viernes

El extrañado asado argentino

“Si esa primera noche que lo conocí no me lo hubiera cogido, después no me lo hubiera cogido nunca”, me dijo en un arranque de encabronamiento. “Si es un pinche flaco, ojeroso, drogadicto y huevón, no, si nada mas le faltaba robarme o vivir de mi sueldo”.

“Pero nunca lo hizo”, le dije yo para que se tranquilizara pues estaba a punto de ir a golpear a alguien ahí en el café de la plaza central. La cosa no era una tragedia. Pero era la primera vez que le veían la cara de pendeja. Y que a una le vean la cara de pendeja ya entrada en los treinta años y, además, que te la vea el hombre con el que te acuestas es, primero, una mala sorpresa, y después una desagradable experiencia.

“El muy cabrón con sus recaditos y sus llamadas para decirme cualquier cantidad de pendejadas con su acentillo sudamericano…¿a poco no lo viste con esos ojos de borrego moribundo? Si la pendeja fui yo por creerle a ese chamaco, porque eso es, un pinche chamaco veinteañero que se llena la nariz de speed para irse los sábados a bailar mala música electrónica, con sus amigos, una bola de drogadictos apestosos buenos para nada”.

Yo me preguntaba ¿Por qué tanto rencor? Oye reinita, si te enamoraste lo entiendo, pero si como se supone lo único que sientes es el orgullo herido ¿Por qué despotricar sin parar y no dejarlo ir, si ultimadamente es un pinche chamaco imbécil?

No, pero no paraba, como era normal en ella. Primero porque le creyó todas y cada una de las razones, que resultaron mentiras, que le dio para –de un día para otro- dejarla. Y luego porque vio con sus propios ojos lo que en realidad sucedía: el chamaco ya estaba con otra chamaca. “Pero si era de esperarse, además la pinche vieja esta igual de fea que él y será una pendeja igual”.

Igual, ¿que tú o igual que él? me preguntaba yo. Oye mi reina, ¿Para qué, porqué, cómo fue que duraste cinco meses acostándote con un baboso, inútil que se droga todos los fines de semana y que además es feo? La respuesta que debí sospechar llegó mientras le daba un sorbo a mi capuchino.

“¡No te imaginas como cogía!.” Me dijo con los ojos abiertos como dos platos. “Así como lo viste de flaco y con sus dreads, con aspecto de que no se baña muy seguido, ¡uta, era una onda la que teníamos en la cama! que hacía mucho no sentía con nadie. Un contacto de piel, una conexión en la mirada, un placer…AB-SO-LU-TO”. Absoluto, es un placer que no conozco, lo pensé pero no se lo dije. Pero ella estaba ya roja –no de pena, sino de emoción- contándome los detalles de la tocadera, la besadera, la lamedera, la abrazadera, la acurrucadera, la meneadera y la movedera, que junto con la penetradera la dejaron como una loca cinco meses al hilo. “Es que no pasaron más de dos días sin que lo hiciéramos, a veces tres veces en el día, a veces tres veces en el mismo rato. Una vez lo hicimos dormidos. ¿Te imaginas?, ¡estábamos dormidos!..era un pinche loco”.

¿Y tu, mi reina?…quería preguntarle. ¿Tú no eras una pinche loca desquiciada, completamente desarmada por un chamaco que se había salido de Argentina con su pasaporte holandés para conquistar Europa y que llegó a un pueblo quesero a trabajar para comer y a no hacer nada de provecho?

“Era una cosa!...pero una cosa! (hasta la boca se le hacía agua al hablar)...mira, sudábamos inclusive en el invierno, a mi se me antojaba estar con él todo el día, pensaba en el sexo hasta cuando lo estábamos haciendo, a veces yo ya estaba lista para irme a la oficina y desde la cama el muy cabrón me hablaba para que me despidiera y ándale! otra vez a la folladera. No, de verdad, era incontrolable”.

¿Tu o él?, pensaba yo: ¿Qué era lo incontrolable?, ¿las ganas?, ¿la calentura?, o ¿tu vanidad por sentirte deseada o la de el tipo por sentirse un semental? ¿Qué era lo incontrolable? ¿sus ganas por controlarte a través de la cama o tus ganas por no dejarte controlar y portarte como nunca lo habías hecho antes?

“Perdí la cabeza. Pero yo sabía que se terminaría pues empezó como juego, yo sabía que no iba a durar más de lo necesario pues no era un tipo para mí –porque es un chamaco- (proseguía ella). No me enamoré, de eso estoy segura, pero desde la primera vez estar en la cama con él me hizo sentir todos y cada uno de los poros de mi cuerpo abiertos exudando mares, me hizo sentir el corazón en medio de las piernas latiendo a mil por hora y escalofríos por la piel, me convertía en un lago tibio y su sexo en el animal que lo nadaba con maestría. De verdad, pero de verdad te lo digo, que si en un orgasmo me hubiera muerto no me hubiera importando. Y saber que no todos los hombres hacen sentir eso, es lo único que me pesa. Voy a extrañarlo. Porque así, así como con ese pedazo de asado argentino no me voy a volver a sentir en mucho tiempo”.

Me quedé pensando. ¿Por qué el sexo puede ser tan bueno o mejor cuando no hay amor? ¿Qué nos inhibe a sentirlo plenamente cuando estamos enamorados? ¿Son las expectativas en una relación, en la pareja, las que nos bloquean los sentidos? ¿Por qué es más posible dejarnos ir con todo cuando la otra persona no importa absolutamente o no va a importar absolutamente? Ella seguía hablando pero yo no la escuchaba todavía. Empecé a recordar mis experiencias y terminé calculando que he cogido mas y mejor con amantes de ocasión que con los amores de mi vida.

“Ya, no te preocupes por mi, voy a estar bien, más se perdió en la guerra”, me dijo para regresarme de mis pensamiento. Apagó su cigarro: “Se está haciendo tarde y hoy ceno con un colega del trabajo, uruguayo por cierto, a ver, en una de esas la carne asada con leña es mejor que la carne asada al carbón”.

Ya no dije nada. Cuando a una le gusta la manta fiada, aunque se la den a peso, como dice mi abuela.