lunes

Otra parte del cuerpo


Cuando nos conocimos me dijo que él generalmente había estado con mujeres de senos grandes y nalgas chicas. Conmigo invirtió su orden (y alteró su gusto). Mis nalgas nunca se habían sentido tan apreciadas y valoradas y yo nunca había estado con alguien a quien le gustaran tanto.

Desde que nos conocemos hace siempre lo mismo: sin hacer ruido llega por detrás y me las aprieta. Siempre me toma por sorpresa. A veces cuando me quiere torturar me persigue para morderlas. Sus cariños y mimos consisten siempre en pasar su mano por ellas.

Cuando dormimos le gusta ponerse de lado y que yo le de la espalda -y las nalgas-, para acomodarse como si fuera mi concha eterna. Pega su sexo a mis nalgas y lo restriega. Se excita entonces y mis nalgas le responden. Al ducharme entra a la regadera para verlas llenas de espuma de jabón, o entra después al baño a ver cómo les pongo crema perfumada.

En cualquier oportunidad pasa sus manos por ellas, como si quisiera estar seguro de que siguen ahí, como si quisiera hacer saber al mundo que también son de él, como si al tocarlas las hiciera suyas. A veces las toca de una manera tal que pienso que le van a predecir el futuro, cual bolas de cristal.

Y si, mis nalgas le responden. En ocasiones frías, en ocasiones tibias, sonríen a sus halagos y lo complacen. Son condescendientes cuando se posan sobre él y se dejan amasar como si fueran a salir de ahí panes rebosados y bien hechos.

Cuando está listo para venir, pide verme las nalgas. Entonces tengo que voltearme. Subirme a él poniéndole las nalgas sobre el estómago. Yo dejo las piernas dobladas al lado de las suyas, atrapando su cadera, con mi torso echado para adelante y las nalgas echadas para atrás.

Él las toma con sus manos y con fuerza las mueve, me mueve, de arriba-a-abajo. Trabaja para su orgasmo apretándolas con fuerza. Cuando siento sus dedos pulgares cercanos al ano se que viene el final. Termina, se relaja y me da una palmada cariñosa en las nalgas, me acuesto a su lado y estira uno de sus adoloridos brazos para tocar la que le quede más cerca. Mis nalgas ya descansando, sólo agradecen.

Ellas andan en par ahí por la vida sin pretensiones, ni presunciones. Nunca fueron tímidas. Ya que se saben tan apreciadas y deseadas se enderezan y se respingan. A veces pienso que tienen vida propia, que reaccionan a estímulos incluso cuando yo no los siento, que responden a miradas que no veo y a palabras que no escucho. Muy autónomas, van ahí emparejadas moviéndose enfundadas en pantalones que cada vez rellenan más y que las hacen lucirse.

Son una parte más del cuerpo, pero no son cualquier parte. No son precisamente órganos vitales, sino músculos, pedazos de carne (blanda o firme, tierna o corriosa) que sin embargo poseen un valor erótico innegable. No en vano han sido tan fotografiadas, pintadas y esculpidas a lo largo de la historia del arte. No hay mirada masculina que se resista a ver un par de nalgas femeninas (y mirada femenina que se resista a ver un BUEN par de nalgas masculinas). Ni artista del cuerpo desnudo o las expresiones del erotismo que no les dedique muchas de sus obras, o sean incluso tema central de ellas, pues, como dijo Ricardo Castillo, "son pura imaginación...más importantes que el sol y dios juntos...el origen de la poesía y del escándalo".

Las mías -nalgas- no han llegado a tanto. Pero ahora están contentas de tantas palabras bonitas, piropos y cariños que reciben. La uno y la dos, la izquierda y la derecha, no hay distinciones, las trata y quiere igual. Las chiquea equitativamente y se han vuelto casi parte suya, otra parte de su cuerpo. Tanto, que dice que sin ellas ya no duerme bien. Ellas se dejan querer, sonríen, coquetean y juegan sin penas ni prejuicios, ahora con vanidad, expresándose desinhibidas como las manos o los ojos, como otra parte más de mi cuerpo.