Cuando se trata de comida francesa lo que subyace es la idea de comida delicada, elegante, fina y por lo tanto cara. Comer “francés” en cualquier parte del mundo remite a restaurantes con nombres de uva francesa como “Merlot” o de chefs franceses como “ L’atelier du Joël Robuchon“. Suenan muy lindos pero también suenan a mucho dinero.
Además de crepas y quichés generalmente la comida francesa es inaccesible. Yo fuera de Francia no conozco “puestos” de comida francesa, como si los hay de cualquiera de las comidas rápidas que rápido se globalizan.
Así que comer francés –insisto, fuera de Francia- implica visitar un restaurante que barato no será. Entonces a pesar de contar con reconocimiento internacional, la comida francesa no es la más popular. Filet mignon, caracoles al vino blanco y mantequilla, ancas de rana, bouef bourgnignon, bouillabaise, soufflé o cassoulet son reconocidas maravillas en el mundo, aunque el mundo apenas las haya probado.
Y también como toda exquisitez, las propias de la cocina francesa se han visto innovadas desde dentro y lo tradicional a pesar de tener su lugar propio ha empezado a competir un poco con lo novedoso. Pero esto, lo novedoso, sigue siendo caro.

Para emprender nuevos proyectos en 2006 el francés decidió vender el restaurante y dejárselo –con todo y estrella Michelin- a Ellen y Jean-Joel quienes ya trabajaban para él, la primera como sommelier y el segundo como cocinero. Así que familiarizados con la filosofía del lugar, sus sabores y obsesiones, se quedaron a cargo del mismo manteniendo la calidad que ha caracterizado el sitio, según lo revelan algunas reseñas antiguas.
Su menú es como el lugar mismo, discreto. De entradas a postres cuenta con quince opciones. Su carta de vinos es, por supuesto, mucho más amplia y exclusiva de vinos franceses representantes de todas las regiones.
Ir a Christophe implica gastar por persona alrededor de 120 euros, dependiendo del vino que se escoja. O sea un dineral!...
Pero, pensando en gente como yo, simple mortal que gusta de comer bien, en Christophe se ofrece y prepara un Menu du Marche. Este es un menú de tres cursos (35 euros sin vino) que cambia diariamente dependiendo de lo que el chef encuentre fresco en el mercado. O al menos esa es la filosofía: la improvisación y la frescura.
Con un horario restringido y haciendo previa cita se puede ir a comer a un sitio lindo que es lujo impagable para muchísima gente como yo. Pero conociendo estos secretos es como logro explorar y no quedarme con las ganas de probar algo y de tener una buena y diferente experiencia culinaria.
La aventura gastronómica francesa de “primer nivel” empezó a las 6 en punto. Fuimos atendidos por una mujer muy elegante que nos tomó los abrigos y bolsos y nos dirigió a la mesa en el segundo nivel del restaurante. El lugar es, como dije, discreto. Colores sobrios, negro y beige, flores blancas y adornos –en dorado- que parecían de una tienda de antigüedades, nos dieron la bienvenida.
La mesa impecablemente servida. Cubiertos para todos los tiempos y copas para todos los vinos. La primera en usarse fue la de champagne, pues un aperitivo no se puede dejar pasar. Llegó entonces el jefe de meseros para darnos a conocer el Menu du Marche. Fue tanto lo que explicó que yo poco tiempo tuve de anotar algo, todo sonaba, aunque sencillo, muy elaborado: típico francés.
Después llegó la encargada del vino a entregarnos la carta pues en Christophe nadie come sin vino. Obviamente de ahí sale la ganancia que del menú no sale, pero ya entrada en champagne la cosa era dejarse querer. Elegir el vino hubiera sido un suplicio, partiendo de lo poco que conozco los franceses y de su infinita variedad.
Así que me deje llevar por la sugerencia que hizo la compañía que tenía. Y como la entrada lo ameritaba, empezamos con un blanco. La elección fue un Chant des Vignes, Jourançon, Domen Cahuapé, seco con olores cítricos, dejos de toronja y menta que fue un perfecto inicio para nuestro episodio culinario que empezó con algo casi molecular cortesía de la casa. Un plato que tenía untado un paté de pescado con coliflor y salsa de trufa blanca, muy concentrado en sabor pero que duró un suspiro.





Por eso me uno al coro de elogios de quienes ya han escrito sobre el restaurante, con la diferencia de que se ha dicho mucho sobre su menú oficial. Yo que tuve -digamos- otro acercamiento puedo elogiar el Menu du Marche –todos los días distinto- que es una excelente opción para no quedarse con las ganas de entrar a un lugar lindo, pasar un buen rato frente a uno de los canales de la ciudad…y, finalmente, comer y beber francés como se debe, porque un lujito de esos se los merece una de vez en cuando.
Christophe
Menu du Marche: de martes a viernes de 18 a 19.30
Amsterdam
http://www.restaurantchristophe.nl/