sábado

Un cuento con dos hermanos

Una noche al salir de un bar con un grupo de amigos y conocidos con el que caminábamos, nos fuimos quedando atrás con la misma intención. Repentinamente me jaló hacia el primer callejón que encontramos y ahí me arrinconó para besarme. Eran besos de esos que ya se conocen. De lo que saben a guardado, acumulados desde la primera y última vez que nos besamos. En aquella ocasión yo era una quinceañera y como en la del callejón de las calles de Madrid, estábamos otra vez a oscuras peleando con nuestras lenguas. Salimos y nos reincorporarnos con el ánimo decidido a todo. Caminamos hacia su casa. Me platicó que su hermano había pasado unos días visitándolo, que justo el día que yo llegué él había partido. Ese hermano mayor fue, por decir lo menos, mi obsesión de la adolescencia. Lo conocí cuando tenía 14 años y la única vez que pude besarlo yo tenía 17 y él estaba borracho.


Llegamos a su casa que estaba por el barrio de Chueca. Bebimos una copa como si necesitáramos desinhibirnos. Había algo extraño en el hecho de desnudarnos. Hemos sido amigos desde que yo tenía 14 y él 16. Tal vez era la fotografía de su novia a un lado del colchón que servía de cama, o era el timbre de mi celular que sonaba anunciando la llamada del mío lo que no nos dejó concentrarnos. O tal vez era la imagen del hermano recorriendo la misma habitación solamente unos días antes de que yo estuviera ocupándola. Finalmente terminé a gatas sin calzones sintiendo como su pene se paseaba y masturbaba por mis nalgas hasta que dejó salir su flujo blanco sobre mi espalda. Me acomodé la ropa y salí. Ya no nos vimos después y yo dejé Madrid a los dos días.


A los pocos meses coincidimos en otra ciudad. Ahí se había ido a establecer para iniciar un negocio y tener cerca a la familia. Yo planee una visita para verlo y de paso ver a otros viejos amigos. Llegué a su oficina. Su hermano se estaba despidiendo pero al verme decidió no hacerlo. Se quedó para que yo reaccionara a su presencia. Siempre supo del amor platónico que le profesaba, aunque este amor platónico siempre incluyó fantasear con él y su sexo. Después de dejarme más que claro que si yo quería podríamos consumar lo que dejamos pendiente en mi temprana juventud se fue.


Mi amigo y yo nos quedamos solos. Él sabía de mi antiguo gusto por su hermano. Seguramente disfrutó viendo como yo me resistía. Cuando estábamos por salir me volvió a arrinconar, esta vez contra la esquina que formaban una pared y una puerta. Nos besamos, nos excitamos, pero nos fuimos. Había una cena y nos esperaban, a él su novia, a mí su hermano. Llegamos. Mi amigo se encontró con su grupo de compinches. El hermano había llegado antes. Me recibió con una copa de vino mientras me tomaba la mano para invitarme a conocer la casa en la que estábamos.


Cuando encontramos el lugar más apartado del resto de la gente –una habitación subterránea- nos besamos. Le abrí el pantalón para tocarlo. A pesar del alcohol ingerido su sexo respondía. Bajé mi cuerpo y le puse la boca a disposición. No recuerdo haber sentido tanto placer en mi vida. Tener un sexo erguido que se ha deseado por tanto tiempo es una sensación maravillosa. De repente escuchamos un ruido, pero no paramos. Alguien nos había encontrado. Era mi amigo.


En silencio se acercó lentamente mientras yo estaba frente a la pelvis de su hermano. Cuando estuvo detrás de mi me empezó a acariciar los senos, pasó su mano por mi sexo y logró meterla entre la ropa interior para tocarme la vagina. Introdujo uno o dos dedos. Yo dejé de ocupar las dos manos para un solo pene y busqué el suyo. Era difícil la acrobacia pero lo logré. Nadie pareció perder el ritmo de la escena. Tomé su pene y lo masturbé mientras tenía el de su hermano en mi boca. Después cambie las posiciones. Entre ellos no había ni miradas, ni voces, ni expresiones. Nos tendimos en el suelo. Me senté sobre la cara del hermano y mi amigo se paró frente a la mía. Entre más sentía una lengua dentro, más usaba yo la mía. Trataba de alcanzar el pene del hermano para poder al menos tocarlo. Decidí recorrerme hacía abajo pero no dejar el sexo endurecido de mi amigo. Me acomodé y me hice penetrar.


Después me paré sobre mis manos y rodillas para que alguno entrara por atrás. No vi quién sería el primero. Sentí el desgarre del ano en el primer embiste. Poco a poco se fue lubricando y el placer me recorría hasta los nervios de la boca. Tuve un orgasmo. Hubo una pausa y entró el segundo pene. El hermano se acercó para besarme. Después se acomodó debajo para penetrarme por la vagina mientras yo volvía a meterme el otro pene en la boca, tuve un segundo orgasmo. Cambiamos las posiciones. Volví a la pelvis del hermano para que mi amigo me tomara por atrás. Prefirió la vagina. Me acosté sobre una mesa en la que apenas cabía. Mi amigo se paró por un extremo de la mesa y me separó las piernas. Entró preciso y suave. La cabeza me colgaba por el otro extremo y ahí, de pie, el hermano me ofrecía un sexo que no se daba por vencido.


La imagen era absolutamente bella. Tenía a los dos dentro como una expresión de su comunión. Se estaban conectando a través de mí de una manera que de cualquier otra forma para ellos no hubiera sido posible. Yo era un puente, una intermediaria, una médium. Los dos veían cómo lo hacían y se lo hacían juntos a la misma mujer. Yo ya no podía lubricar más, estaba absolutamente inundada. El hermano terminó en mi boca y después se tendió desplomado sobre el piso. Mi amigo se subió a la mesa y se acomodó sobre mí. Mientras yo miraba a su hermano a los ojos tuve otro orgasmo. Mi amigo terminó ahí dentro y también se desvaneció. Bajé de la mesa y me tendí sobre el piso.


Quedé en medio de los dos. Volteé hacia mi derecha e izquierda con una mirada de agradecimiento. Les acaricié un poco el pecho y les di un beso en la mejilla. Me levanté para vestirme y buscar un baño.


Durante el transcurso de esa noche nuestras miradas repentinamente se toparon. Las diferentes sensaciones aún me recorrían el cuerpo. Quería quedarme con sus manos, sus olores y sus penes, tan distintos, tan parecidos, tan familiares. Nunca en estos años hemos hablado de nuestro encuentro, sin embago los tres seguimos viéndonos de vez en cuando con una complicidad que nos hermana.