Las formas en que los humanos estamos accediendo a
cumplir y saciar la necesidad básica y fisiológica de comer se están
homogeneizando alrededor del mundo. Los alimentos llegan a supermercados (que
–generalmente- pertenecen a cadenas corporativas –muchas veces transnacionales)
desplazando a los distribuidores locales de comida quienes venden en mercados
de barrio, en puestos itinerantes, tianguis o en los llamados mercados “sobre-ruedas”. Generando
lo que se conoce como “desiertos de comida” en los cuales la gente
–especialmente de bajos recursos- tiene acceso restringido a comida fresca,
nutritiva y saludable.
En los centros urbanos la vida acelerada promueve la
implementación de prácticas alimenticias en las que predomina el consumo de
comida rápida y de alimentos preparados y enlatados. Así, en el ámbito de lo
local, los hábitos alimenticios que se están promoviendo expresan una
desconexión entre los consumidores y los productores de alimentos.
Esto se
relaciona a la circulación internacional de productos alimenticios como
mercancías, a la expansión transnacional de corporaciones dedicadas a los
alimentos y a la gobernanza global sobre
los alimentos y su política. Además las prácticas y discursos de este régimen
trascienden estos aspectos globales afectando la diversidad cultural, los
derechos ciudadanos y la biodiversidad como una forma alternativa de práctica
sustentable.
Tomando en
cuenta que los productores y consumidores son sujetos que se movilizan y
concientizan, se puede entender el surgimiento de un modelo alternativo concentrado
en el nivel local que apunta a construir cierto tipo de resistencia a la
hegemonía del “régimen mundial de comida” (Harriet Friedmann, dixit): la opción por los
productos orgánicos y locales.
En esta
alternativa –que se encuentra en distintas partes del mundo- se cuentan productores
independientes o que participan de organizaciones, asociaciones, redes de
trabajo, cooperativas o colectivos que impulsan proyectos productivos a pequeña
o mediana escala, prescindiendo de fertilizantes y pesticidas químicos, combatiendo el monocultivo, haciendo uso de técnicas que combinan innovación sustentable
con conocimiento local y tradicional. Sus alimentos son, independientemente de
la certificación, los que se han socializado como productos orgánicos. En
ocasiones esta cadena incluye distribuidores encargados de hacer posible el
acceso a estos productos y son el único intermediario entre los productores y
los consumidores.
Estos últimos
expresan más claramente los cambios en los hábitos alimenticios. Preocupados
por su bienestar, conscientes de los efectos a la salud que tienen los
productos procesados, sensibles a la situación de los productores locales, y
preocupados por apoyar las economías locales, buscan acceder a una alimentación
más sana comprando en tianguis y tiendas establecidas que ofrecen los productos
locales, más sanos y cercanos.
Estos
sistemas locales de comida derivan de privilegiar el conocimiento local sobre
las prácticas homogéneas contribuyendo a generar capital social (entendido esto
como formas comunitarias de participación, solidaridad y la implementación de
una serie de valores que apuntan hacia el bien común) y capital público
(entendido como el acceso al uso comunitario de la tierra, apoyo local a los
sistemas de comida y sus economías).
Esto
representa un proceso contrario a la política global de producción y consumo de
comida. Alrededor del mundo testificamos la conformación de un movimiento
constituido por sujetos preocupados por la seguridad y soberanía
alimentarias.
Si entendemos
que la comida es un “hecho social altamente condensado” (Arjun Appadurai, dixit) y un
potente vehículo para examinar cambios en los ámbitos económicos, políticos,
demográficos, culturales y ambientales, la alimentación que incluye productos
orgánicos y locales, trascendiendo la tendencia o moda, está manifestando la
preocupación social que surge por los procedimientos de producción
industrializada y masificada de alimentos, la hábitos de consumo estandarizado,
los cambios de dietas y la escasez de alimentos.
Por ello
promover la opción por lo orgánico y lo local contribuirá a una re-valoración y
transmisión de saberes locales, a re-establecer las relaciones campo-ciudad, a reconstruir
el tejido social fomentando prácticas de apoyo mutuo y solidaridad, mejorar las
economías locales y diversificarlas, crear una relación distinta entre los
humanos y la naturaleza, y promover una política sensible a los problemas de
salud pública, al deterioro del medio ambiente y a los efectos adversos que el
régimen mundial de comida tiene sobre nuestras vidas.
Texto publicado originalmente en El Jolgorio Cultural, Oaxaca