Si
bien las crónicas y los códices prehispánicos relatan episodios de
hambrunas graves en el altiplano mexicano antes de la llegada de los
españoles, el sistema alimentario mesoamericano, basado en la milpa, el
maíz, el frijol, el amaranto, la calabaza, los quelites, aves,
anfibios, reptiles, peces e insectos fue extraordinariamente eficiente.
De acuerdo con los estudios más sólidos de demografía histórica, en
1519 la región central del México actual albergaba 25.2 millones de
habitantes, lo que necesariamente implicaba una abundante
disponibilidad de alimentos de buena calidad. La Conquista representó
la destrucción casi total de este sistema: en 1603 la población de la
Nueva España apenas rebasaba el millón de habitantes, como resultado de
la violencia, las epidemias .y las hambrunas, lo que constituye tal
vez el genocidio más devastador de la historia. Durante los tres siglos
siguientes se produjo un estancamiento demográfico generado por las
repetidas hambrunas registradas extensa e intensamente en todo el
territorio nacional a lo largo de la Colonia y el siglo XIX. En este
periodo el sistema alimentario sólo fue capaz de sostener un lento
crecimiento demográfico que tardaba casi un siglo para duplicar la
población.
Los vestigios de las formas prehispánicas de cultivo y preparación de alimentos sobrevivieron
en las repúblicas de indios y, con gran precariedad, en las zonas de
refugio, en tanto que el sistema de encomiendas, repartimientos y
haciendas, fincado en el despojo y el desalojo de las mejores tierras
de la población indígena, se abocó a la producción de trigo, maíz,
ganado, caña de azúcar y pulque. La conformación durante tres siglos de
las comunidades rurales en la Nueva España dio lugar no sólo al
mestizaje poblacional sino también el mestizaje alimentario. La gran
cultura alimentaria de los pueblos originarios se enriqueció con la
aclimatación de productos provenientes de Europa, Asia y el Caribe.
Desde la Conquista, México
perdió la autosuficiencia alimentaria y no ha podido recuperarla hasta
el día de hoy, es decir, no ha sido capaz de producir en su territorio
los alimentos necesarios para satisfacer adecuadamente los
requerimientos nutricionales de sus habitantes. Hasta mediados de la
década de los 60’s del siglo pasado, el país no dispuso de alimentos
suficientes, ya fuese mediante su producción o su importación. Esto
significó que únicamente las clases altas pudieran acceder a una
alimentación suficiente; la gran mayoría de la población vivía en
situación de hambre, lo que, aunado a las pésimas condiciones
sanitarias, ocasionaba una elevada mortalidad por enfermedades
infecciosas.
La intervención del Estado
mexicano en el sistema alimentario ha evolucionado históricamente
desde la caridad simbólica de la limosna virreinal hasta llegar a ser
un componente estratégico de la política económica y social. De acuerdo
con el modelo económico dominante, en diferentes periodos el Estado ha
intervenido en menor o mayor medida en la regulación de todos los
eslabones de la cadena alimentaria.
Las masas campesinas hambrientas han sido la base social de los grandes episodios nacionales:
Independencia, Reforma, Revolución; sin embargo, sólo a partir de esta
última se pudieron expresar en acciones de gobierno algunas de sus
reivindicaciones. El reparto agrario durante el régimen cardenista, así
como la intervención del Estado para la el fomento de la producción
agropecuaria, el abasto de alimentos y la protección de la fuerza de
trabajo, transformaron radicalmente el sistema alimentario mexicano al
incrementar aceleradamente la disponibilidad de alimentos, lo que
permitió un acelerado crecimiento demográfico direccionado a los
centros urbanos y el proceso de industrialización, base del llamado
milagro mexicano, periodo de crecimiento económico sostenido durante
los años 40’s y 60’s del siglo pasado.
Sin embargo, la mayor
disponibilidad de alimentos y el crecimiento económico no se tradujo en
la misma escala en el mejoramiento de las condiciones de vida en el
medio rural. El carácter concentrador de riqueza del modelo económico
nacional originó una creciente desigualdad social; el campo fue un
generador neto de transferencias a la ciudad, tanto de alimentos como
de población. Las condiciones del campesinado siguieron siendo de gran
precariedad. Tan reciente como en 1974, se registraron en el país más
de 200 mil muertes de niños menores de cinco años, la mayoría de ellas
en el medio rural, producto de la combinación de desnutrición e
infecciones.
Justo a final de los años
60’s se produjo una profunda crisis del modelo de desarrollo, el cual
en un inicio se trató de enfrentar mediante una creciente intervención
del Estado en todos los eslabones de la cadena alimentaria, desde la
producción hasta el consumo. En 1979 se creó el Sistema Alimentario
Mexicano (SAM), un ambicioso proyecto que pretendía utilizar los
extraordinarios recursos provenientes del auge petrolero para financiar
el despegue económico del país, asegurando la buena nutrición de toda
la población mediante todos los recursos técnicos, financieros y de
infraestructura posibles. La crisis petrolera, la corrupción y la
ofensiva neoliberal dieron al traste con este intento de transformar
radicalmente el sistema alimentario que tuvo que desactivarse a los dos
años de haber sido lanzado.
Los 30 años recientes han
sido dominados por una visión de libre mercado, se desmontaron o
privatizaron todas las instancias gubernamentales (Conasupo, Banrural,
Anagsa, Fertimex, Pronase, Inco, etcetera); se retiraron todos los
subsidios generalizados (tortilla, Liconsa); se liberaron los precios e
importaciones de alimentos; se orientó el subsidio a los productos
agrícolas rentables para exportación; se desarticularon los sistemas
locales de producción y abasto de alimentos, y se fomentó su
importación y distribución por cadenas monopólicas con grandes
privilegios fiscales. Se permitió que los alimentos chatarra
inundaran los espacios escolares y que hicieran publicidad engañosa y
manipuladora dirigida a niños, lo que transformó el patrón de consumo,
destrozó la cultura alimentaria nacional y generó una grave epidemia de
obesidad y enfermedades asociadas que están llevando al colapso a
corto plazo al sistema de salud.
La sustitución de una política de fomento a la producción agrícola y al desarrollo rural sustentable
por las transferencias económicas para pobres, por parte de los
programas Progresa y Oportunidades, devastaron los frágiles sistemas
agrícolas y el tejido social de las comunidades campesinas pobres,
sobre todo las indígenas; lejos de promover el desarrollo de
capacidades, propiciaron alcoholismo, el consumo de refrescos y comida
chatarra, la violencia intrafamiliar, el abandono de la lactancia
materna; paradójicamente favoreció la persistencia de la desnutrición
infantil en edades tempranas, y la epidemia de obesidad generalizada a
partir de la etapa escolar, con el consecuente incremento en la
enfermedades asociadas a ella, como diabetes, hipertensión, infartos y
accidentes cerebro-vasculares.
El 21 de enero pasado el
gobierno federal anunció el arranque de la Cruzada Nacional Contra el
Hambre. Se presenta como el programa social insignia en el arranque de
la presente administración. El decreto publicado en el Diario Oficial de la Federación no
permite formarse una idea de sus propósitos, medios y alcances. Cabría
esperar que fuese el inicio de la rectificación de las erráticas
políticas públicas de los años recientes en torno al bienestar
alimentario de la población.
Abelardo Avila Curiel
Investigador del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubirán”
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2013/02/16/cam-evolucion.html