La
primera vez que vio que había mojado la cama pensó que se había orinado.
Previamente reconoció una sensación familiar, similar a las ganas de orinar
pero no creyó que lo fueran. La penetración de su vagina le había estimulado
algo que desembocó en esa mancha sobre las sábanas. Era joven pero no una niña
como para presentar incontinencia. Estaba muy excitada y de repente un líquido le salió por la vagina y se depositó en forma de charco dejando, al
secarse, una aréola blanca. Preocupada y con muchas dudas sobre lo que eso
representaba buscó respuestas. Se enfrentó con su ginecóloga quien la quiso enviar
al urólogo para que le revisara la uretra.
Incomprendida
siguió su búsqueda entre bibliotecas e internet, pasando por libros de anatomía
femenina, historia de la antigüedad, sexología y antropología de culturas no
occidentales para encontrar explicaciones a esos charcos que ella dejaba sobre
la cama cada vez que la penetraban y que, aseguraban el color y la
consistencia, no era orina.
A
grandes rasgos y con mucho más sentido del humor esta es la introducción a su
historia. Diana J. Torres se presentó en La Jícara el pasado sábado 31 para darnos una charla sobre lo que ahora
ella conoce muy bien: la eyaculación femenina. Para esto habló en primera persona como se debe
hablar de sexos, genitales, sensaciones, emociones y experiencias: sin
prejuicios, tapujos, mojigaterías ni pelos en la lengua.
Apoyada
con una presentación en power point, utilizando el vocabulario pertinente,
gráfico y elocuente que este tipo de discursos requiere y haciendo gala de un
sentido del humor de quien sabe pasársela bien y reírse de si misma, la
divertida artista le habló a un público -mayoritariamente femenino- que llenó
el lugar para escuchar sobre un tema que poco a poco se está socializando
generando morbo, dudas, curiosidad pero también confusión.
Diana
comentó que al iniciar sus investigaciones sobre la eyaculación femenina encontró
que desde Hipócrates (por los 400 A.N.E) y Aristóteles (por los 300 A.N.E) se
documentaba que las mujeres experimentaban la expulsión de cantidades
importantes de líquidos durante el coito. Lo mismo encontró en el Ananga-Ranga
(libro escrito entre los siglos XV y XVI en la India) en donde se menciona “el
agua de la vida” que durante el sexo el hombre y la mujer compartían.
Pero
también se encontró –paréntesis necesario- con algo en lo que pocas veces
reparamos: el lenguaje machista y colonizador que nombran nuestros órganos
femeninos, la mayoría de ellos “descubiertos” por hombres quienes no dudaron en
apellidarlos como ellos. Así tenemos en nuestras vaginas las glándulas de
Bartolino y las de Skene, las cuales, como bien dijo Diana, deberíamos
renombrar en calidad de emergencia.
Y son
justamente las de Skene, ubicadas entre la vejiga y la vagina alrededor de la uretra,
las causantes de la eyaculación femenina. Un proceso fisiológico poco
documentado y muy desconocido que se ha invisibilizado en el discurso y “saber”
ginecológicos occidentales para inhibirlo. En este proyecto maquiavélico, según
Diana, el famoso e inexistente “Punto G” ha jugado un papel fundamental
distrayendo nuestra atención de las glándulas de Skene, de sus dos minúsculos orificios
y del líquido que segregan que es igual –en composición- al líquido seminal
segregado por la próstata.
¿Por qué
se nos ha negado ese conocimiento? ¿Por qué no sabemos desde niñas que al igual
que los hombres nosotras también eyaculamos? ¿Por qué ignoramos esto y para
beneficio de quién?
La
primera respuesta que enunció Diana fue una que cualquier feminista podría sospechar.
Reconocer y enseñar que las mujeres eyaculamos equivale a reconocer y enseñar
que nuestro cuerpo funciona igual al del hombre, tenemos un semejante del pene
(nuestro clítoris) y tenemos un equivalente de la próstata (nuestra glándula de
skene) y, además de venirnos, eyaculamos.
Esto
significa entonces que podríamos ejercer, disfrutar y vivir nuestra sexualidad
como ellos, es decir, sin las históricas subordinación, vergüenza y dominio
sobre nuestros cuerpos, unos que en las culturas occidentales y co-occidentales
como la nuestra, han sido objetos de un biopoder que ha reglamentado lo que
podemos, debemos y estamos aptas para hacer en la cama a capricho de un pene
erecto.
Una vez
teniendo conciencia de esto, ¿qué necesitamos saber sobre la eyaculación
femenina?
Primero
develar el mito que actualmente se está generando en ciertos discursos
reivindicativos de la eyaculación femenina, que está contribuyendo a una
confusión que yo ya había identificado pero que Diana aclaró.
Eyacular
no aumentará el placer en el orgasmo, ni lo sustituye, tampoco lo inhibe y
mucho menos lo provocará. Eyacular corresponde, lo señaló varias veces, a un
proceso fisiológico distinto en el que el clítoris no tiene un rol particular.
Si eyaculo puedo venirme después, si me vengo podría eyacular después, si me
vengo podría no eyacular y si eyaculo podría no venirme, independientemente del
orgasmo podría eyacular varias veces y podría –incluso- eyacular precozmente.
¿Qué
hay que hacer para eyacular? Diana nos dio unos consejos muy sencillos de
seguir: puedes estimular tus glándulas de skene con tus dedos o con un vibrador
al tocar la pared frontal de la vagina, intenta que tus dedos o el vibrador se
curveen para llegar al lugar exacto, si tienes la sensación de que quieres orinar
quizá sea el preludio a la eyaculación, entonces déjalo ir, no contraigas la
vagina y al momento de sentir que viene el líquido empuja con más fuerza para
que salga con facilidad. El olor tan distinto y la mancha de color blanco que
dejará sobre tus sábanas te convencerán de que no es orina.
Pero lo
más importante es la reprogramación de nuestros cerebros para comprender que
eyacular no es orinarse. Esto implica sobrepasar la repulsión y trascender la
repugnancia o el asco a nuestros propios fluidos y entender que la eyaculación
y el orgasmo no son lo mismo. Entonces
¿Por qué eyacular? Pues por el placer político de hacerlo, dijo Diana.
Y yo coincido. Por que saber lo que somos capaces de sentir y hacer y haciéndolo nos
dará mayor conocimiento y control sobre
nuestros cuerpos y nuestra sexualidad. Por que conociendo nuestras opciones
profundizamos nuestra experiencia, mejoramos nuestra práctica pero también
nuestra imaginación y nuestra capacidad de fantasear. Por que dos cuerpos secos
no disfrutan igual que dos cuerpos húmedos.
Por que tenemos que conocernos, saber, aprender todo lo que se refiere a
nuestro templo y nuestro altar, ese poderoso lugar en donde tenemos una fuente
de placer y libertad inagotables. Por que me puede dar la gran gana no reprimir
una sensación física que se manifestará en una mancha que marcara mi placentera
presencia en un espacio, exactamente igual que cuando ellos se vienen afuera o
adentro dejando su blanquecina huella seminal. Porque también es de humanas
eyacular.
Eyaculadora
declarada y consumidora de pornografía, Diana J. Torres anda por el mundo
compartiendo su experiencia y su súper buen humor en reuniones con mujeres y
hombres interesados en el tema. Cuenta experiencias y anécdotas propias, ajenas
y anónimas para enriquecer el conocimiento que sobre este tema se está
generando y que no provendrá, propone la artista, de la ciencia –esa gran
sospechosa- sino de la capacidad que tengamos las mujeres de hablar, compartir,
experimentar y disfrutar nuestra sexualidad con todas sus posibilidades, formas
y expresiones.
Sin
pretensión de escandalizar pero de un exhibicionismo innato, Diana hace correr
el tiempo en sus pláticas de café, bares, galerías, mostrando interés en temas
como la sexualidad, la pornografía y el feminismo con un lenguaje desvergonzado
que inhibe cualquier sobriedad o
escrúpulo que, según pude observar, no estuvieron en La Jícara el sábado pasado por la tarde.
La Jícara, Librespacio
Porfirio Díaz 1105, Centro
Oaxaca, México