lunes

El cuerpo fuera de mi Olimpo

Me acordé de lo que una vez me dijo mi amiga italiana: “Charla, los turcos son puro cuerpo”. Sin embargo él no era turco, sino griego. Y aunque entre ellos tengan diferencias culturales y disputas históricas yo creo que los griegos también son puro cuerpo.

Verlo sentado frente a mi tocando una bella guitarra negra acústica, irradiando pasión en cada canción, observando todos sus movimientos -que eran los propios de quien se conecta con lo que está haciendo- me hizo sentir curiosidad por saber si el Ouzo es de verdad tan distinto al Raki.

Probablemente se llama Costas o Giles, Homer o Rhodes o Soterio, para mi ahora da lo mismo pues desconozco absolutamente todo de él. Casado, estudiante, empleado, migrante, soltero, gigoló, gay, adinerado…no tengo la menor idea de los adjetivos ni las condiciones que califican a su persona, por supuesto tampoco conocí su olor ni su textura.

Sólo por haberlo escuchado cantar y tocar me hubiera emborrachado de él si me lo hubiera permitido. Cantando de la manera que lo hizo entró con su voz en mis íntimas pieles. Mientras lo escuchaba me humedecí como si nadara en al Adriático. Era Eurínome.

Abrazando enamorado su guitarra como si fuera su mujer cantaba sin pena, con una voz que salía desde las entrañas que me hubiera gustado conocer. Su voz me penetraba desde los oídos, viajaba por mi cuerpo y se quedaba vibrando en tonos bajos ahí, en el lugar que lo esperaba.

No me vio en toda la noche. Concentrado en el tono, en la afinación, en las letras de las canciones que en griego e ingles cantó, no me dirigió una mirada en toda la noche. Yo sufría disfrutando, llamándole inútilmente con los ojos abiertos y fijos en su persona, mientras sentía la temperatura de mi cuerpo escalar grados de a poco a poco, fundando la certeza de que ese griego era puro cuerpo.

Pero ante su indiferencia la fantasía. Viendo sus antebrazos endurecidos por el esfuerzo de tocar, viendo sus ojos entreabiertos, viendo sus piernas marcar el ritmo que él llevaba dentro, viendo toda esa sensibilidad expresada pude entrar al mundo de las imágenes y de la fantasía. Ese en donde él me abrazaba fuerte y me besaba, en donde me cantaba una canción no aprendida ni por mi conocida en esa lengua que Eros y Afrodita entenderían. En las imágenes era una ninfa por Poseidón poseída. Ahí estaban todos los dioses y las diosas vigilándonos, festejando nuestro coito apasionado con música compuesta por Mikis Theodorakis.

Tanto recordar las historias de Hesíodo y Homero para distraerme, para evitar enfrentar mi apetito con su inapetencia que por primera vez no era de comida griega sino de sexo griego.

Yannis, Darius o Basilis, el griego que nunca volteo a verme, quien ni siquiera se percató de mi presencia cuando le canté “Bésame mucho” en silencio y con los ojos “como si fuera esta noche la última vez”…merece ser arrojado fuera de mi Olimpo.