquila en donde no se ven hordas de turistas, lo que en Amsterdam siempre se agradece.


Cuando finalmente nos trajeron la carta fuimos directamente a las bebidas y pedimos sin dudar dos pizco sauer. El pizco es un destilado de uva cuyo origen se pelean Chile y Perú. Es el equivalente a una grappa italiana. El claro se usa para hacer esa bebida sauer que se prepara con clara de huevo, azúcar, limón y canela en polvo. Yo tenía mucho que no bebía uno y como aperitivo es exacto y en el restaurante fue divino.




Fue difícil elegir pues el menú es bastante tentador y variado. Los peruanos son famosos por sus platos de pescado y mariscos, pero también por sus preparados de carne y pollo. Para combinar con una botella de Savignon Blanc francés, decidimos pedir marisco y carnes blancas.

De entrada unas cucharas de escalopas gratinadas con queso y el clásico ceviche. Las primeras de sabor delicado, cocinadas con vino blanco y perejil y el segundo una delicia con el perfecto agror del limón. Hecho como a mí me gusta: con el pescado en trozos enteros y a la peruana con verduras frescas y rebozado de maíz tostado y cebolla morada.

Después nos trajeron, a nuestra petición, pescado en escabeche y ají de gallina. Ambos de presentaciones impecables acompañados con arroz blanco. El ají es una salsa, tipo mole blanco, de pimientos y chiles amarillos, nueces y queso parmesano, de sabor delicado, ideal para carne de aves. El pescado servido con yuca y rúcula en una exquisita salsa de tomate.

Para terminar con dulce yo me decidí por el pastel de chocolate y tres leches, que es una torta tradicional tres leches pero de sabor chocolate con merengue de frutas del bosque que estaba de sueño. Rhiannon prefirió la leche quemada, un tipo de crema catalana con sorbeto de limón que hacía un contraste agradable. Cerramos la noche con dos pizco puro, blanco y seco. Y salimos ambas con sonrisa complacida. Por lo mismo no fue esa mi única vez en Casa Perú.


He vuelto en varias ocasiones y para variar he pedido el tamal de cerdo cocinado en hoja de plátano, el seco de cordero (carne marinada en cerveza servida con cilantro, papa dulce y frijoles blancos), el tiradito de pescado (pescado blanco en tiras delgadas cocinado como estofado en una salsa de chiles y verduras) y el arroz con mariscos que es como una paella a la peruana. También probé el arroz con leche, una delicia acanelada, acompañado con una variante del alfajor en galleta blanca con relleno de durazno. Todo ha estado siempre bien servido, de proporciones correctas y de presentaciones lindas. Cuando el lugar no está lleno el servicio es rápido, aunque siempre ha sido amable. A veces la casa ofrece de bienvenida un paté de aceitunas verdes que se unta en pan...buenísimo. El menú cambia con frecuencia, así que no esperen encontrar lo mismo en cada visita.


La variedad, la combinación heterodoxa de ingredientes y sabores, la clara influencia japonesa y árabe, combinada con lo americano y español, y el uso de productos locales y de temporada, están reflejadas en el menú que Liliana Torres, chef del restaurante, creó para llevarnos tan alto como al Machu Pichu cuando olemos y probamos cualquiera de sus recetas. Casa Perú es un lugar para ir con tranquilidad a disfrutar las entradas, los segundos, los postres y por supuesto los pizcos sauer que están bien chéveres! Hay que ir a Perú a comer. Pero por lo pronto ahí están varias opciones para degustar manjares peruanos en algunas ciudades del mundo. Casa Perú es en Amsterdam sólo una muestra que hay que conocer.

Casa Perú, Amsterdam, NL

Ganador de mi premio cocinaycama 2010