lunes

Lo que queda en el recuerdo esta en los sentidos

Hay quienes mantienen recuerdos materiales de historias amorosas ya pasadas.

Están los álbumes de fotos que dan fe de una relación feliz, algo que supongo pues en casi todas las fotos las parejas sonríen. Están los regalitos guardados, un anillo, un collar, un reloj, una cartera, el frasco vacío de un perfume caro. Siempre algo muy personal para llevar consigo. Están también las flores secas del aniversario número tres, los libros de poesía, los boletos de una función asistida en el cine o de un concierto inolvidable. Ahí están esas cosas ocupando espacio en nuestras habitaciones, metidas en cajas y generalmente condenadas al olvido.

Yo no me quedé con nada de eso. Me fui y no me llevé absolutamente nada.

¿Cómo se puede guardar a alguien en el recuerdo sin tener materia de su paso por nuestras vidas?

Cuando le conocí yo decidí hacerlo de una manera especial: el sabor y el olor.

Algo que él supo reconocer inmediatamente fue mi gusto por la comida. Valoró mi curiosidad por conocer algo distinto, nuevo, fresco. Sin que yo se lo dijera supo que me encanta que cocinen para mí y que me seduzcan con la comida.

De él me pareció irresistible su invitación para degustar algo (pre)viendo que iba a gustar, como si creyera que ya me conocía. Esta fue una parte interesante de mi proceso de enamorarme de él, o al menos de decidir que por un tiempo largo lo quería seguir viendo. “Te voy a cocinar algo que te va a encantar” o “te voy a llevar a cenar a un sitio en donde cocinan increíble”. Me quería fascinar. Y lo logró.

¿Qué dicen estos comentarios sobre lo que un hombre que no me conoce cree que sabe de mí?

Me encanta el hecho de que quieran compartir ya sea su habilidad y sazón o ya sea un restaurante y por ende un sitio, el espacio.

Pero más me gusta la idea de que se sientan seguros de que me conocen bastante como para saber cómo pueden satisfacer una parte importante, cómo pueden alimentar mi gran pasión por comer.

Gajes del enamoramiento, que con la comida a mi me funcionan.

Él quedó ahí en mi galería de amores gracias al hongo portobello; al sándwich de jamón ahumado de pavo con espárragos y aguacate que una vez preparó; a las ensaladas de espinacas con nuez en Farfalle; a los spice tuna rolls el día que no queríamos cocinar; a los baggels con queso crema y tomates deshidratados en un desayuno retrasado; al Pad Thai con camarones que antes jamás probé; por aquel salmón a las finas hierbas; por que aprendí que son seductoras las entradas; por las pastas y las pizzas, los pescados y mariscos, por lo japonés, lo tailandés y lo californiano.

Pero también quedó en ese sitio especial en donde tengo a mis grandes amores por el olor. Por el olor de la mañana y del medío día. Por la crema de vainilla y el Dolce&Gabana, por el olor a madera concentrado entre los testículos y el ano, por el que se acumulaba debajo de su brazo, en su entrepierna y en una parte especial en donde me gustaba poner mis dedos. 

Así que si tuviera que elegir cómo quiero recordar a todos mis pasados amores tendría un refrigerador y una alacena. Conservaría los sabores de esas comidas que compartimos, que mostramos, que cocinamos. O como Grenouille, de "El Perfume" mantendría esos olores en frasquitos para mi deleite personal y nocturno.

De esta manera menos dolorosa que la que la nostalgia y la melancolía protagonizan, podría sonreír en cada bocado. Podría recrear su cuerpo carnoso y consistente cada vez que oliera uno de esos repositorios de sus distintos olores. Entonces recrearía nuestros momentos de vino, mesa, mantel, cama y buena compañía en un sólo sabor y en un olor.

He aprendido a reconocer sin tristeza de por medio que hay reacciones en el paladar y el olfato que son recuerdos que mantienen el vínculo. Esa es otra de las magias de la comida que con sabores y sazones se queda en la memoria. Esa es la otra magia de los olores, que con su evocación no dejan que olvidemos.

Él a mi jamás se me olvidará.