No quería caer en el lugar común. Busqué en Google las reseñas que se han publicado sobre el restaurante Muelle Tres. Encontré varias y todas positivas: “mi restaurante favorito en Ensenada”, dice un autor, “una perla en el malecón de Ensenada”, dice otro, “el lugar ideal para los fanáticos de mejillones”, dice un tercero. Y todos caen en el lugar común de que el Muelle Tres es un restaurante sin pretensiones. Cuando leo este tipo de reseñas sobre restaurantes siempre me pregunto “¿Qué es no tener pretensiones?”: ¿anti-snob, sencillo, económico, nada complicado, con pocas opciones para hacer más fácil la elección? Yo creo que asumiendo el término con una acepción menos negativa, un restaurante, un chef y el personal que labora, deben tener pretensiones.
Pretensiones de satisfacer a los clientes, de arriesgarse a hacer cosas diferentes, de combinar ingredientes de una manera atrevida, de generar un ambiente agradable con la decoración, la luz, el paisaje y la música, de lograr que la gente no nada más coma sino que disfrute, experimente y sobre todo recuerde el lugar. Deben de pretender no disminuir la calidad de los alimentos y el servicio, deben de tener la pretensión de que los comensales volverán una y otra vez y siempre, siempre saldrán complacidos -sin necesidad de desfalcarse- y de que se hablara del sitio, su comida y su agradable personal. Deben de pretender tener los mejores mejillones del mundo y, en efecto, tenerlos. Y en ese sentido el Muelle Tres es un lugar con pretensiones.
Benito Molina, de quien no hace falta decir mucho, inició este proyecto culinario hace tres años. Después de armar el concepto para el Muelle con mariscos originales y frescos, dejó a Adoney García en la dirección de la cocina y no se equivocó. Asistido por Gigliola, el chef confecciona un menú que va de las entradas a los postres elaborado básicamente con productos de ahí enfrente, o sea del océano pacífico, y de la estación, con sabores variados y bien integrados.
Sólo he tenido la oportunidad de visitar el restaurante en dos ocasiones. La primera vez no fue al azar. Me invitaron a conocerlo.

Casi todos los platillos están pensados para ubicarse al centro de la mesa y ser compartidos. Para abrir el apetito (eso pasa con los mariscos, se inicia con ellos para abrirlo no para apaciguarlo) empezamos probando un ceviche de jurel, pescado de tipo azul preparado para disfrutarse sin recordar su consistencia grasa. Nunca había probado el ceviche con ese tipo de pescado y, como el de bonito, me encantó.
Seguimos con una almeja chocolata, presentada con salsa, aguacate y cilantro, que precedió un plato de mejillones al pesto con jitomate –un sabor nuevo pues generalmente los como al vino blanco con crema- acompañados de papas fritas, combinación tipicamente belga que yo adoro. Partiendo de que el Muelle se ubica a un lado de la empacadora de mejillones recién salidos del mar, estos no pueden ser más buenos, porque no pueden ser más frescos. Ambos ejemplares de conchas excepcionalmente preparados y disfrutables.




