Según la Wikipedia, el sexo por teléfono es
“un tipo de sexo virtual que refiere a una conversación de sexo explícito entre
dos o más personas vía telefónica, especialmente cuando al menos uno de los
participantes se masturba o fantasea sexualmente…-estas conversaciones- toman
formas distintas que incluyen: sonidos sexuales, narraciones y sugerencias,
anécdotas sexuales y confesiones, expresiones cándidas sobre sensaciones
sexuales o amorosas y una discusión muy íntima sobre asuntos sexuales muy
personales…El sexo por teléfono existe en el contexto de una relación íntima
(entre amantes distantes) o como una transacción comercial entre el/la cliente
que paga y el/la profesional que es pagada”.
Cuando me registré en una de las muchas
páginas de sexo por teléfono lo hice por curiosidad. No puse ninguna foto mía y
me limité a llenar los datos requeridos: nombre de usuario, sexo, edad, ocupación
y estado civil. No mentí en ninguno de ellos. En el espacio que había para
comentarios escribí “soy multi-orgásmica y tengo una imaginación infinita”. Quizá
fue eso lo que prendió la libido de mi primer solicitante.
Una vez registrada el perfil de la persona es compartido a otras personas con un perfil similar en el rango de edad y la ocupación. A mi
también me llegaron algunas opciones. Es imperativo un mensaje previo a la
llamada para acordar la cita. La persona que quiere tener sexo por teléfono llama
a un número de teléfono 01 900 y de ahí lo comunican a la persona con la que
quiere hablar. Los números de teléfono son información confidencial hasta que
las personas lo decidan. La persona que solicita la llamada paga el monto de la
misma. Una vez acordada la cita se espera a que
suene el teléfono. No hay intermediario ni operadora.
Acordamos la cita para un miércoles a las 10 de la noche. Durante el día estuve especialmente inquieta. Me imaginé las cosas que podría decir sin pudor y sin recato. Pensé en la opción de que no me excitara la experiencia, de que del otro lado del teléfono estuviera un tipo poco interesante, sin sentido del humor y de desagradable físico. Eso no lo podría saber. Me distraía la idea de cogerme virtualmente a un completo desconocido.
Se hizo de noche. Sonó el teléfono puntualmente. Contesté y del otro lado de la línea una voz masculina me dijo: “¿Lista para venirte diez veces?”. No estaba esperando un saludo tan elocuente, mucho menos que no hubiera un preámbulo. Escuché una voz gruesa, segura y calculé un hombre de poco más de 40 años. Pasaron unos segundos antes de que pudiera ordenar mi respuesta. Pensé que la persona con la que hablaba estaba segura de lo que quería y cómo lo quería. La sorpresa me animó a contestar: “Si, lista. Y tu ¿estás listo para venirte en mi boca?” Silencio.
Acordamos la cita para un miércoles a las 10 de la noche. Durante el día estuve especialmente inquieta. Me imaginé las cosas que podría decir sin pudor y sin recato. Pensé en la opción de que no me excitara la experiencia, de que del otro lado del teléfono estuviera un tipo poco interesante, sin sentido del humor y de desagradable físico. Eso no lo podría saber. Me distraía la idea de cogerme virtualmente a un completo desconocido.
Se hizo de noche. Sonó el teléfono puntualmente. Contesté y del otro lado de la línea una voz masculina me dijo: “¿Lista para venirte diez veces?”. No estaba esperando un saludo tan elocuente, mucho menos que no hubiera un preámbulo. Escuché una voz gruesa, segura y calculé un hombre de poco más de 40 años. Pasaron unos segundos antes de que pudiera ordenar mi respuesta. Pensé que la persona con la que hablaba estaba segura de lo que quería y cómo lo quería. La sorpresa me animó a contestar: “Si, lista. Y tu ¿estás listo para venirte en mi boca?” Silencio.
Apagué la luz para evitar ser espiada por los
vecinos. Me relajé en mi silla de trabajo y me acerqué la
copa de vino tinto para mojarme los labios; él escuchó la actividad. Le dije
que estaba tomándome un vino. Necesitaba
una bebida que desinhibiera mi inexperiencia.
Aceptó que no es su bebida favorita, “me
emborracha pronto y me duerme”. Pensé que cada sustancia nos provoca distintas reacciones
según el cuerpo y el espírtu. A mi el vino en una cantidad moderada me provoca e inspira. Le pregunté si él tomaba algo en ese momento. “No, estoy sin ropa en mi
cama, esperando verte el culo”. Su seguridad me embriagaba, se me estremeció el cuerpo.
A pesar de que el corazón me latía de nervios, decreté que no se
expresarían. Respiré profundo y cerré los ojos. Me preguntó algunas cosas:
“¿qué traes puesto?, ¿dónde estás?, ¿qué ves desde ahí?, ¿estás sola?, ¿cómo te
sientes?”. Mientras contestaba iba imaginando a un hombre alto, de complexión
gruesa, con una panza propia de su edad, de tez clara y vello discreto en pecho, brazos
y piernas. Imaginé que no se había rasurado y que ya se había quitado los
lentes que seguramente necesita durante el día. Subí los pies separados a la mesa en donde generalmente realizo
actividades más intelectuales. Cuando me hizo la última
pregunta contesté sin mentir: “mojada”.
Entonces tomé la iniciativa. Le describí lo que
estaba haciendo con voz serena y ritmo moderado, haciendo pausas para chuparme y morderme los labios.
Te estoy besando el cuello y bajando la lengua por el pecho.
Te muerdo los pezones y te los lamo. Mi mano derecha está buscando tu
entrepierna. Encontré un botón y una cremallera de pantalón. Mientras me
entretengo con tu pecho, hago lo necesario para liberarte. Abro tu pantalón, te
toco por encima del bóxer: “¿usas boxers verdad?”. Asintió. Puedo sentir que
reaccionas a mi mano. Sigo pasándola por arriba de la tela, “¿no quieres
revisar cómo estoy yo?”.
Dijo que buscó con su mano mis muslos. Con
sus dedos fue recorriéndolos hasta detenerse frente a mi vulva. Pasó uno de los
dedos por el encaje negro. Le pedí que me tocará sobre la tela, que jugara con
el hiladillo rozándome con él la parte interna.
Proseguí en la narración con el ritmo aún más pausado. Yo ahora te agarro
el pene con las dos manos. Ya está en forma. “Eres rápido. Está firme...estás durísimo”. Voy a bajar a
presentarme. “Mmm, qué lindo mi nuevo amigo, ¿me dejas darle un beso?”.
La voz del
otro lado del teléfono apenas pudo contestar. Repetí la pregunta. Escuché un
“si”. Abro la boca y con las dos manos me introduzco tu pene. Junté saliva
suficiente para darte la bienvenida. Encuentras un hueco tibio y húmedo,
amable. Mi lengua se pasa por todo el músculo erecto. Siento que empieza a
palpitar. Palpitas. Te beso el glande con tranquilidad. Paso la punta de la
lengua por todos sus contornos. Me lo meto en la boca poco a poco y procedo a
engullirlo. Se humedece todo alrededor. Te acaricio los testículos y gracias a
la mezcla de sudor y saliva puedo deslizar con facilidad mis dedos hasta llegar
a la puerta de tu ano. Te toco. Te penetro poco. Te gusta. Te chupo. Te lamo.
Te…
Me interrumpe. Dice que quiere chuparme el
coño. Me pide que me voltee, que me ponga de rodillas y manos. Mete su cabeza
en medio de mis nalgas. Dice que con la lengua llega a la entrada de mi vagina
–recién depilada- que se abre sola como una flor carnívora. Me mete la lengua y
la pasa por todos los contornos. Encuentra esa pieza chiquita y endurecida que
reacciona ante los impulsos de un músculo oral ajeno, móvil y rápido.
Dice que con
ella me siente el clítoris mientras me introduce un dedo en el ano. Me imagino en sus palabras mientras yo
mantengo ocupados los dedos de una mano. Me acaricia los bordes de la vagina.
Introduce uno o dos dedos y busca ese botón mágico que encuentra firme y
quisquilloso. Apoyo mi mano contra la vulva. Me presiono el clítoris por fuera.
Insiste en chuparme toda y todo. Y yo empiezo a insistir en que me penetre. Me
pide que se lo diga de otro modo. Me inhibo. Me dice lo que quiere que le diga.
Trago saliva, después un trago de vino.
Cierro los ojos. Me dejo ir. Gimo. Siento que está detrás de mi y le digo, en
voz baja: “quiero que me metas la verga ya”. Se niega. Dice que me la va a
meter por el ano. Yo me niego. “Por el ano no, por favor”. Dice que me llena el
ano de saliva, que primero me mete los dedos y después el miembro. Me promete un
orgasmo. Le hablo de mi temor: "está muy grande, me vas a lastimar".
Mi mano empieza agitarse por los efectos de esa imagen en mi cabeza.
Dice que lo hará despacio, que es de a poco a poco. Que me está gustando.
Lo sigo sintiendo y acarició lo que puedo
alcanzar en la posición en la que estoy. Mi silla de escritorio se empieza a
mover y pierdo estabilidad. Dice que ya está dentro y que con una de sus manos
me está masturbando. “Estas toda mojada”, insiste. “Estas toda mojada y bien
rica”, repite. Me ordena que le pida un orgasmo: “Dime que te haga venir”…mis
dedos están haciendo una labor extraordinaria y lo único que quiero es llegar
al final.
Gimo: “hazme venir ya, ya, ya”. Me desvanezco sin control sobre la
silla que se recorre en sus cuatro llantitas hasta pegar con la pared dejándome caer al suelo. Llego al
piso y se me cae el teléfono de la mano izquierda. Entre sollozos terminó con
la mano derecha entre las piernas recargando la cabeza sobre el asiento.
Respiro. Tomo el teléfono: “¿sigues ahí?”.
Pregunta si acaba de temblar en algún lugar cercano. Nos reímos. Afirma: “qué
rico te veniste”. Si, me tiemblan las piernas y siento una excesiva humedad en
la entrepierna. Le pregunto cómo está. Contesta que ahora me toca a mi. “¿Qué
me vas a hacer?”. Después de este orgasmo puedo someterme a tus deseos. No se
lo digo pero lo pienso. “¿Te quieres venir en mi boca?”. Silencio. “O ¿te
quieres venir en mi espalda?”.
Dice que me quiere ver las nalgas. Intuye que
mi culo es memorable. No le digo que es correcto pero no lo contradigo. Le digo
que ya estoy otra vez de rodillas y manos frente a él. Dice que me la mete otra
vez y que se vendrá en mi espalda. Dice que tengo la vulva hinchada, que me
puse más estrecha. Afirmativo, “me duele”. Se vuelve loco preguntando si me
está lastimando. Afirmativo, “me lastimas”. Le digo que venga a mi boca pero
insiste en tomarme por atrás, embestir como un toro y nalguearme. Le pido que
me jalé el cabello y termine “¿no te quieres venir así?”. Asiente. Alcanzo a
escuchar el movimiento de su mano sobre su pene erecto. Puedo sentir a través
del teléfono su excitación, su agitada respiración. Me llega una oleada de su olor a
sexo y el sudor de lo que está a la altura de la pelvis. Le insisto:
“vente, quiero que me embarres todo lo que te va a salir, quiero que me escurra
entre las piernas, quiero que…”.
De repente escucho un grito mudo y después un
gruñido. Pregunto si un gorila acaba de asaltar su recámara. Puedo imaginar al
total desconocido restregando la cabeza contra la almohada con la
mano llena de sus flujos blancos, espesos y tibios.
Intento levantarme del piso. Le digo lo que
me pasa. Me caí de la silla y estoy devastada en el suelo. Reímos. Hacemos
un par de bromas. Nuestra respiración empieza a recuperar su ritmo.
En ese momento
pienso ¿cómo se despide una persona de un desconocido después de este acto tan anónimo e íntimo? Es más sencillo de lo que creo: “¿El próximo
miércoles a la misma hora?”.
Asentí.
Dejamos la intermediación de lado. Borré mis datos de la página y él hizo lo mismo. Nos encontramos como nuestras respectivas parejas para el sexo por teléfono. No hay cosa, posición, situación, forma que no hagamos y palabras que no nos digamos.
Así yo tengo una cita por teléfono a media semana con un completo desconocido que ya conoce mi lencería y mis aficiones, con el que no me une ni la "relación de amantes distantes", ni la transacción monetaria, sino el inmenso placer de imaginarnos el sexo juntos.
Ring, ring..."¿Qué traes puesto hoy?"
Ring, ring..."¿Qué traes puesto hoy?"