miércoles

Mi año bisiesto



Se suponía que yo me casaría este 29 de febrero. O sea hoy. Hace poco más de cinco meses aún se planeaba una boda en la playa de Boca de Cielo, frente al pacífico chiapaneco. Se habló de mariscos, cervezas y vino blanco. De postres hechos con frutas tropicales. De recibir a los invitados con hierba santa. Estaríamos rodeados de la familia y la amistad llegadas de distintas partes. Mi vestido sería rojo y la música sería una buena mezcla de reggae y cumbia, banda sinaloense y rock de los 60, disco y dancehall. Bailaría un vals con mis ex-parejas y nos reiríamos con todos de todos. Pero especialmente de nosotros "los novios".
Sería una celebración de tres días, que empezaría con un homenaje a la soltería. Yo quería karaoke para esa tarde y cuatro botellas de Chablis frío sólo para mi. Nos casaría el presidente municipal de un pueblo minúsculo e insignificante. El día siguiente sería de descanso y ceviches varios. Después la luna de miel. Ah no, esa no se planeó.

Pero no me estoy casando. 

Hoy me despedí de dos meses y diez días de mar, perro, gato, hermano, hermanas y padres. Me despedí de mis amigas y mis amigos –cómplices infalibles- que son otra familia mía. Me despedí –una vez más- de una recámara llena de cosas. Dejé la promesa de volver en unos meses a esa casa. 

Antes de salir me vi por última vez en el espejo del baño. Sin estar de luto visto de negro. También vi que me queda bien el cabello suelto. Tomé una maleta con poco peso. Recorrí una avenida infinita hacia el este con un vergonzoso muro a mi izquierda. Mi izquierda. Llegué temprano al aeropuerto. Desayuné ahí: una machaca norteña. Compré un vino regional que por el precio deberá ser un espectáculo. Sabores de despedida. Antes de abordar mandé un par de mensajes a un hombre: “no te olvides de los adeudos… nos veremos pronto”.

Veo por la ventanilla y pienso que quizá a esta hora ya estaría preparando la ceremonia para decir “Si, acepto”. Sin embargo me tomo una cerveza en un asiento reducido. A mi lado una señora tose mucho. Cerca hay un padre que no puede controlar a su hijo de 3 años. En el mismo vuelo viene una conocida de la época de la primaria. 

Anoto una lista de cosas que tengo que hacer en los próximos días. También enlisto las emociones que traerá consigo la confrontación, de los sentimientos que se avivarán, de las lágrimas que saldrán y de las risas que sé que todo esto me regalará. Le hice a la vida una lista de peticiones. Ya sé lo que quiero para mi.

Estoy iniciando un viaje, muy otro. Hacia un destino y un futuro distintos. En donde no seré la mujer de los sueños de nadie, porque nací siendo la mujer de mis propios sueños. Darme cuenta de eso me tomó meses, noches, lunas, aviones, camas y calles varias hablando conmigo misma. Me di pena, me escuché, me grité, me lloré, me auto-flagelé, me di en la madre y en el padre, me hablé, me lamí las heridas, me soñé, me desperté, me confronté, me di alegría. Me ayudó terminar un proyecto de 5 años, pasear por canales holandeses, las botellas de mezcal, recorrer un país por cinco semanas, conocer a un hombre de huesos anchos, comer ostiones acompañada, beberme todo el vino rosado que pude en el Dandy del Sur, peinarme como chica rockabilly un día, bailar una noche en La Estrella, ver a mi hermano tocar, tener cerca a mis padres y hermanas, hablar, compartir e imaginar con las guerreras que tengo de amigas.

Por eso en lugar de estar en mi boda, este cuerpo que hace meses se dolía ahora está volando.

En mi 29 de febrero veo un inmenso cielo azul y muchas nubes a mi alrededor. Es mi año bisiesto y decidí que aquí me bajo, estos que veo son mis límites, mis propias fronteras: "suelta el cinturón pasajera, estás lista para aterrizar".